(InfoCatólica) César Félix Sánchez Martínez es profesor de filosofía e historia del pensamiento en Arequipa, Perú. Ha seguido de cerca la coyuntura política y sanitaria de su país a lo largo del periodo de la pandemia con columnas periodísticas, ensayos y análisis publicados en diversos medios. Le entrevistamos con ocasión de las próximas elecciones del Perú.
¿Cuál es la situación actual del Perú en este año electoral?
El Perú ha sido quizás el país más afectado en el mundo por la llamada pandemia del SARS-COV 2 y las medidas de emergencia que trajo. Según las cifras oficiales, en agosto del año pasado alcanzamos el primer lugar en muertos por millón en el mundo. Y considerando que el registro nacional de defunciones ha manifestado incrementos notables con respecto a la media de defunciones de estos meses comparados con los de años previos, a la larga, las cifras de fallecidos ocasionados directa o indirectamente por la pandemia será aún más alta y eso nos colocará probablemente como el país más afectado del mundo. El colapso económico ha sido también el mayor del mundo.
Lo curioso es que, como fue señalado con alborozo por los medios internacionales, el Perú fue el primer país de América Latina en establecer una cuarentena general el 16 de marzo de 2020, que fue de las más restrictivas y largas (si no la más) del mundo y que duraría cerca de cinco meses en la mayoría del territorio nacional. Y, sin embargo, nos fue peor que a países como Nicaragua o Suecia que literalmente no hicieron nada.
Hemos sido la prueba palpitante de una realidad que ya estudios de la Heritage Foundation, científicos de Duke, Johns Hopkins y Harvard y el premio nobel Michael Levitt habían señalado: que las cuarentenas pueden ser altamente contraproducentes e incluso mortales.
¿Y cómo ha afectado esta situación a la Iglesia y a los creyentes?
Mientras incluso gobiernos socialcomunistas anticatólicos como el de España no se atrevieron a restringir de manera total el derecho de los fieles al culto público, el gobierno de Martín Vizcarra en el Perú prácticamente abolió el culto público en todo el territorio nacional, no solo durante los meses de cuarentena, sino que, incluso después del fin de la cuarentena y el descenso en casos y defunciones en septiembre, tenía la intención explícita de que recién en diciembre se abriesen los templos solo para la oración privada. En ese momento, algunos obispos en distintas regiones hicieron caso omiso de tales medidas (significativamente en Chiclayo, Arequipa y Piura) y, al final, la misma Conferencia Episcopal manifestó a inicios de noviembre que dejaría al arbitrio de los obispos el reiniciar el culto. Antes de que el gobierno de Vizcarra pudiese reaccionar, fue vacado por el congreso por acusaciones de corrupción el 9 de noviembre de 2020. Para el primer domingo de Adviento, ya todo el territorio nacional podía disfrutar de las libertades de culto más básicas, hasta la segunda cuarentena parcial en febrero cuando el gobierno de Sagasti las volvió a restringir en algunos lugares.
Pero donde se observa más el sesgo misterioso del gobierno de Vizcarra contra la religión fue en dos ocasiones específicas. Durante la cuarentena, dentro de las distintas profesiones o funciones que podían conseguir un pase para transitar de manera libre no se encontraba el de ministro religioso o sacerdote. Así, los sacerdotes que durante esos meses salieron para dar los últimos sacramentos a los fieles o lo hicieron violando las normas o tuvieron que hacer uso de una reserva mental presentándose como asistentes o enfermeros de personas mayores. Eso no ha tenido parangón en ningún país del mundo. Ni siquiera la Argentina neokirchnerista, también cultora de las cuarentenas estrictas, se atrevió a hacerlo, porque siempre se permitió allí explícitamente la circulación de ministros de culto.
Sin embargo, estas medidas palidecen ante la descomunal locura que significó rechazar el apoyo logístico de la Iglesia en el reparto de alimentos cuando la cuarentena y el fracaso de los bonos monetarios fallidos llevaban a amplios sectores de la población al borde de la inanición en mayo.
Pero ¿a qué se debió esta gestión tan catastrófica?
