(CEE) El cardenal Omella ha recordado que la Iglesia «no solo atiende a casi dos millones de familias -muchas de ellas en los enclaves más pobres y populares de nuestra sociedad-, sino que además promueve proyectos de investigación, innovación y desarrollo para el conjunto de profesores y centros del sistema educativo».
La Iglesia -explica- une al servicio de la educación reglada, la acción social de una multitud de entidades de educación en el ocio y en el tiempo libre de inspiración cristiana que, fuera del horario escolar, trabajan para fomentar la equidad, la formación a menores vulnerables y el desarrollo humano e integral de cada persona.
Ante la grave crisis social que atravesamos, continúa el Presidente de la CEE, «sabemos que debemos intensificar nuestro compromiso educativo, especialmente allí donde más se sufre».
Pacto Educativo Global
El presidente de la Conferencia Episcopal se une a la llamada del papa Francisco (15.X.2020) a todas las naciones e instituciones a participar en un Pacto Educativo Global con el fin de alcanzar un acuerdo que permita generar un cambio a nivel planetario que promueva una educación que sea creadora de fraternidad, paz y justicia. Se trata, escribe el cardenal Omella, «de ponernos todos de acuerdo para fomentar un nuevo humanismo que contribuya a la formación de personas abiertas, responsables, dispuestas a encontrar tiempo para la escucha, el diálogo, la reflexión, y capaces de construir un tejido de relaciones familiares, entre generaciones y con las diversas expresiones de la sociedad civil».
Pacto educativo en España
Volviendo a nuestro país, el Presidente de la CEE recuerda que la mayoría de la sociedad clama por un pacto educativo en España que sea a largo plazo y que incorpore a todas las fuerzas políticas y también a las entidades civiles y religiosas activas en el campo de la educación. «Sería conveniente -matiza- que de este pacto educativo pudiera concretarse una ley sólida que no sea objeto de debate con cada cambio de color político en el Gobierno».
La Iglesia y todas sus instituciones educativas se suman a este Pacto Educativo Global propuesto por el papa Francisco con el fin de formar personas capaces de amar y ser amadas, dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad.
Trabas a la escuela concertada
«Por eso lamentamos profundamente -afirma el cardenal Omella- todos los obstáculos y trabas que se quieren imponer a la acción de las instituciones católicas concertadas. Nuevamente insistimos que no es el momento de poner trabas, de enfrentar instituciones públicas y privadas, sino de trabajar conjuntamente, de cooperar de forma eficaz y eficiente para ofrecer una educación adecuada a todos los niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país, respetando en todo momento el derecho constitucional de los padres y madres a escoger libremente el centro y el modelo educativo para sus hijos –en consonancia a su conciencia, identidad y tradiciones–, y asegurando siempre el derecho constitucional a la libre iniciativa privada».
El Presidente de la CEE defiende que «siempre y cuando se actualicen correctamente y se garanticen las necesidades económicas para una buena prestación del servicio educativo, la fórmula de la concertación pública como mecanismo de financiación de la educación general sigue siendo plenamente válida y útil para que se dé la participación plural, la diversidad que enriquece a la sociedad y la implicación de la ciudadanía en la consecución del bien común».
Además, propone valorar otras medidas interesantes adoptadas en países de nuestro entorno europeo (como es el caso del «bono escolar») «con el fin de garantizar los derechos constitucionalmente reconocidos a los padres y a la libre iniciativa privada.»
La persona, en el centro
Por último, y en la senda del Pacto Educativo Global promovido por el papa Francisco, afirma el cardenal Omella, «nuestro empeño se concentra en poner a la persona en el centro, garantizando una educación integral de la misma en todas sus dimensiones –humana, relacional, psicológico-intelectual y espiritual–».
Por ello, concluye, «juzgamos que no se debe quitar de la escuela la formación moral en valores y la clase de religión. Defendemos, pues, la presencia de la asignatura de religión. De hecho, en una sociedad tecnocrática en la que un pequeño virus nos ha desbordado, se hace más que nunca necesaria la enseñanza y el cultivo de la filosofía, de la teología y de la espiritualidad».