(InfoCatólica) Casi dos años después el Vía Crucis volvió a celebrarse en el Coliseo de Roma. En 2020 y 2021, se trasladó a la Plaza de San Pedro y se realizó sin presencia de fieles a causa de las medidas restrictivas.
Cerca de 10.000 fieles y peregrinos -según la Questura de Roma- se congregaron en el Coliseo para acompañar al Papa Francisco en el conmovedor momento de oración y otros tantos se conectaron a la transmisión en directo a través de los medios y las redes sociales.
Los textos fueron escritos por un joven matrimonio (estación I), una familia en misión (estación II), una pareja de ancianos sin hijos (estación III), una familia numerosa (estación IV), una familia con un hijo discapacitado (estación V), una familia que dirige un hogar- familia (estación VI), una familia con un padre enfermo (VII), una pareja de abuelos (VIII), una familia adoptiva (IX), una viuda con hijos (X), una familia con un hijo consagrado (XI), una familia que ha perdido una hija (XII), en principio una familia ucraniana y otra rusa (XIII) y una familia de emigrantes (XIV).
Oración en silencio por la paz en el mundo sin texto de meditación
También la polémica ha presidido este Vía Crucis por la presencia de una familia rusa. Protestas tanto desde el ámbito civil, entre las que destacan las del embajador ucraniano, como desde el eclesiástico, con las declaraciones de los obispos ucranianos y del Nuncio.
El 'aparato' del Vaticano, capitaneado una vez más por el jesuita Spadaro, esta vez tampoco ha sido muy eficaz, terminando por conseguir un efecto contrario. Se adoptó por una solución intermedia: presencia de las dos amigas ucraniana y rusa y sus familias, pero sin meditación.
El texto originalmente previsto decía:
«La muerte está en torno y la vida parece perder valor. Todo cambia en pocos segundos. La existencia, los días, la despreocupación de la nieve en invierno, ir a buscar a los niños a la escuela, el trabajo, los abrazos, las amistades, todo. Todo pierde improvisamente valor. Señor, ¿dónde estás? ¿Dónde te escondiste? Queremos la vida de antes. ¿Por qué todo esto? ¿Qué culpa cometimos? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué has abandonado a nuestros pueblos? ¿Por qué has dividido de este modo a nuestras familias? ¿Por qué ya no tenemos ganas de soñar ni de vivir? ¿Por qué nuestras tierras se han vuelto tenebrosas como el Gólgota? Se nos acabaron las lágrimas. La rabia ha cedido a la resignación. Sabemos que Tú nos amas, Señor, pero no percibimos este amor, lo que nos hace enloquecer. Nos despertamos en la mañana y por algunos segundos somos felices, pero luego nos acordamos inmediatamente de que será difícil reconciliarnos. Señor, ¿dónde estás? Háblanos desde el silencio de la muerte y de la división, y enséñanos a reconciliarnos, a ser hermanos y hermanas, a reconstruir lo que las bombas habrían querido aniquilar».
Y fue reducido a:
«Ante la muerte, el silencio es más elocuente que las palabras. Pongámonos, pues, en silencio orante y recemos cada uno de nosotros en nuestro corazón por la paz en el mundo».