(ACI/Agencias/InfoCatólica) Poveda, un veterano fotógrafo, fue asesinado por desconocidos en una desolada calle de tierra entre los poblados de Apopa y Tonacatepeque, a unos 15 kilómetros al noreste de San Salvador.
"Yo esperaría que el asesinato (de Poveda) no quede impune, que se hagan las investigaciones que se deben hacer, que se vaya al fondo de las cosas", dijo el Arzobispo.
Para el Prelado, la violencia en El Salvador "ya ha trascendido", pues no afecta solo a los salvadoreños, sino a personas de otras nacionalidades como Poveda y, por ello, se requiere que la comunidad internacional ayude al país a superar ese flagelo.
"Es importante pedir al mundo que nos apoyen, ojalá que se pueda contemplar a El Salvador como un país que necesita el apoyo del mundo para superar el azote de la violencia y ojalá que el gobierno dé pasos en ese sentido", afirmó.
Poveda sabía que estaba amenazado de muerte
Un día antes de su muerte, el veterano fotoperiodista y documentalista, Christian Poveda, estaba preocupado y sonaba lleno de angustia: Las pandillas que fotografió y documentó por un periodo de 16 meses, habían tenido una metamorfosis a formas más despiadadas de violencia y nuevas formas de crimen organizado.
Una nueva generación de pandilleros, los hijos de los pandilleros que están en las cárceles, había surgido en El Salvador y la esperanza del diálogo que pudiera poner fin a la violencia homicida que ahora aterroriza a El Salvador, era ahora casi nula.
“Esta situación me tiene preocupado, porque creo que van a aumentar los homicidios, y las autoridades gubernamentales no tienen ni idea del monstruo que tienen enfrente. Una situación difícil que en mi opinión podría desencadenar en otro tipo de guerra civil”, expresó Poveda.
Policías cercanos a la investigación explicaron a la prensa que una nueva generación de pandilleros de la 18 y a los que Poveda aludió, podrían haber estado detrás de su muerte: ”Pandilleros jóvenes que de seguro no lo conocían , o si lo conocieron, estos resentían su trabajo”, afirmó el policía. Con cuatro disparos en su rostro, su cuerpo estaba tendido a tres metros de su automóvil en una zona controlada por la pandilla 18 pero disputada por la “Mara Salvatrucha”.