(Infobae) La periodista argentina Claudia Peiró relata la larga batalla de un profesor francés ateo que recibió una carta anónima que lo acusaba de proselitismo religioso y de haber «faltado a su deber de neutralidad y laicismo».
«¿Quién es ese señor que hace gimnasia colgado en una cruz a la entrada del pueblo?» «¿Por qué no tenemos clases en Pascua?» «¿Quién es Jesús?»: esas fueron algunas de las preguntas que alumnos de entre 9 y 11 años le hicieron a su maestro, Matthieu Faucher, en una escuela de Malicornay, un pueblo del centro de Francia.
Fue durante el ciclo escolar 2016-17 y este maestro de 40 años consideró que debía llenar esa laguna de conocimiento desde el punto de vista histórico y no teológico. Incluso, en lo que hace a la Biblia, desde un punto de vista meramente literario.
En opinión de Faucher, esa descristianización de los niños implicaba «un enorme vacío cultural». Preparó una unidad pedagógica con el título «El cristianismo por los textos: estudio literario de extractos bíblicos», y tuvo la precaución de reunir a los padres de sus alumnos y ponerlos al tanto de sus intenciones. Su plan era hacer trabajar a los chicos sobre algunos textos de la Biblia, y pasarles extractos del film El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Passolini, y de la película de animación Príncipe de Egipto.
Comienza el «calvario» con una acusación anónima
El maestro no imaginó el calvario que le esperaba. La denuncia en su contra no vino de los padres. Al menos no públicamente. Fue acusado de proselitismo religioso a través de una carta anónima. De inmediato, las autoridades de la escuela lo suspendieron. Aunque los padres protestaron, el rectorado Orléans-Tours convalidó la sanción, que unos meses después fue seguida de un traslado disciplinario, el 2 de junio de 2017.
Faucher no aceptó la decisión. Estaba convencido de no haber cometido ninguna falta y decidido a demostrarlo. Se le reprochaba haber «faltado a su deber de neutralidad y laicismo», acusaciones que él rechazó de plano. Fue a la justicia, que le dio la razón en primera instancia. Pero el fallo fue recurrido por el Ministerio de Educación nacional. Esto lo favoreció, ya que en segunda instancia un tribunal administrativo de Burdeos ordenó el levantamiento de las sanciones y su reincorporación a la escuela que debió dejar perentoriamente hace 4 años.
«La Corte estableció que mi enseñanza se inscribió perfectamente en los programas de educación de la escuela primaria», dice Faucher, que se siente rehabilitado y fortalecido, tras la larga batalla judicial. «Este caso me supera ampliamente. Están en juego cosas mucho más grandes», dice. «El tema de la enseñanza laica del hecho religioso, por ejemplo. Yo fui sancionado por haber trabajado con un libro que es un pilar de nuestra civilización; eso plantea interrogantes. Yo di cultura, no catecismo. Sólo cultura. Y los alumnos son los que la piden».
«Cuando me enteré de que no sabían quién era Jesús, pensé que había una laguna cultural que colmar», explica. En su opinión, «también las otras religiones deben ser abordadas en los programas escolares, pero con un espacio más amplio para el cristianismo que es la base de nuestra historia».
«Esta decisión -agrega, sobre el fallo que lo exculpa- es una extraordinaria esperanza para todos los docentes que, como yo, están suspendidos. Hay que entender que es cada vez más difícil enseñar. Por más que mis colegas tengan el cuero duro, necesitan apoyo cuando defienden causas justas».
«Fui sancionado por haber trabajado con un libro que es un pilar de nuestra civilización», dice el maestro que analizó literaria e históricamente extractos de la Biblia con sus alumnos
«El señor Faucher no manifestó en ningún momento creencia religiosa alguna en el ejercicio de sus funciones docentes», dice el fallo, que también afirma que «tanto los textos como los extractos de películas y dibujos animados presentados por Faucher a sus alumnos en el marco de la enseñanza de lengua fueron tratados con una perspectiva geográfica e histórica así como vinculados a otros textos [y] sirvieron de apertura para abordar temas en relación con el programa de educación moral y cívica».
Laicismo excluyente, o más bien simplemente verdadero rostro del laicismo
Con este fallo, el tribunal no sólo exculpó al maestro; también desautorizó al rectorado que lo sancionó y al Ministerio de Educación, que cuestionó los métodos pedagógicos del docente, calificándolos de «actitud marcada por el proselitismo».
