(RenL/Vatican.news) El nuevo cardenal y predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, afirmó que «si uno vive en pecado mortal, para él la muerte todavía tiene el aguijón, el veneno, como antes de Cristo», en su primera predicación de Adviento que tuvo el título ‘Enséñanos a contar nuestros días y llegaremos a la sabiduría del corazón’ –Salmo 90,12–, este viernes 4 de diciembre, en el Aula Pablo VI.
Escucharon su meditación el Papa Francisco y los otros prelados de la Familia Pontificia, miembros de la Capilla Pontificia y empleados de la Curia Romana y el Vicariato de Roma.
Cantalamessa explicó en la primera meditación que la perspectiva que otorga la pandemia lo llevaba a plantear sus consideraciones en torno a la condición mortal del hombre. Precisó que «Jesús libera del miedo a la muerte a quien lo tiene, no al que no lo tiene e ignora alegremente que debe morir». «Vino a enseñar el miedo a la muerte eterna a aquellos que sólo conocían el miedo a la muerte temporal. La ‘muerte segunda’, la llama el Apocalipsis –Ap 20,6–. Es la única que realmente merece el nombre de muerte, porque no es un tránsito, una Pascua, sino una terrible terminal de trayecto», indicó al insistir que «para salvar a los hombres de esta desgracia debemos volver a predicar sobre la muerte».
«¡Ay de los que mueran en pecados mortales! ‘El aguijón de la muerte es el pecado’, dice el Apóstol –1 Cor 15,56–. Lo que da a la muerte su poder más temible para angustiar al hombre y atemorizarle es el pecado. Si uno vive en pecado mortal, para él la muerte todavía tiene el aguijón, el veneno, como antes de Cristo, y por eso hiere, mata y envía a la Gehena. No temáis –diría Jesús– a la muerte que mata el cuerpo y luego no puede hacer nada más. Temed a esa muerte que, después de haber matado el cuerpo, tiene el poder de arrojar a la Gehena –cf. Lc 12,4-5–. ¡Quita el pecado y has quitado también a tu muerte su aguijón!», aseveró.
Cantalamessa recordó que en la Eucaristía Jesús nos hizo partícipes de su muerte para unirnos a él. «Participar en la Eucaristía es la forma más verdadera, más justa y más eficaz de ‘prepararnos’ a la muerte. En ella celebramos también nuestra muerte y la ofrecemos, día a día, al Padre. En la Eucaristía podemos elevar al Padre nuestro ‘amén, sí’, a lo que nos espera, al tipo de muerte que quiera permitir para nosotros. En ella ‘hacemos testamento’: decidimos a quién dejar la vida, por quién morir», aseguró.
Ante un mundo que enfatizó los avances tecnológicos y las conquistas de la ciencia, Cantalamessa afirmó: «La presente calamidad ha venido a recordarnos lo poco que depende del hombre «proyectar» y decidir su propio futuro»., por eso, añadió: «No hay mejor lugar para colocarse para ver el mundo, a uno mismo y todos los acontecimientos, en su verdad que el de la muerte. Entonces todo se pone en su justo lugar».
Ver el mundo desde la perspectiva caótica no ayuda a «descifrar su significado», sin embargo, afirmó Cantalamessa, «Mirar la vida desde el punto de vista de la muerte, otorga una ayuda extraordinaria para vivir bien. ¿Estás angustiado por problemas y dificultades? Adelántate, colócate en el punto correcto: mira estas cosas desde el lecho de muerte. ¿Cómo te gustaría haber actuado? ¿Qué importancia darías a estas cosas? ¡Hazlo así y te salvarás! ¿Tienes una discrepancia con alguien? Mira la cosa desde el lecho de muerte. ¿Qué te gustaría haber hecho entonces: haber ganado o haberte humillado? ¿Haber prevalecido o haber perdonado?»
Pensar en la muerte nos impide «apegarnos a las cosas (…) El hombre, dice un salmo, «cuando muere no se lleva nada consigo, ni desciende con él su gloria» (Sal 49,18) (…) La hermana muerte es una muy buena hermana mayor y una buena pedagoga. Nos enseña muchas cosas; basta que sepamos escucharla con docilidad.
Cantalamessa subrayó que la muerte nos enseña la importancia de reconciliarnos con nosotros mismo y con el prójimo. Pero también es importante en el campo de la evangelización. «El pensamiento de la muerte es casi la única arma que nos queda para sacudir del letargo a una sociedad opulenta, a la que le ha sucedido lo que le ocurrió al pueblo elegido liberado de Egipto: «Comió y se sació, –sí, engordó, se cebó, engulló– y rechazó al Dios que lo había hecho» (Dt 32,15)».
Esta es la tarea asignada a los profetas, recordarle al pueblo la solución al dilema: «La cuestión sobre el sentido de la vida y de la muerte desempeñó un papel notable en la primera evangelización de Europa y no se excluye que pueda desempeñar uno análogo en el esfuerzo actual por su re-evangelización».