(SIC/InfoCatólica) Las Semanas Sociales de España, cuya organización data de 1906, son un servicio de la Conferencia Episcopal Española para el estudio, difusión y aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia a las cuestiones sociales de notoria importancia y actualidad. Estas jornadas, que quieren seguir siendo un hito dentro del pensamiento social de la Iglesia, realizan una valiosa contribución al discernimiento del aquí y el ahora de la Iglesia, de su aportación al momento presente y de su contribución, desde la reflexión y la práctica, al bien común de la sociedad.
Conclusiones de la Semana Social
Regeneración de la vida pública: una llamada al bien común y a la participación
«Comunicar, participar y colaborar en este significativo mundo en el siglo XXI para la construcción del bien común es una llamada urgente para la presencia significativa de la Iglesia.»
En este momento conclusivo de la XLIII Semana social es esencial reconocer el trabajo que en los últimos meses se ha realizado en muchas diócesis de la Iglesia en España. Los diversos encuentros preparatorios, siguiendo un marco de trabajo común, han sido un ejercicio de sinodalidad eclesial desde el diálogo, la deliberación y la elaboración de propuestas para una renovada presencia de la Iglesia en la vida pública.
Nuestras sociedades están atravesadas por un profundo individualismo que dificulta las propuestasde proyectos comunes orientados al bien común. Un individualismo, que como declara el papa Francisco en Fratelli tutti, «no nos hace más libres, más iguales y más hermanos y hermanas» (cfr, FT, 105). Desde el compromiso de los católicos en la vida pública es necesario empeñarse en construir una sociedad cada vez más inclusiva, que nos vincule asociativamente entre creyentes y no creyentes, dando protagonismo a la sociedad civil en la edificación de la fraternidad universal.
Reconocemos la intensa pluralidad de nuestras sociedades y las diferentes sensibilidades dentro de la Iglesia como una llamada a construir una gran familia humana desde la diversidad. Muchas veces esta pluralidad se presenta de manera polarizada, enfrentada y sin espacio para el diálogo. Los procesos de diálogo público entre ideas encontradas y las experiencias de amistad social entre personas con diferencias ideológicas, culturales o religiosas son parte del compromiso irrenunciable con la vida pública. La llamada de Fratelli tutti a ejercitar un «diálogo persistente y corajudo» (cfr, FT 198) se convierte en un horizonte esencial para la vida pública. El ámbito educativo, en el que la Iglesia católica tiene una amplia presencia, debe potenciar esta educación para la vida pública enraizada en el diálogo social y político como escuela de fraternidad.
No podemos pasar por alto que nuestro mundo esta fracturado por la «cultura del descarte». Millones de hermanos y hermanas nuestras sufren la injusticia, el abandono y el olvido. Las llamadas desde las periferias a un mundo más justo se constituyen en un referente esencial para regenerar la vida pública. Para los cristianos la opción preferencial por los pobres es un fundamento básico para el bien común. No cabe duda de que la presencia de la Iglesia en el campo de lo social es intensa y amplísima, a la vez que reconocida por la sociedad. Sin embargo, en otros ámbitos como el mundo de la cultura o de la política, necesarios para la realización de la «cultura del encuentro», la presencia de los cristianos es mucho menor o incluso irrelevante. El compromiso con la vida pública también nos llama a los cristianos a aportar nuestro bagaje cultural y político para enriquecer y enriquecernos con nuestra participación en la esfera pública.
Una Iglesia sinodal y en salida debe promover las vocaciones al mundo político. Laicos y laicas que vivan como misión de servicio su presencia en la vida política activa en la diversidad de opciones existentes. Comprometerse en las dinámicas del poder político, no para sucumbir ante él, sino para convertirlo en servicio para el bien común es una «altísima vocación, una de las formas más preciosas de caridad» (cfr EG, 205) que la Iglesia debe acompañar, formar y cuidar. El acompañamiento personal y comunitario a las vocaciones políticas se constituye como un reto fundamental en el contexto complejo e incierto que vivimos.
Para la vida pública de nuestra sociedad es un verdadero don el crecimiento de la conciencia de interdependencia, acrecentada durante la pandemia, la emergencia significativa de la conciencia ecológica y la preocupación social por la desigualdad y la pobreza. A pesar de las limitaciones e incluso malinterpretaciones que puedan existir son una buena noticia para un mundo necesitado de ellas. No somos «profetas de calamidades» que condenan el mundo en su totalidad si no que debemos reconocer todo el bien que existe en el mismo. El compromiso en la vida pública nos llama a reconocer, aprender y colaborar con esta creciente, aunque insuficiente, conciencia de interdependencia global.
El mundo digital es hoy un espacio fundamental para la constitución de la vida pública. La vida personal y pública se sustenta cada vez más en procesos digitales con toda la ambivalencia que estos generan. Riesgo y oportunidades aparecen de la mano en el mundo digital. A pesar de estas ambivalencias el mundo digital es un espacio privilegiado de conformación de intereses, valores y tendencias al que la Iglesia no puede ni debe renunciar. Comunicar, participar y colaborar en este significativo mundo en el siglo XXI para la construcción del bien común es una llamada urgente para la presencia significativa de la Iglesia.
En la vida pública, el papel de las religiones es muchas veces cuestionado o minusvalorado. Creemos firmemente que las religiones tienen un acervo ético, cultural y antropológico riquísimo para aportar a la vida pública. Las religiones están al servicio de la fraternidad en el mundo (cfr, FT cap. 8) y deben ser en las sociedades democráticas dinamismo de solidaridad y participación. Los católicos desde nuestra rica tradición estamos convocados al diálogo interreligioso para reconocer las aportaciones que juntos podemos hacer en la construcción del bien común.
Hacemos, a la conclusión de esta Semana social, un llamamiento a todos los cristianos y cristianas a comprometerse en los diversos escenarios de la vida pública. El mundo en el que nos movemos necesita personas que, alimentadas desde la Parábola del Buen samaritano, sean capaces de pararse a los bordes de los caminos y compasivamente comprometerse en la construcción del bien común desde la vida pública.