(Aica/InfoCatólica) Francisco presidió la celebración ante decenas de miles de fieles, tras una pausa de dos años debido a la pandemia, en una coloreada plaza de San Pedro decorada con cientos de arreglos florales y adornos. Finalizada la misa, dirigió el mensaje Urbi et Orbi (a la ciudad de Roma y al mundo entero) e impartió su bendición apostólica desde el balcón central de la Basílica Vaticana.
El Obispo de Roma, remitiéndose al Evangelio de Juan, repitió las palabras pronunciadas por Jesús al presentarse ante «las miradas incrédulas» de los discípulos que lloraban por él y evidenció:
«También nuestras miradas son incrédulas en esta Pascua de guerra. Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia. También nuestros corazones se llenaron de miedo y angustia, mientras tantos de nuestros hermanos y hermanas tuvieron que esconderse para defenderse de las bombas».
También a nosotros, afirmó Francisco, «nos cuesta creer que Jesús verdaderamente haya resucitado, que verdaderamente haya vencido a la muerte. ¿Será tal vez una ilusión, un fruto de nuestra imaginación? No, no es una ilusión». «¡Cristo ha resucitado!», afirmó.
«Hoy más que nunca tenemos necesidad de Él, al final de una Cuaresma que parece no querer terminar. Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos. Y en cambio, estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo»
La paz se logra con las armas del amor de Jesús
Para creer en la victoria del amor y en la reconciliación, necesitamos a Jesús Resucitado, añadió el Papa. «Sólo Él puede hacerlo. Sólo Él tiene hoy el derecho de anunciarnos la paz. Sólo Jesús, porque lleva las heridas, nuestras heridas». Y explicó: «Las heridas en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él combatió y venció por nosotros con las armas del amor, para que nosotros pudiéramos tener paz, estar en paz, vivir en paz. Mirando sus llagas gloriosas, nuestros ojos incrédulos se abren, nuestros corazones endurecidos se liberan y dejan entrar el anuncio pascual: '¡La paz esté con ustedes!'»
«¡Dejemos entrar la paz de Cristo en nuestras vidas, en nuestras casas y en nuestros países!» exhortó el Santo Padre, dirigiendo, como de costumbre, su mirada a todas las realidades del mundo necesitadas de esta paz de Jesús. En primer lugar, Francisco recordó a la «martirizada Ucrania», tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la «guerra cruel e insensata», dirigiendo un fuerte llamamiento a los responsables de las naciones para que escuchen el grito de paz de la gente:
«Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente, que escuchen esa inquietante pregunta que se hicieron los científicos hace casi sesenta años: '¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?'»
«Llevo en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas» aseguró el Santo Padre, «los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas». Y mencionando el sufrimiento de los niños ucranianos que «se quedaron huérfanos y huyen de la guerra» el Papa recordó también de manera especial a muchos otros que mueren de hambre o por falta de atención médica, son víctimas de abusos y violencia, «y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer».
Los signos esperanzadores no obstante la guerra
A pesar del dolor de la guerra, Francisco evidenció que no faltan «signos esperanzadores, como las puertas abiertas de tantas familias y comunidades que acogen a migrantes y refugiados en toda Europa».
«Que estos numerosos actos de caridad sean una bendición para nuestras sociedades, a menudo degradadas por tanto egoísmo e individualismo, y ayuden a hacerlas acogedoras para todos.»
El Papa pidió que haya paz en Medio Oriente, «lacerado desde hace años por divisiones y conflictos», en particular, entre israelíes y palestinos, en el Líbano, Siria e Irak. Pidió también paz para Libia y Yemen, Myanmar y Afganistán. Paz para todo el continente africano, especialmente en la zona del Sahel, en Etiopía y en la República Democrática del Congo. Y que no falten la oración y la solidaridad para los habitantes de la parte oriental de Sudáfrica afectados por graves inundaciones.
Dirigiendo su mirada al continente americano, el pontífice pidió que «Cristo resucitado acompañe y asista a los pueblos de América Latina que, en estos difíciles tiempos de pandemia, han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico». También recordó a Canadá, pidiendo al Señor Resucitado que «acompañe el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia Católica canadiense con los pueblos indígenas».
Finalmente, recordó que «toda guerra trae consigo consecuencias que afectan a la humanidad entera: desde los lutos y el drama de los refugiados, a la crisis económica y alimentaria de la que ya se están viendo señales». Sin embargo, subrayó el Papa, ante los signos persistentes de la guerra, Cristo, «vencedor del pecado, del miedo y de la muerte», nos exhorta a no rendirnos frente al mal y a la violencia» y exhortó: «¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!».