(NCR/InfoCatólica) El purpurado africano concedió una entrevista a Il Foglio en la que destaca la importancia central de la liturgia y desmiente las afirmaciones sobre una ruptura con el Santo Padre.
Su Eminencia, todo el mundo se sorprendió por su salida de la Congregación para el Culto Divino. ¿Qué significa este momento?
Como todos los cardenales, según la norma vigente, le entregué al Santo Padre mi carta de renuncia como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el pasado junio con ocasión de mi 75 cumpleaños. En ese momento me pidió que continuara mi trabajo al servicio de la Iglesia universal donec alter provideatur, en otras palabras, «hasta que el Santo Padre decrete lo contrario.» Hace unas semanas, sin embargo, el Papa me informó que había decidido aceptar esta petición. Inmediatamente respondí que estaba feliz y agradecido por su decisión.
A menudo he dicho: «La obediencia al Papa no es sólo una necesidad humana, es el medio para obedecer a Cristo que puso al Apóstol Pedro y a sus sucesores a la cabeza de la Iglesia».
Estoy feliz y orgulloso de haber servido a tres Papas: San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, en la Curia Romana durante más de 20 años. He intentado ser un servidor leal, obediente y humilde de la verdad del Evangelio Aunque algunos periodistas repiten continuamente la misma tontería, nunca me he opuesto al Papa.
¿Que aprendió de su servicio en el dicasterio para la liturgia?
Algunos ven este dicasterio como un cargo honorífico, pero de poca importancia. Por el contrario, creo que la responsabilidad de la liturgia nos pone en el corazón de la Iglesia, su raison d´être. La Iglesia no es ni una administración ni una institución humana. La Iglesia misteriosamente prolonga la presencia de Cristo en la tierra. «La liturgia», dice el Concilio Vaticano II, «es la cumbre hacia la que la actividad de la Iglesia se dirige; al mismo tiempo es la fuente de la que fluye todo su poder» (Sacrosanctum Concilium, n.10), y « toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (cf Sacrosanctum Concilium,n.7).
La Iglesia existe para dar a los hombres a Dios y para dar a Dios a los hombres. Este es precisamente el papel de la liturgia: adorar a Dios y transmitir la gracia divina a las almas. Cuando la liturgia está enferma, toda la Iglesia está en peligro porque su relación con Dios no sólo está debilitada sino profundamente dañada.
La Iglesia entonces corre el riesgo de distanciarse de su fuente divina para convertirse en una institución centrada en sí misma que sólo tiene que anunciarse a sí misma.
Me llama mucho la atención el hecho de que se hable tanto de la Iglesia, sobre su necesaria reforma. Pero ¿hablamos sobre Dios? ¿Hablamos sobre la obra redentora que Cristo realizó principalmente a través del misterio pascual de su bienaventurada pasión, su Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. el misterio pascual por el que, «con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida?» (Sacrosanctum Concilium n.5). Más que hablar sobre nosotros mismos, ¡volvámonos hacia Dios !. Este es el mensaje que he estado repitiendo durante años. Si Dios no es el centro de la vida de la Iglesia, entonces está en peligro de muerte. Eso es ciertamente por lo que Benedicto XVI dijo que la crisis de la Iglesia es esencialmente una crisis de la liturgia porque es una crisis de la relación con Dios.