Creo que la esencia del fracaso del Perú en la lucha contra el COVID se centra en la ideologización de los burócratas globalistas que conforman lo que podríamos llamar un deep state en el Perú, formado por un conjunto de consultores y seudotecnócratas que empezaron a colonizar el aparato estatal peruano desde los tiempos de Ollanta Humala y que han establecido un mecanismo de «puertas giratorias» con la gran prensa nacional y con ciertas universidades influyentes. Se reparten entre ellos los cargos y además desvían cientos de millones de dólares en las llamadas consultorías, que, por ejemplo, en el 2019 significaron un gasto de más de dos mil millones de soles del erario público. Este mecanismo ha servido también como una suerte de soborno legal a la gran prensa televisiva, que formó una sólida muralla acrítica de desinformación y defensa del gobierno y su tiranía sanitaria. Todos estos mecanismos llegaron a su exacerbación durante el gobierno de Martín Vizcarra.
Así, los tecnócratas del régimen no vacilaron en aplicar una cuarentena draconiana general calcada de los más afiebrados experimentos sociales del Imperial College de Londres y de Neil Ferguson (favoritos del globalismo) en un país donde el 72 % de trabajadores pertenecen al sector informal y donde el 49 % por ciento de hogares no cuentan con refrigeradora en casa. No tuvieron en cuenta los factores climáticos y humanos tan diversos, ni la distinta incidencia del virus en las regiones. Así, para junio, el principal efecto de la cuarentena había sido quebrar el sistema inmunológico de amplios sectores de la población a fuerza del hambre y el miedo.
Por otro lado, la ideología progresista de estos personajes se reveló de manera clara en medidas como el llamado «pico y placa de género», que establecía días diferenciados para la salida de hombres y mujeres, lo que, junto con la inamovilidad estricta (cerrazón absoluta de todo) decretada el jueves y viernes santo, así como el domingo de resurrección, en abril de 2020, provocaron escenas de pánico y aglomeraciones especialmente en los sectores populares. Semanas después empezó el colapso sanitario en Lima e Iquitos. El responsable de esta medida, Farid Matuk, asesor del gobierno y antiguo trotskista, confesó que la medida se dio para «quebrar el patriarcado» al obligar a la transformación de los roles sociales de la mujer y el hombre en el país. Para estos individuos, la pandemia, lejos de ser una tragedia que requería un combate real, era una ocasión propicia para la transformación revolucionaria.
Finalmente, esta cliqué progresista pretende crear un aparato estatal que, por primera vez en la historia del Perú, no intente solamente estorbar la vida económica del país, sino monopolizar toda legitimidad y representación social ante los ojos de la población. De ahí el rechazo ideológico no solo a la cooperación de la Iglesia y del Ejército en el reparto de alimentos (que el gobierno otorgó a los municipios, con la consecuencia inevitable de corrupción, ineficiencia y sobreprecios), sino a la de la misma empresa privada y sociedad civil. En momentos críticos, el gobierno obstaculizó las iniciativas privadas de ayuda, hasta extremos delirantes. La idea era generar la impresión de que el único gran salvador del Perú era Vizcarra y sus burócratas.
No hay que descartar, tampoco, la presencia de la corrupción. Como se sabe, toda medida de confinamiento, sea estricta o flexible, debe venir acompañada por un cerco epidemiológico que ubique, con pruebas moleculares efectivas, los focos de contagio. En un caso único en el mundo, el Perú optó por utilizar pruebas serológicas rápidas de bajísima calidad como herramientas de diagnóstico, con el resultado de cientos de miles de falsos negativos, que facilitaron millones de contagios masivos y trágicos, incluso en instituciones como la policía nacional. Aunque se le advirtió, Vizcarra insistió en realizar una compra millonaria de estos productos, diciendo, primero, que eran tan efectivas como las moleculares y, luego, que era «lo único que había» y que nuestro país no tenía laboratorios adecuados para las moleculares. Las consecuencias fueron catastróficas. Y parece que, junto con la torpeza y la incuria, la principal razón para optar por ellas fue la corrupción. Algo semejante parece haber sucedido en el más reciente escándalo de la millonaria compra de las muy ineficaces vacunas chinas Sinopharm, en el que también el Perú ha batido un triste recórd mundial al optar masivamente por las vacunas más caras e ineficaces de todo el mercado.
Y lo más triste de todo fue ver cómo el gobierno y el mismo Vizcarra reaccionaban ante cada nuevo fracaso humillando y culpando a la población.
Un panorama terrible. ¿Y no existió una resistencia de la población ante una gestión tan destructiva?
