(ACN/InfoCatólica) La vida para los cristianos en Pakistán no es fácil. Miembros de una minoría religiosa, a menudo son víctima de discriminación y de exclusión social. Los cristianos pertenecen, en su mayoría, a las clases más pobres de la sociedad: trabajadores en fábricas, jornaleros, personal doméstico o limpiadores de canales y letrinas.
Muchos de ellos se ven ignorados y faltos de apoyo legal ante las fuerzas del orden a la hora de defender sus derechos. Esta situación de vulnerabilidad todavía es más grande y peligrosa para las mujeres cristianas. Las denuncias públicas de abuso sexual y matrimonios forzados (con musulmanes) son cada vez más numerosas, pero la cifra real sería mucho más grande.
La fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) está apoyando un programa para capacitar a mujeres cristianas jóvenes que viven en situación desfavorecida. Muchas de las mujeres que participan en el programa son estudiantes o trabajadoras domésticas en barrios marginales de una gran ciudad de Pakistan. Por motivos de seguridad y para evitar cualquier tipo de represalias contra las jóvenes y contra el socio de proyectos local, ACN no ha querido compartir nombres ni lugares, pero sí los testimonios, los miedos y la preocupación que sienten, así como la realidad que viven las mujeres cristianas en Pakistán.
Testimonios de fe y esperanza
Una de ellas es Samia (nombre ficticio), vive en el norte de Pakistan con sus padres y cuatro hermanos. Su padre trabaja en una fábrica y su madre es ama de casa. Así describe la realidad a la que se confronta cada día: «Como pertenezco a una familia cristiana, mis padres siempre me han aconsejado que no hable de las diferencias religiosas con los demás. Nos enseñaron a soportar cualquier discriminación porque no tenemos influencia alguna ya que vivimos en un país musulmán. Tengo miedo de ser discriminada por las leyes, somos minoría y no tenemos un fuerte apoyo en Pakistán. Vivimos preocupados y bajo presión. Pensamos que, si defendemos nuestros derechos, denunciarán casos de blasfemia o cualquier otro caso dando declaraciones falsas, como ya ha ocurrido en el pasado», explica Samia.
«Gracias a mi participación en el programa de capacitación para mujeres apoyado por la fundación ACN, he visto fortalecida mi fe. Nos sensibilizaron de nuestras responsabilidades y derechos. Nos animaron a ser fuertes, a luchar contra la discriminación de la conversión forzada, el acoso, la violencia, y a defender la igualdad de derechos», dice la joven de 20 años. Samia se ha visto motivada «a trabajar duro para que nuestra comunidad tenga un futuro mejor».
Otra de las participantes es Ashia (nombre ficticio), su padre es barrendero y apenas gana 10.000 rupias (unos 53 euros) al mes. «En el colegio sufría muchos actos de discriminación por parte de mis profesores y compañeros de clase, por lo que me costaba mucho prestar atención a mis estudios», explica la joven de 17 años. Entonces, Ashia compartió sus penas con una amiga que le animó a participar en el programa de ACN. «Escuché las sesiones de ayuda y me dieron nuevas fuerzas y alas de esperanza para manejar mis circunstancias. Me prometí a mí misma no darles a los que me acosaban oportunidad de destruir mi futuro. Estudiaré mucho y demostraré que nuestro Señor siempre está con nosotros, que nos da poder, nos guía y nos protege,» concluye la joven.
Paradigmático es el caso de Shazia (nombre ficticio). Como muchas jóvenes cristianas, la joven de 19 años tenía grandes sueños. Su padre, conductor de rikshaw, era el único en mantener a la familia. Con mucho esfuerzo por parte de su familia, ella estudiaba ingeniería de software en la universidad. Debido a la crisis financiera, tuvo que dejar los estudios en el segundo año de universidad. «Empecé a trabajar en una fábrica para ayudar a mi padre a mantener a mi familia económicamente. Ganaba entre 8.000 y 10.000 rupias pakistaníes mensuales. Lo consideraba mi destino y fuente de supervivencia de mi futuro», cuenta Shazia.
Vivía resignada, hasta que tomó parte del proyecto de capacitación y asesoramiento profesional que apoya ACN. «La esperanza llegó a mi vida. Encendieron la chispa de hacer algo diferente en nuestras vidas para lograr un cambio positivo entre muchos jóvenes desesperados como yo. La charla motivadora me inspiró mucho y me di cuenta de que la educación es la única herramienta y la clave del éxito. Todo es posible si nos comprometemos de corazón y atravesamos las dificultades de la vida con valor», dice Shazia.
Una de las más jóvenes participantes en el programa es Nasreen (nombre ficticio). La joven de 15 años estaba en 9º curso en una escuela pública cuando la pandemia destrozó su vida. Su padre es jornalero y debido al confinamiento se enfrentó a muchos problemas financieros, como por ejemplo el pago de las tasas escolares o los gastos para seguir las clases por internet.
Todo se juntó: Nasreen no podía pagar las cuotas y además era la única cristiana en la clase. Al final fue expulsada del curso online. «Estaba muy disgustada pero no podía hablar con mis padres sobre este asunto porque ellos ya sufrían muchísimo por la mala situación económica de nuestro hogar», cuenta la joven. «No era la primera vez, mis compañeros me perjudicaban continuamente al discriminarnos a mí y a mi familia por motivos de religión.
Estaba confundida y desesperada por lo que me estaba pasando», lamenta Nasreen. «Entonces, conocí al equipo del proyecto que estaba dando una sesión a un grupo de chicas jóvenes como yo, para explicarles por qué la formación es importante para crecer personal y espiritualmente». Las cosas han mejorado y el padre de Nasreen puede trabajar de nuevo y pagar las cuotas escolares.
Pero no se trata solo de la parte económica, el apoyo moral y fortalecimiento que dan los cursos son fundamentales para las jóvenes cristianas que se sienten a menudo superadas y abandonadas ante el destino: «Estoy muy agradecida a ACN por haber sido una fuente de gran cambio en mi vida. Ahora, la vela de la esperanza y la fe me ilumina y no se desvanecerá por ninguna discriminación que sufra en el futuro».