(VaticanNews/InfoCatólica) Leone Pontecorvo, un hombre judío que tuvo que huir de la persecución nazi, nos cuenta cómo la experiencia de estar refugiado en un convento católico cambio su vida para siempre.
Leone quien actualmente tiene 86 años de edad, recuerda que, en octubre de 1943, cuando tenía 8 años, fue llevado junto a su hermano Bruno de 4 años al Convento de las Hermanas Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús en Roma como refugiado: «Esa fue una experiencia que nunca olvidaré, que marcó mi vida y fortaleció mi identidad judía», dice.
Allí fue cambiado su apellido y tuvieron que adquirir el apellido Buoncristiani que pertenecía a una familia fallecida en un bombardeo.
La madre superiora y el director de la escuela, eran los únicos que sabían la verdadera procedencia de los niños, «eran excepcionales: éramos como todos los demás niños», recuerda Leone.
Ellos se amoldaron a las reglas del convento y adquirieron estudio, oración y disciplina. A pesar de las terribles circunstancias vividas, ambos niños pasaron muy buenos momentos al cobijo del convento.
«Después de las primeras semanas, me había adaptado a todas las reglas de la vida en el convento. Desde recitar oraciones en latín, hasta servir la misa, siguiendo las recomendaciones de mis padres quise recitar esa pretensión (ser de los mejores en el colegio) lo mejor posible, hasta el punto de convertirme en el mejor entre los monaguillos: en dos ocasiones importantes como la Navidad y la Pascua recuerdo que fui llamado a servir la misa junto al obispo. Fui elegido entre más de cincuenta niños católicos de la escuela. Una carta escrita a mis padres con motivo de la Pascua, es la carta de un niño católico al cien por cien. Pero nunca recibimos presión para convertirnos al cristianismo».
Recuerda como una de las hermanas del convento lo cuidó con mucho amor cuando enfermó y pasó varios días con fiebre: «Su rostro es uno de los más bellos que he visto».
«Un día, subiendo las escaleras del convento, encontré a una señora que sostenía a su hermano pequeño por el brazo diciendo: "Sé quién eres. ¡No eres Bruno Buoncristiani, eres Bruno Pontecorvo! ¡Soy como tú!", yo intervine para liberar a mi hermano, probablemente también era judía, la perdí de vista y no la he visto desde ese día».
El 4 de julio después de la liberación ambos niños debieron salir del convento. Leone recuerda: «En medio de tanta controversia, siempre me puse del lado de Pío XII: el Papa abrió las puertas de todos los conventos. Dio instrucciones para ofrecer ayuda a los judíos. Cinco mil fueron protegidos sólo en Roma».
Nunca volvió a ver a las personas que tanto lo cuidaron y ahora comprende por qué el Papa decidió actuar en silencio: «Pío XII merece el mayor elogio y gratitud del mundo. La hospitalidad que organizó para los judíos en iglesias, conventos y monasterios fue extraordinaria».