(Diócesis de Córdoba/InfoCatólica)La Iglesia cuenta desde hoy con 127 mártires más inscritos en el Martirologio romano. La Santa Iglesia Catedral de Córdoba ha acogido en esta mañana un acontecimiento único. A las once de la mañana, más de tres mil personas se concentraron en las naves del templo principal de la Diócesis junto a casi doscientos sacerdotes y una veintena de Arzobispos y Obispos para participar en la ceremonia de Beatificación de Juan Elías Medina y 126 compañeros mártires: sacerdotes, seminaristas, religiosos y fieles laicos de la Diócesis. La celebración ha sido presidida por el Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos y delegado pontificio para la Beatificación de estos mártires del siglo XX, y ha participado además el Nuncio de Su Santidad en España, monseñor Bernardito Auza.
Tras la lectura del Decreto Pontificio para la Beatificación de los mártires, sacerdotes, seminaristas, religiosos y fieles laicos por parte del Cardenal, Marcello Semeraro, un gran aplauso de los asistentes ha irrumpido en la Santa Iglesia Catedral al descubrirse el tapiz, al tiempo que el coro interpretaba el Aleluya de Händel, el canto de alabanza. En ese momento, ha procesionado la urna con las reliquias de los nuevos Beatos. El obispo de Córdoba ha dirigido palabras de agradecimiento al Delegado Pontificio para esta Beatificación.
En su alocución, monseñor Demetrio Fernández ha expresado que la Iglesia de Córdoba «da gracias al sucesor de Pedro, su Santidad el Papa Francisco, por la Beatificación de los siervos de Dios Juan Elías Medina y 126 compañeros». A continuación, el prelado ha recibido la Carta Apostólica y se ha entonado el Gloria.
Eran las doce de la mañana cuando el repique de campanas de la Catedral de Córdoba y de toda la Diócesis anunciaba uno de los acontecimientos eclesiales que hacen historia en la Iglesia de Córdoba, la Beatificación de Juan Elías Media y 126 compañeros mártires: sacerdotes, seminaristas, religiosos y fieles laicos de la Diócesis.
Momento en que se muestra el tapiz con los rostros de los 140 mártires de la Guerra Civil beatificados hoy en Cordoba.
— Fco. J. Contreras (@fjconpe) October 16, 2021
“Estos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap. 7,13). pic.twitter.com/kksipy4RBE
Homilía del Cardenal
El Cardenal Marcello Semeraro ha comenzado su homilía recordando el amor de Dios, «el amor misericordioso con el cual nos ha elegido». «En el odio del mundo, hay como celos y envidia de quien ha perdido su presa; de quien ha visto como se la robaban. Este es entonces el doble compromiso que la palabra del Señor quiere suscitar en nuestra voluntad: la toma de distancia del «mundo», que aquí indica todos los que prefieren las tinieblas a la luz, el error a la verdad, el odio al amor; y después, también, la atención a no dejarse seducir por la nostalgia del pecado», ha expresado el Cardenal para recordar que el escenario abierto con el anuncio del odio del mundo es, además, «exactamente el contrario de la otra palabra confortante y llena de promesas».
En la homilía, ha destacado también que no todas las dificultades y contrariedades son, pues, «odio del mundo, sino solo la violencia que se abate sobre nosotros porque somos del Señor».
En este día en el que la Iglesia ha declarado beatos a estos mártires, ha explicado que es una ocasión para contemplar que «es un grupo que nos pone delante una variedad de perfiles humanos, una riqueza y profundidad de espiritualidad, a veces también con profundas raíces en las ciencias teológicas, expresadas en la multiplicidad de las experiencias cotidianas, antes de alcanzar la cima del martirio que sella con su sangre toda la existencia».
«Estamos delante de una visión de la historia cuya memoria podrá convertirse en un lugar de evangelización dentro de contextos secularizados. Es el testimonio de una Iglesia circumdata varietate. Es como la explosión de la Pentecostés, la realización de la profecía de Joel. El Espíritu Santo irrumpe sobre todos», ha aclamado.