Lamentablemente no, por lo menos durante los primeros meses. El cerco informativo a favor del gobierno era casi unánime, especialmente debido a los generosos créditos de reactivación que el gobierno avaló para los grandes conglomerados mediáticos. Cuando al inicio de la emergencia, el doctor Ernesto Bustamante, en el único canal televisivo de oposición, se atrevió a profetizar que el uso masivo de pruebas serológicas como diagnóstico provocaría una crisis social sin precedentes, legiones de trolls gobiernistas lo acosaron hasta extremos vergonzosos. Por otro lado, se dieron casos inauditos, como ver a la policía nacional irrumpir en casas de personas para arrestarlas por criticar la cuarentena en las redes sociales. Además, un sector nada desdeñable de la población desarrolló una especie de Síndrome de Estocolmo con su agresor Vizcarra, que aparecía todos los días en cadena nacional, al más puro estilo de Chávez, para mentir y regañar a la población. Por otro lado, el sector progresista de la jerarquía eclesiástica católica manifestó su entusiasmo con el gobierno y sus medidas coercitivas siempre que pudo. Parece que cambiaron la «opción preferencial por los pobres» por la «opción preferencial por los tecnócratas globalistas progres y por la oligarquía mediática del grupo El Comercio». Poco a poco, sin embargo, los peruanos más humildes empezaron a volver a las calles a trabajar, en un acto de resistencia pacífica silenciado, cuando no vilipendiado, por los grandes medios.
En este contexto, ¿cómo emerge la candidatura de Rafael López Aliaga?
Rafael López Aliaga es un empresario católico practicante que estaba relegado por las grandes encuestadores a la categoría de «otros» y que era ignorado por la oligarquía mediática peruana. Pero a medida que la catástrofe se agudizaba, el único medio televisivo independiente, que lo entrevistaba con frecuencia, empezó a convertirse en un referente para los peruanos «humillados y ofendidos» por las mentiras de Vizcarra y el pisoteo sistemático a su economía y a sus derechos. Fue el único político que apoyó la vacancia de Vizcarra mientras el coro de la prensa concentrada incitaba contra ella una insurrección popular absurda que acabó copada por la extrema izquierda. Por otro lado, a diferencia de todos los demás políticos que seguían a pie juntillas el guion del gobierno, López Aliaga se atrevió a manifestar su desacuerdo con las cuarentenas y la tiranía sanitaria, gran herejía para la prensa y el gobierno. Y ahí empezó el crecimiento de su candidatura, particularmente a partir de enero. Era la única voz discordante en medio de una clase política asociada de diversas formas al gobierno omnímodo y corrupto de Vizcarra.
Su propuesta de reducir los ministerios y el aparato estatal también ha generado mucha expectativa.
Usted mencionó que López Aliaga es un católico practicante, pero parece que goza de un gran apoyo entre la población evangélica del Perú…
Sí, López Aliaga es un católico de misa y rosario diario. Pero el pueblo evangélico del Perú se ha dado cuenta que, a diferencia de otras figuras a las que apoyaron en el pasado, la fe católica real de López Aliaga es una garantía para un gobierno que no solo respete los llamados «principios no negociables» de la defensa de la vida y la familia, sino que los promueva y los ponga en el centro de la política. Además, a diferencia de otros candidatos acomplejados, López Aliaga no se amilana a la hora de mencionar la centralidad de Cristo en su vida y carrera políticas. Por otro lado, la persecución religiosa embozada durante el gobierno de Vizcarra ha provocado un despertar entre los cristianos del Perú, que saben que de esta elección depende su libertad.
En los últimos días, sus rivales políticos y los grandes medios peruanos han pasado de ignorar a Rafael López Aliaga a atacarlo diariamente. ¿A qué obedece este cambio?
A que, incluso en sus encuestas dirigidas, ya aparece Rafael López Aliaga en los primeros lugares. Su propuesta de reducir el Estado y acabar con las burocracias progresistas que lo infestan y nos han llevado al fracaso mundial durante la pandemia, así como con los subsidios estatales a su prensa parásita, ha generado un gran pánico en estos sectores, que pretenden satanizarlo en todo momento. Saben bien que su parasitismo destructivo se terminará si López Aliaga gana. Se intentó incluso usar los tribunales electorales para suspender la candidatura, ¡acusándolo de querer donar su sueldo a organizaciones de caridad!
También se ha llegado al recurso artero de descontextualizar declaraciones a favor de la vida y la familia de su candidata a la vicepresidencia, una conocida y respetada figura del movimiento pro-vida peruano, situación que ha llevado a confusiones incluso dentro del mismo partido, que ya, felizmente, se están resolviendo.
