(CNA/InfoCatólica) En una declaración publicada el 14 de mayo en la revista Journal of Medicine and Philosophy, un grupo de más de 100 «expertos en medicina, bioética, filosofía y derecho» afirma que, aunque la ley relativa a la muerte cerebral necesita ciertamente una revisión, la propuesta de revisión conocida como RUDDA «no es la manera de hacerlo».
Entre los firmantes se encuentran varios médicos católicos y especialistas en bioética que trabajan en universidades católicas.
«Abarcamos una amplia gama de profesiones, visiones del mundo y nacionalidades», dice la declaración.
«No estamos necesariamente de acuerdo entre nosotros en todos los aspectos del debate sobre la muerte cerebral o en los principios éticos fundamentales. Sí estamos de acuerdo en que la UDDA (ndt: siglas de muerte cerebral en inglés) debe ser revisada y que la RUDDA no es la forma de revisarla.»
La RUDDA es una de las propuestas que actualmente está estudiando el comité de estudio de la Uniform Law Comission (ULC).
Si la ULC decide aceptar la RUDDA, las legislaturas estatales de todo el país podrían seguir su ejemplo y adoptar la ley revisada.
¿Qué es la muerte cerebral?
La muerte cerebral, también llamada muerte por criterios neurológicos, consiste en la práctica de declarar a una persona muerta basándose en la pérdida de la función cerebral, en lugar de la detención del corazón y la respiración.
La muerte cerebral es un criterio comúnmente aceptado para declarar la muerte de una persona, y es utilizado por los médicos docenas de veces cada día en los Estados Unidos. Según las directrices de 1981 de la Asociación Médica Americana, la muerte cerebral supone el «cese irreversible de todas las funciones de todo el cerebro».
Los donantes con muerte cerebral son, hoy en día, la principal fuente de trasplantes de órganos. Órganos como el corazón, los pulmones y el páncreas pueden ser -y son- extraídos de donantes con muerte cerebral lo más cerca posible del momento de la muerte.
No aparece en el Catecismo. Postura de San Juan Pablo II
Aunque el término «muerte cerebral» no se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica, San Juan Pablo II afirmó en el año 2000 que, si se diagnostica correctamente, el cese completo e irreversible de todas las funciones cerebrales parece una forma válida de evaluar con certeza moral que una persona ha muerto.
Hoy en día, los médicos católicos y los expertos en ética se hacen eco de San Juan Pablo II al afirmar que la muerte cerebral, cuando se diagnostica correctamente, no es un «tipo» de muerte; es simplemente la muerte, y punto. Sin embargo, la muerte cerebral sigue siendo un tema muy debatido entre algunos profesionales médicos y expertos en ética católicos.
¿Cuál es el cambio legal propuesto?
Los autores Ariane Lewis, Richard Bonnie y Thaddeus Pope propusieron varias revisiones a la Ley de Determinación Uniforme de la Muerte (UDDA) -una ley de 1981 que todos los estados de EE.UU. han adoptado desde entonces- en un artículo publicado en enero de 2020 en la revista Annals of Internal Medicine.
Lewis, Bonnie y Pope afirman que una de las razones de su propuesta es que existe confusión sobre lo que constituyen los «estándares médicos aceptados» para declarar la muerte cerebral de un paciente.
Así, la RUDDA pondría la ley en consonancia con las directrices para diagnosticar la muerte cerebral establecidas por la Asociación Americana de Neurología (AAN).
Sin embargo, las directrices de la AAN -actualizadas por última vez en 2010- no obligan a realizar pruebas para determinar el cese completo de las funciones cerebrales más allá de lo que se puede diagnosticar a pie de cama, como un electroencefalograma.
Los autores sugirieron además una revisión de una frase de la AAN que actualmente ordena el «cese irreversible de todas las funciones de todo el cerebro» como criterio de muerte cerebral, sobre todo eliminando la palabra «todas».
Esto se debe a que la función hormonal, asociada a la parte del cerebro llamada hipotálamo, así como a la glándula pituitaria, no forma parte de los «estándares médicos aceptados» para la muerte cerebral, afirman los autores.
Por ello, sugieren añadir «con la excepción de la función hormonal» al requisito de «todo el cerebro» de la UDDA.
Por último, las revisiones propuestas eliminarían la necesidad de que los médicos obtengan el consentimiento de los familiares del paciente antes de realizar las pruebas de muerte cerebral.