Por eso también, siguiendo a Benedicto XVI, insistí: el propósito de la liturgia no es celebrar a la comunidad o al hombre sino a Dios. Esto se expresa muy bien en la celebración «ad orientem». «Donde la orientación directa hacia el Oriente no es posible», dice Benedicto XVI, «la cruz puede, por tanto, servir como orientación interior de la fe. Debe ocupar su lugar en el centro del altar y concentrar la mirada del sacerdote y de la comunidad orante. En esto nos conformamos a la antigua invitación a la oración que abre la Eucaristía: Conversi ad Dominum: «Volveos hacia el Señor. Entonces miraremos juntos a Aquel cuya muerte nos da vida, Aquel que se presenta por nosotros ante el Padre, nos toma en sus brazos, y nos hace templos vivos y nuevos del Espíritu Santo (cf 1 Cor 6,19).» Cuando todos nos volvemos juntos hacia la Cruz, evitamos el riesgo de un encuentro cara a cara que es demasiado humano y cerrado en sí mismo. Abrimos nuestro corazón a la efusión de Dios. »La idea de que, en la oración, el sacerdote y el pueblo deben estar frente a frente en la oración ha nacido sólo en el cristianismo moderno, es completamente ajena al cristianismo antiguo. Es cierto que el sacerdote y el pueblo no rezan el uno hacia el otro sino hacia el único Señor» ,Cristo que, en silencio, viene a nuestro encuentro. (Joseph Ratzinger, Prefacio al volúmen XI: La Teología de la Liturgia, de la Obras Completas, París, Palabra y Silencio,2020). Esto es por lo que nunca he dejado de volver sobre el lugar del silencio en la liturgia. Cuando el hombre permanece en silencio, le cede su lugar a Dios. Por el contrario, cuando la liturgia se vuelve locuaz, se olvida de que la cruz es su centro, se organiza alrededor de un micrófono. Todas estas cuestiones son cruciales porque determinan el lugar que le damos a Dios. Desgraciadamente se han convertido en cuestiones ideológicas.
Parece que se lamenta. ¿Qué quiere decir? ¿Que significa «ideológicas»?
Hoy en la Iglesia, con demasiada frecuencia actuamos como si todo fuese una cuestión de política, poder, influencia y la injustificada imposición de una hermenéutica del Vaticano II que rompe totalmente y está irremediablemente en desacuerdo con la Tradición. Ha sido un gran sufrimiento para mí ser testigo de esta lucha de facciones. Cuando hablé de la orientación litúrgica y el sentido de lo sagrado, me dijeron: «¡Se opone al Vaticano II ! ¡Esto es falso! no creo que la lucha entre progresistas y conservadores tenga significado alguno en la Iglesia. Estas categorías son políticas e ideológicas. La Iglesia no es un campo de lucha política. Lo único que cuenta es buscar a Dios incluso más profundamente, encontrarlo y humildemente arrodillarse para adorarlo.
El papa Francisco, cuando me nombró, me dio dos instrucciones: primero, implementar la Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II y segundo, dar vida al legado litúrgico de Benedicto XVI. Estoy firmemente convencido de que estas dos directivas forman una única dirección. Ciertamente, Benedicto XVI es el que entendió el Vaticano II más profundamente. Continuar la obra litúrgica de Benedicto XVI es la mejor forma de implementar el verdadero Concilio. Desgraciadamente, algunos ideólogos quieren oponer la Iglesia de antes del Concilio a la posterior. Son divisores; están haciendo la obra del diablo. La Iglesia es una, sin ruptura, sin cambiar de rumbo, porque su Fundador «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» ( Heb 13,8). Va hacia Dios, nos dirige hacia Él. Desde la profesión de fe de San Pedro hasta el Papa Francisco pasando por el Vaticano II, la Iglesia nos orienta hacia Cristo.
Dar a la liturgia su carácter sagrado, dejando espacio al silencio, e incluso celebrando a veces hacia Oriente, como el Papa Francisco hizo en la Capilla Sixtina o en Loreto, es el cumplimiento profundo y espiritual del Concilio.
Una extraordinaria coincidencia: el mismo día del anuncio de mi partida, el Papa emérito Benedicto XVI me envió la edición en francés de sus obras sobre liturgia. Vi en ello una invitación de la Providencia para continuar este trabajo de restaurar una liturgia que vuelva a poner a Dios en el corazón de la vida de la Iglesia.
¿Cómo ha sido trabajar para el Papa Francisco? ¿No hubo dificultades?