Por otro lado, los más agresivos contra Rafael López Aliaga son Verónika Mendoza, de Juntos por el Perú, de la extrema izquierda, y Julio Guzmán, figura globalista proverbial, del Partido Morado, que fue el permanente apoyo en el congreso al régimen de Vizcarra. Es el partido que, luego de las asonadas de noviembre contra la vacancia a Vizcarra, ocupa actualmente la presidencia de la república de la mano de su dirigente Francisco Sagasti. La ira contra López Aliaga es paralela al misterioso entusiasmo de ambos personajes por las cuarentenas y por la vacuna china. Guzmán ha llegado a decir que criticarla es «sedición» y ha insinuado que el canal independiente que denunció este escándalo debe de ser cerrado. Ambos, también, son entusiastas defensores de la ideología del transgenerismo en sus extremos más delirantes y del aborto libre. Sus listas parlamentarias están repletas de personajes que representan toda clase de perversiones y extravagancias vinculadas a la revolución sexual y a la contracultura.
Existe, también, una figura menor, el economista liberal Hernando de Soto, que pasa de abrazar y elogiar a Rafael López Aliaga a atacarlo, todo por tratar de «cazar» votos, debido a la angustia que le provoca el estar muy rezagado en la intención de voto. Lo triste es que algunas figuras católicas continúan apoyando a esa opción que, en el mejor de los casos, solo servirá para debilitar a la candidatura más fuerte de López Aliaga, restándole algunos puntos porcentuales. Cuando uno revisa la historia de De Soto y sus amistades con figuras como los Clinton, se puede pensar en que todo esto quizás no sea tan casual.
¿Qué significaría para Hispanoamérica y para el mundo un triunfo de Rafael López Aliaga?
Significaría el triunfo de un pueblo contra los experimentos del globalismo, que durante la pandemia se han demostrado tan destructivos. Sería una pausa providencial en medio de una agenda impuesta sin consultar a los peruanos, destinada a demoler los valores tradicionales y la familia, en el único país de América del Sur en que todavía el aborto está restringido y no existe matrimonio homosexual o algún sucedáneo semejante. Puede ser el inicio, también, de una reacción contra estas tendencias en los países andinos y en otros ámbitos hispanoamericanos.
En síntesis, ¿qué es lo que se juega el Perú en estas elecciones?
Su libertad y su misma existencia. Ya hemos vivido en carne propia y de manera trágica los estragos que puede causar un gobierno progresista y globalista como el de Martín Vizcarra. Una gestión presidencial semejante a partir del 2021 quizás marque un punto de no retorno. El Perú es un país cuyo pueblo es todavía mayoritariamente tradicional en su comprensión filosófica y moral del ser humano y sus deberes. Pero una pequeña élite progresista usurpa su representación y, a través de los medios y del aparato estatal, pretende engañarlo y manipularlo, aprovechándose de su proverbial mansedumbre. Podríamos parafrasear a Gil-Robles en 1936 y decir que «la mayoría del Perú se resiste a morir». Pero el poder nacional e internacional de estas élites y los tentáculos todavía presentes de la corruptísima y nefasta Odebrecht, que colonizó al Perú en los últimos años y cuya influencia destructiva en la política Rafael López Aliaga ha jurado combatir, han generado un cerco mediático a su candidatura. Sin embargo, las encuestas y otros indicios más fiables nos dicen que el pueblo peruano ya ha despertado y busca liberarse de sus engañadores.
¿Que podemos hacer desde el extranjero para apoyar al Perú en esta coyuntura tan difícil?
Ante todo unirse en oración por esta causa. Desde Lepanto hasta el milagro de Austria de 1955, el rosario ha demostrado su poder para cambiar la historia. Las elecciones son el 11 de abril, dentro de menos de un mes, e imploro a los católicos del mundo a unirse en oración por el triunfo del candidato cristiano en el Perú y la derrota de las fuerzas anticristianas, cada vez más agresivas. También sería necesario que todos los cristianos, patriotas y personas de buena voluntad colaboren con las células de Renovación Popular en el extranjero: esta será la primera elección en la que la diáspora peruana en el mundo podrá elegir representantes al congreso en un distrito especial. Urge unirse en toda clase de apoyos espirituales y materiales a esta campaña, pues, como se ha visto muy claramente en estos días en el Perú, la lucha no es «contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo» (Efesios 6: 12).