¿Por qué la RUDDA encuentra oposición?
Los firmantes de la declaración de mayo señalan tres razones por las que, en su opinión, la RUDDA propuesta por Lewis, Bonnie y Pope no debería aprobarse como ley.
Señalando los raros casos en los que pacientes diagnosticados con muerte cerebral han seguido viviendo -a veces durante años-, los firmantes afirman que la RUDDA podría conducir a «un riesgo no despreciable de diagnosticar erróneamente a un paciente vivo como muerto».
El Centro Nacional Católico de Bioética ha afirmado en el pasado que los casos en los que un paciente declarado en muerte cerebral se ha recuperado o mejorado finalmente indican un diagnóstico incorrecto de muerte cerebral en primer lugar.
«Las historias de personas que continúan con un respirador durante meses o años después de haber sido declaradas con muerte cerebral suelen indicar que no se han aplicado las pruebas y los criterios de determinación de la muerte cerebral con la atención y el rigor adecuados», dijo el padre Tad Pacholczyk, director de educación del centro, en una hoja informativa publicada en el año 2005. «En otras palabras, es probable que alguien haya recortado algo en la realización de las pruebas y el diagnóstico».
Los firmantes también rechazaron las afirmaciones de Lewis, Bonnie y Pope de que un paciente puede ser declarado con muerte cerebral a pesar de que continúe la función hipotalámica, u hormonal.
Excluir la función hormonal de la definición de muerte cerebral eliminaría la posibilidad de presentar demandas a las familias o a los apoderados de los pacientes que siguen viviendo a pesar de haber sido declarados con muerte cerebral.
Niña muerta muy viva
Un caso muy publicitado es el de Jahi McMath, una niña californiana de 13 años que en diciembre de 2013 sufrió una hemorragia cerebral tras las complicaciones de una operación rutinaria de amígdalas.
Cinco médicos -dos del Hospital Infantil de Oakland y tres independientes solicitados por la familia- declararon la muerte cerebral de McMath basándose en las pruebas que mostraban la ausencia de flujo sanguíneo en su cerebro y de signos de actividad eléctrica tras realizar un electroencefalograma.
La familia de McMath impugnó el diagnóstico y en enero de 2014 el hospital le dio el alta. La familia de la niña la llevó a un lugar no revelado -al parecer, en Nueva Jersey- para recibir tratamiento, donde, según la familia, McMath siguió viviendo y creciendo, e incluso tuvo la menstruación.
«Es simplemente absurdo proponer que la menstruación periódica sea compatible con estar muerta», afirman los autores del comunicado.
Los videos publicados en línea muestran a McMath moviendo ocasionalmente su pie. En junio de 2018, la familia de McMath dijo que la adolescente había muerto, citando «complicaciones asociadas a la insuficiencia hepática»
Por último, los firmantes de la declaración de mayo criticaron la propuesta de la RUDDA de que el consentimiento informado no es necesario para ciertas pruebas confirmatorias de la muerte cerebral, como la prueba de apnea, por la que se retira a un paciente de un ventilador durante varios minutos para ver si es capaz de respirar por sí mismo.
Los firmantes citaron pruebas de que las pruebas de apnea no son beneficiosas para los pacientes y pueden, al menos en teoría, precipitar la muerte cerebral en lugar de comprobarla.
Los firmantes concluyen la declaración argumentando que una ley revisada debería incluir una cláusula de exclusión para las personas que no acepten la muerte cerebral por motivos religiosos o de otro tipo.
«Las objeciones a un criterio neurológico de la muerte no se basan únicamente en creencias religiosas o en la ignorancia. Las personas tienen derecho a que no se les imponga un concepto de muerte que los expertos debaten enérgicamente en contra de su criterio y su conciencia», afirman los autores.
«Esto no quiere decir que alguien deba poder especificar cualquier concepto fantasioso de la muerte para sí mismo, pero sí, que cualquiera debe poder especificar que quiere ser declarado muerto por criterios circulatorio-respiratorios en lugar de por criterios neurológicos».
¿Qué deben hacer los católicos ante esto?
Aunque la donación y aceptación de órganos está permitida e incluso es loable para los católicos, hay que tener cuidado de que el donante esté realmente muerto.
El NCBC afirma que es aceptable que los católicos reciban órganos trasplantados de donantes con muerte cerebral, siempre que exista la certeza moral de que el diagnóstico se ha hecho con «rigor».
