(Vatican.news/InfoCatólica)
Los nuevos Herodes de nuestros días desgarran la inocencia de los niños bajo el peso del trabajo esclavo, de la prostitución y la explotación, de las guerras y la emigración forzada. #Oremosjuntos hoy por estos niños y defendámoslos. #SantosInocentes
— Papa Francisco (@Pontifex_es) December 28, 2021
Este es el tuit lanzado por el Papa Francisco desde su cuenta @Pontifex para la conmemoración litúrgica de hoy de los Santos Inocentes, que recuerda a los niños de Belén de hasta dos años de edad, que fueron asesinados por el rey Herodes para eliminar al Niño Jesús, anunciado en las profecías como el Mesías y nuevo rey de Israel.
152 millones de niños obligados a trabajar
Hoy, como en el pasado, los Herodes siguen siendo muchos y muchas también las armas que utilizan para destruir la inocencia de los niños: basta decir que, según el último informe de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), publicado en marzo de 2021, todavía hay 152 millones de niños y adolescentes -64 millones son niñas y 88 millones son niños- que son víctimas del trabajo infantil. La mitad de ellos, 73 millones, se ven obligados a realizar trabajos peligrosos que ponen en peligro su salud, seguridad y desarrollo moral. Muchos de ellos viven en contextos de guerra y catástrofes naturales donde luchan por sobrevivir, rebuscando entre los escombros o trabajando en las calles. Otros son reclutados como niños soldados para luchar en guerras libradas por adultos.
Los «mercaderes de la muerte» se tragan la inocencia de los niños
Un fenómeno dramático e inaceptable contra el que el propio Papa Francisco había alzado la voz en 2016, en una Carta a los Obispos publicada el 28 de diciembre de ese año. Invitando a los prelados a tener el valor de defender a los menores de todo lo que «devora» su inocencia, el Pontífice recordó que «miles de nuestros niños han caído en manos de bandidos, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es explotar sus necesidades». Francisco citó los millones de niños que se quedan sin educación, los que son objeto de «tráfico sexual», los menores que se ven obligados a «vivir fuera de sus países por desplazamiento forzoso», los niños que mueren de desnutrición y los que son doblegados por el trabajo esclavo.
¡Nunca más atrocidades!
Si la situación mundial no cambia«, escribió el Papa, citando las estimaciones de Unicef, »167 millones de niños vivirán en la pobreza extrema en 2030, 69 millones de niños menores de cinco años morirán en 2030 y 60 millones de niños no asistirán a la escuela primaria básica«. Francisco tampoco olvidó »el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores abusados sexualmente por sacerdotes«. »Un pecado que nos avergüenza«, subrayó, que hay que »deplorar profundamente« y por el que »pedimos perdón«. De ahí el llamamiento del Pontífice a »renovar todo nuestro compromiso para que estas atrocidades no se repitan entre nosotros«.
«Nuestro silencio es cómplice»
Las palabras de Francisco de 2016 se hicieron eco de las del mensaje Urbi et Orbi de la Navidad de 2014, durante el cual el Pontífice había dirigido un pensamiento a »todos los niños asesinados y maltratados hoy, tanto los que están antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y enterrados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida«; o a los niños desplazados por las guerras y las persecuciones, maltratados y explotados ante nuestros ojos y nuestro silencio cómplice; y a los niños masacrados bajo los bombardeos, incluso donde nació el hijo de Dios». «También hoy su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes», subrayó Francisco, «Sobre su sangre se alza hoy la sombra de los Herodes de hoy. En verdad hay tantas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús».
El recurso de la oración
Pero, ¿hay una respuesta a todo esto, a «la tragedia del asesinato de seres humanos indefensos, al horror del poder que desprecia y suprime la vida»? La oración es ciertamente un recurso, como explicó el propio Papa en la Audiencia General del 4 de enero de 2017: «Cuando alguien se acerca a mí y me hace preguntas difíciles, por ejemplo: 'Dígame, Padre: ¿por qué sufren los niños?', realmente no sé qué responder -explicó-, solo digo: 'Mira el Crucifijo: Dios nos dio a su Hijo, sufrió, y quizás allí encuentres una respuesta'. (...) Sólo mirando el amor de Dios que da a su Hijo, que ofrece su vida por nosotros, puede indicar algún camino de consuelo; su Palabra es definitivamente una palabra de consuelo, porque nace del llanto».