Algunas personas insinuaron, sin razón o sin ser incluso capaces de aportar pruebas concretas y creíbles, que éramos enemigos, ¡no es verdad! Al Papa Francisco le gusta la franqueza. Siempre hemos trabajado juntos con simplicidad, a pesar de las fantasías de los periodistas. Por ejemplo, el papa Francisco comprendió muy bien y recibió el libro en el que colaboré con Benedicto XVI «Desde lo más hondo de nuestros corazones». No le oculté mi preocupación por las consecuencias eclesiológicas de cuestionar el celibato de los sacerdotes. Cuando me recibió después de su publicación, cuando las campañas de prensa me acusaron de mentir, él me apoyó y me animó. Había leído y apreciaba, al parecer, la copia firmada que el Papa Benedicto XVI, en su delicadeza, le había enviado.
En esa ocasión me di cuenta de que la verdad siempre triunfa sobre la mentira. No sirve de nada implicarse en grandes campañas de comunicación. Es suficiente tener el valor de permanecer fiel y libre. El apoyo del Papa Francisco, el afecto constante del Papa Emérito Benedicto XVI, y los miles de mensajes de agradecimiento de sacerdotes y laicos de todo el mundo me ayudaron a comprender la profundidad del mensaje de Jesús Resucitado ¡No tengáis miedo!.
¿Cómo ve el futuro de la iglesia?
Soy miembro de la Congregación para la Causa de los Santos. Ahí veo con inmensa alegría como la Iglesia rebosa de santidad. Ahí, soy feliz viendo a través de sus ojos el número impresionante de tantos hijos e hijas de la Iglesia Católica que se toman en serio el Evangelio y la llamada universal a la santidad. Verdaderamente «del costado de Cristo dormido en la cruz nació «el sacramento admirable de la Iglesia entera»(Sacrosanctum Concilium,n.5). A pesar de lo que dicen los «ciegos de nacimiento», a pesar de los muchos pecados de sus miembros, la Iglesia es hermosa y santa. Es una extensión de Jesucristo. La Iglesia no es una institución mundana; su salud no se mide por su poder e influencia. La iglesia hoy está experimentando un Viernes Santo. El barco parece que hace agua por todos lados. Algunos la traicionan desde dentro. Pienso en el drama y los horribles delitos de sacerdotes pedófilos.
¿Cómo podría ser fecunda la misión cuando tantas mentiras cubren la belleza del rostro de Cristo? Otros tienen la tentación de traicionar cuando abandonan el barco para seguir a los poderes de moda. Pienso en las tentaciones que actúan en Alemania en el camino sinodal. Uno se pregunta qué quedará del Evangelio si todo llega a su fin: una apostasía silenciosa real.
Pero la victoria de Cristo siempre llega por la cruz. La Iglesia debe ir hacia la cruz y hacia el gran silencio del Sábado Santo. Debemos orar con María junto al cuerpo de Jesús. Vigilar, ,orar,hacer penitencia y reparar de tal forma que podamos proclamar mejor ¡la Victoria de Cristo Resucitado!.
¿Cuál es su futuro?
No pretendo dejar de trabajar. Y de hecho estoy feliz de tener más tiempo para rezar y leer. Continuaré escribiendo, hablando, viajando. Aquí en Roma, sigo recibiendo a sacerdotes y laicos de todo el mundo. Más que nunca la Iglesia necesita ayuda de obispos que hablen claramente, libres y fieles a Jesucristo y a las enseñanzas morales y doctrinales de su Evangelio. Intento continuar esta misión e incluso amplificarla. Debo seguir trabajando en el servicio de la unidad de la Iglesia, en verdad y en caridad. Humildemente deseo continuar apoyando la reflexión, la oración, el valor y la fe de muchos cristianos que están desorientados, confusos y perplejos debido a las muchas crisis que estamos pasando en estos tiempos: antropológicas, culturales, de fe, sacerdotales, morales y sobre todo, crisis en nuestra relación con Dios.
Traducido por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Peña