(InfoCatólica) El anuncio a finales de julio del cierre del seminario de San Rafael, conmovió a todos los fieles de la diócesis argentina. Las razones del cierre no están del todo claras, aunque todo parece indicar que la intención de que se respete el derecho a comulgar en la boca de gran parte del clero y de los propios formadores del seminario, en contra de las órdenes del obispo, precipitaron todo.
El seminario de San Rafael tiene la reputación de ser uno de los más conservadores de toda Argentina, lo cual no es del gusto de la actual jerarquía de la Iglesia.
Las madres de los seminaristas, no obstante, han querido reivindicar la labor formativa que reciben sus hijos y han solicitado al Papa que intervenga para impedir el cierre.
Carta enviada a la nunciatura de la Santa Sede en Argentina, y para que desde allí por valija diplomática le sea entregada al Papa.
Su Santidad Francisco
Obispo de Roma y Vicario de Jesucristo
27 de Agosto de 2020 Santa Mónica
Nos atrevemos a molestarle ya que Ud es nuestro Pastor, a quien el mismo Jesús le ha dado la delicada tarea de cuidar de sus ovejas. Somos madres de los seminaristas del Seminario Santa María Madre de Dios de San Rafael, Mendoza, Argentina. Cabe aclarar que la iniciativa de esta carta es absolutamente nuestra, nace de nuestro corazón de madres, sin que ellos siquiera lo sepan.
Su Santidad, es difícil describir y expresar los sentimientos de profunda tristeza y desolación que nos embargan desde que recibimos la triste noticia del cierre del Seminario. Desde aquel 27 de julio, primer día de clase luego de las vacaciones, en que levantamos el teléfono para oír la voz temblorosa de nuestros hijos comunicando atónitos el cierre del Seminario a fin de año, créanos Su Santidad, que como madres fue muy difícil encontrar las palabras oportunas para darles consuelo.
En nuestras visitas mensuales hemos podido compartir con ellos y sus formadores, así como con las demás familias, el profundo espíritu de piedad, alegría sana, amistad y amor que deja traslucir el corazón de aquella comunidad. Nuestra intuición de madres seguro no falla cuando decimos que respiramos la paz en nuestros hijos, y advertimos el total convencimiento del camino que están recorriendo. Cuando recién ingresaron los llamábamos casi todos los días para ver cómo estaban, escuchar su voz y confirmar si estaban bien, pero con el paso del tiempo dejamos de hacerlo con tanta frecuencia ya que claramente advertimos que estaban allí muy felices. En ese Seminario, que es ahora su casa y su familia, hemos visto a nuestros hijos crecer y madurar convirtiéndose en verdaderos hombres. Y eso nos permitía dormir tranquilas cada noche.
También hemos ido conociendo las parroquias de la Diócesis. Familias enteras asistiendo a Misa, jóvenes ocupando su tiempo en formarse, rezar, misionar, hacer campamentos y retiros espirituales. Y detrás de todo esto está la figura del sacerdote, ese otro Cristo, entregado alegremente en alma y cuerpo a sus feligreses, dando ejemplo en la celebración de cada Misa, rezando ante el Santísimo (¡qué hermoso es ver rezar un sacerdote!), confesando, visitando enfermos y hospitales.
Santidad: esto es lo que queremos para nuestros hijos. Si van a entregar su vida entera a Dios, renunciando a cualquier otro proyecto humano, pues, ¡que valga la pena! En esa Diócesis hemos visto sacerdotes con defectos como todos, pero que aman a Dios y cuya más alta preocupación es la salvación de las almas.
Por tantos frutos evidentes que ha dado este Seminario, tan necesarios como escasos en nuestros tiempos, hemos adquirido plena confianza en sus formadores y en los sacerdotes de la Diócesis, la mayoría de ellos egresados de allí. Estos hombres han sabido sembrar en nuestros hijos, no solo con la palabra sino sobre todo con el ejemplo, la semilla del espíritu de verdadera entrega y piedad sacerdotal.
Como la cananea del Evangelio, sólo nos animamos a suplicarle, por su madre de la tierra y su Madre del Cielo, que intervenga para que se suspenda la decisión de cerrar el Seminario. Sólo pensar dónde irán, cómo se dispersará la comunidad, cómo se disolverá esta hermosa familia espiritual, que ya es también nuestra, nos causa un indecible dolor.
Confiadas en su bondad de Padre nos despedimos pidiendo su bendición.