Agradecimiento del obispo de Córdoba
Antes de finalizar la celebración, el obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, ha tomado la palabra para agradecer al Santo Padre en nombre de la ciudad, del presbiterio, de los fieles y en el suyo propio, esta Beatificación. Un gran aplauso ha rubricado en las naves del templo donde, como ha manifestado el prelado, «celebramos con inmenso gozo la Beatificación de los 127 mártires, donde la Iglesia se alegra con los mejores de entre sus hijos que son, por tanto, los que alcanzaron con un amor más grande la gloria del cielo».
«El amor de Cristo ha revolucionado profundamente la historia, transformando el suplicio de la cruz en cauce de redención. La tortura de los mártires ha producido entre nosotros un amor más grande y hoy constatamos una vez más que la vida cristiana es cauce de humanización, reconciliación y de paz para los pueblos», ha asegurado.
Monseñor Demetrio Fernández ha agradecido especialmente al Santo Padre que haya inscrito a los mártires cordobeses en el elenco de los Beatos de la Iglesia, así como al Cardenal, la Congregación para las Causas de los Santos y todos los que han hecho posible llegar a la Beatificación.
«La Causa que un día inició el actual arzobispo emérito de Sevilla ha llegado a feliz término, esperemos ahora un milagro y que nos veamos en Roma muy pronto», ha expresado el Obispo en su deseo de que estos mártires se conviertan en «semilla del Evangelio».
Los familiares de los que han subido a los altares, emocionados: «Es el día más grande de nuestras vidas»
El periodista Luis Miranda entrevistó a algunos familiares para el diario ABC. Carmen Paramio se le quiebra la voz y empaña la mirada cuando se le pregunta por lo que acaba de vivir en la Catedral de Córdoba. Su tío abuelo Alfonso Gallardo es uno de los 127 nuevos beatos, subidos a los altares por su condición de mártires de la persecución religiosa en Córdoba.
No lo conoció, pero sí su madre, que vive en Madrid y que a sus 98 no ha podido desplazarse por encontrarse enferma. «Tiene que estar pasando un gran día», cuenta. La historia del beato Alfonso Gallardo es la de un sacerdote nacido en Zamoranos que tuvo varios destinos y que al comienzo de la Guerra Civil estaba en Puente Genil.
Murió dando testimonio: casi delante de un Cristo a la salida de su casa diciendo «Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Carmen recibió de su madre la memoria de su muerte como santo y este sábado se ha confesado «muy emocionada, por él y por los otros 126 mártires».
María José y Lourdes Fuentes García han acudido por su tío, el beato Francisco García León, al que llamaban Frasquito, y que es el más joven de los beatificados. Tenía 15 años y vivía en Montoro. «Fueron a su casa a por su padre y volvieron a por su tío. Él llevaba un escapulario de la Virgen del Carmen y le dijeron que se lo quitara. Se negó y se lo llevaron», cuentan recordando lo que les relataba su madre, fallecida hace cinco años.
Frasquito «era un joven muy católico, que hacía el bien, y por eso lo mataron». «Sabemos que cuando se fueron a sacar a los restos, encontraron abrazados al padre y al hijo, así queparece ser que los enterraron vivos después de disparar», cuenta.
Su familia está orgullosa y no lo ha vivido con rencor, sino al contrario. La madre de María José y Lourdes Fuentes habló con un hombre para que sacaran a su padre y a su hermano de la cárcel, pero él le confesó que ya los habían fusilado. «Después le dio catequesis a su hija», revelan.
Muy joven era también el beato Antonio Gaitán Perabad. «Vio cómo se llevaban a su padre y le dijeron que se fuera con su madre, pero él no quiso. Y también lo mataron», dice María Esther Fuertes, su cuñada, viuda de uno de sus hermanos.
«Sus familiares eran, no de derechas, sino que tenía patrimonio, y vivían de su patrimonio y su trabajo. Hubo alguien que dirigía a quién había matar y a quién no», recuerda. Su cuñada, que pertenecía a la Institución Teresiana, se dedicó con ahínco a buscar testimonios para la beatificación.
No vivió para verlo, como tampoco su marido, que vivió aquella desgracia en su familia «con resignación, porque es difícil quedarse sin padre a los siete años, como él».