«Hay muchas Iglesias locales, congregaciones religiosas y organizaciones católicas que están dispuestas a recibirlos y acompañarlos hacia una integración fructífera. ¡Sólo tienen que abrir una puerta!», afirmó el Pontífice.
Francisco tuvo un recuerdo para los 163 refugiados que murieron en el Mediterráneo, en el tramo de mar entre Libia y la isla italiana de Lampedusa.
«Durante mi viaje a Chipre y Grecia pude tocar con mis propias manos, una vez más, la humanidad herida de los prófugos y de los migrantes. También he visto cómo sólo unos pocos países europeos están soportando la mayor parte de las consecuencias del fenómeno migratorio en la zona del Mediterráneo, cuando en realidad se trata de una responsabilidad compartida, de la que ningún país puede eximirse», subrayó.
El Papa recordó entonces cómo «gracias a la generosa apertura de las autoridades italianas», pudo traer a Roma a un grupo de personas que conoció durante su último viaje. «Hoy algunos de ellos están aquí entre nosotros. ¡Bienvenidos!».
«Nos ocuparemos de ellos, como Iglesia, en los próximos meses. Es una pequeña señal que espero que sirva de estímulo para otros países europeos, para que permitan a su Iglesia local hacerse cargo de otros hermanos y hermanas que necesitan urgentemente ser reubicados».