En realidad, la justicia no hizo sino confirmar lo que dicen los programas escolares, pero que las autoridades del establecimiento donde ejercía Faucher parecieron olvidar, intimidadas por una carta anónima y, sobre todo, por el clima cultural ambiente.
En efecto, el caso repercutió más allá de los límites del pequeño pueblo de Malicornay porque dice mucho acerca del clima cultural que reina en Francia y en otras sociedades occidentales. El trasfondo de este episodio es el de una laicidad mal entendida en un país afectado por la fragmentación -fruto de una diversidad también mal entendida-, y en el que a la radicalización religiosa de ciertos sectores se le contrapone un laicismo no menos fanático.
Entrevistado por La Nouvelle République, Faucher, que, vale reiterar, no es creyente, señalaba la diferencia entre la «sana laicidad» o «laicidad positiva» y su opuesto que es el «laicismo». «Algunos quieren hacer tabla rasa del cristianismo, cuando esa religión es uno de los cimientos de nuestra cultura judeo cristiana. Ir en ese sentido, es separarse de 1500 años de nuestra historia», sostuvo. Y citó en apoyo una reflexión de Dominique Ponnau, director honorario de la Escuela del Louvre, que considera que «no es rechazando nuestra cultura como recibiremos mejor a los demás» y que se preguntaba «cómo acoger al extranjero, si nosotros mismos nos hemos vuelto extranjeros a nuestra propia cultura».
Matthieu Faucher no es creyente pero afirma que «algunos quieren hacer tabla rasa del cristianismo», lo que implica «separarse de 1500 años de nuestra historia»
Para medir hasta qué punto ha llegado este fenómeno, baste señalar que hay docentes que se niegan a datar los años con la expresión «antes de Cristo», como si, en vez de un hecho histórico cultural se tratase de una profesión de fe.
Se ignora o no se valora en su justa medida la dimensión fundante de la religión judeocristiana en la cultura occidental. No estudiar el hecho religioso implica renegar del propio pasado y privarse de claves interpretativas básicas para el presente.
En el laicismo extremista hay un malentendido de base: se defienden los valores republicanos en oposición a los valores religiosos, cuando los primeros no se entienden sin los segundos. El grueso de los «credos» republicanos que el laicismo enarbola como banderas frente a una supuesta intromisión de la Iglesia en el mundo profano son de cuño religioso: empezando por los conceptos de la tríada «libertad-igualdad-fraternidad» -consagrada por la muy atea y anticlerical Revolución Francesa-, cuyos elementos ya habían sido asociados por François Fénelon, arzobispo de Cambrai, a fines del siglo XVII.
Extirpar un trozo de la propia historia
Negarse al estudio de la Biblia o de la historia del cristianismo no es rechazar un credo, sino privarse, o privar a los jóvenes, del conocimiento de sus raíces culturales. ¿Por qué no negarse también al estudio de la mitología griega o romana?, ¿o del latín?
Querer separar a la iglesia y a la religión de los procesos históricos y culturales es una operación tan absurda como imposible, a tal punto están imbricadas en todos los aspectos de la vida y del pensamiento humanos.
Por siglos, el arte en sus muchas expresiones -pintura, escultura, literatura, arquitectura- estuvo inspirado en y por la religión. Lo mismo puede decirse del derecho, de la filosofía, de la moral y de la política.
También de la ciencia, contrariamente a lo que «vende» el laicismo: la religión como su enemiga irreconciliable. El físico, filósofo y teólogo Blaise Pascal; el muy religioso autor de la teoría de la gravedad, Isaac Newton; el canónigo Nicolás Copérnico, padre de la astronomía moderna; el matemático jesuita Matteo Ricci; Nicolás Steno, anatomista y geólogo; el sacerdote Marin Mersenne, famoso por sus «números primos»; y, más contemporáneamente, el jesuita George Lemaitre, primer postulador de la teoría del Big Bang sobre el origen del universo -reconocido por Albert Einstein, que fue su amigo-; son sólo algunos ejemplos de hombres de fe que hicieron avanzar a la ciencia.
Cabe esperar que el fallo sobre el caso Faucher contribuya a cerrar una fisura y a la comprensión de que, como dijo hace un tiempo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, «la laicidad no tiene por función negar lo espiritual».