En su discurso del año 2000, San Juan Pablo II subrayó la importancia de extraer sólo órganos de personas que hayan fallecido definitivamente.
El discurso del Papa se basó en lo que escribió en la encíclica Evangelium vitae de 1995, en la que condenó cualquier práctica por la que «se extraigan órganos sin respetar criterios objetivos y adecuados que verifiquen la muerte del donante», calificando dicha práctica como una forma de «eutanasia... furtiva».
El Dr. Joseph Eble, médico de consulta privada y presidente del Gremio de Tulsa de la Asociación Médica Católica, dijo a CNA en abril que le preocupa que el alejamiento de todo lo que no sean las normas más rigurosas para diagnosticar la muerte cerebral pueda hacer más difícil para los católicos estar moralmente seguros de que una persona ha muerto de facto.
Eble añadió que le preocupa que el hecho de que las pruebas de confirmación sean opcionales por ley facilite a los médicos el diagnóstico de muerte cerebral en pacientes que tienen posibilidades de recuperarse si no se les extraen los órganos y se les da más tiempo.
Jozef Zalot, especialista en ética del Centro Nacional Católico de Bioética, declaró a CNA en abril que, aunque en principio contar con directrices uniformes es algo positivo, cabe preguntarse si las directrices de la AAN, tal y como las proponen los autores de las revisiones, son las más adecuadas.
Los cambios propuestos en la AAN parecen atentar, según Zalot, contra la certeza moral de que una persona está muerta al hacer innecesarias ciertas pruebas de confirmación.
«Ciertamente, da la impresión de que se están recortando gastos», dijo.
La Dra. Barbara Golder, médico y abogada de la Asociación Médica Católica, señaló que la muerte cerebral a menudo no «parece» la muerte, ya que un paciente declarado con muerte cerebral puede parecer que todavía respira, mostrar funciones involuntarias como la sudoración, e incluso puede crecer y desarrollarse.
Los cuerpos de los pacientes con muerte cerebral reciben a veces anestesia mientras se les extraen los órganos, y pueden mostrar movimientos involuntarios.
La Pontificia Academia para las Ciencias abordó este fenómeno en un documento de 2008, afirmando que «el ventilador, y no el individuo, mantiene artificialmente la apariencia de vitalidad del cuerpo. Así, en una condición de muerte cerebral, la llamada vida de las partes del cuerpo es vida artificial y no vida natural. En esencia, un instrumento artificial se ha convertido en la causa principal de esa vida no natural. De este modo, la muerte queda camuflada o enmascarada por el uso del instrumento artificial».
El Centro Nacional Católico de Bioética está de acuerdo y afirma que, a pesar de la pérdida total de la función cerebral, «el soporte artificial puede hacer que la víctima parezca viva visualmente y al tacto.»
El organismo curial vaticano también afirmó que «la muerte cerebral... 'es' la muerte», y que «algo esencial distingue la muerte cerebral de todos los demás tipos de disfunción cerebral grave que engloban alteraciones de la conciencia (por ejemplo, el coma, el estado vegetativo y el estado de mínima conciencia).»
«Si no se cumplen los criterios de la muerte cerebral, no se cruza la barrera entre la vida y la muerte, por muy grave e irreversible que sea la lesión cerebral», añadió la academia.
Golder dijo a CNA que, en general, para la mayoría de las situaciones, un diagnóstico de muerte cerebral es «fiable y razonable» cuando se utiliza para determinar si hay que interrumpir ciertos cuidados, como un respirador, a un paciente.
Aun así, tomar la decisión de interrumpir el tratamiento a un ser querido y dejar que la enfermedad siga su curso natural -tanto si el paciente ha sido declarado en muerte cerebral como si no- nunca es fácil, y debe hacerse en estrecha colaboración con un médico de confianza, dijo.
«No hay que ser tímido a la hora de pedir a alguien que te guíe y te ayude a interpretar la situación. Es realmente importante», dijo.
«Pídale al médico que le explique cómo funciona el proceso [de declaración de muerte cerebral], ya que los distintos lugares tienen protocolos diferentes. No hay preguntas 'tontas': pregunte lo que se le ocurra».
Las familias católicas deben entender que la mayoría de los médicos hacen lo mejor que pueden cuando se trata de diagnosticar la muerte. El resto, dice, está en manos de Dios.