(InfoCatólica) A continuación, el artículo del P. José María Rodríguez Olaizola, sj, publicado originalmente en PastoralSJ:
Este año no habrá carrozas, desfiles, multitudes… Hay quien lo echará de menos, y quien, en cambio, respirará aliviado. También dentro del mundo LGTBQ hay quien lamentará la falta de ese estallido de exposición y visibilidad, y quien, en el extremo opuesto, se alegrará de que haya que buscar otros caminos para así separar la reivindicación de la dignidad de las personas homosexuales, de los desfiles con toda su mezcla de exposición, visibilidad, montaje comercial, frivolidad y desafío.
Un día no será necesario el Orgullo Gay ni ningún otro orgullo. El día que todo el mundo reconozca la dignidad de las personas, de cada persona, sin que la orientación sexual sea algo que la menoscabe o la ponga en cuestión para algunas mentalidades. El día en que el salir del armario de alguien no sea noticia, por ser pura normalidad. El día en que los desprecios, rechazos, o persecución que en un lejano 1969 llevaron a un grupo de personas homosexuales a plantar cara a la policía que iba de redada al club «Stonewall» porque el mero hecho de ser homosexual en público era un escándalo ya sean historia. Y el día en que, también como Iglesia, hayamos avanzado hacia una mayor y mejor integración, acogida y aceptación de la realidad de las personas homosexuales, de su necesidad y su derecho de amar, y superemos las dosis de de incomprensión que aún hay en algunas personas de Iglesia hacia la realidad de las personas LGTBQ.
Pero ese día aún no ha llegado. Todavía hay muchas personas homosexuales que viven atormentadas por sentirse juzgadas. Muchos y muchas adolescentes buscando su lugar pero oyendo burlas y comentarios despectivos, a veces en entornos familiares y entre sus seres queridos –que ni pueden imaginar que 'eso' pueda ocurrir en uno de los suyos–. Todavía hay muchas mentalidades para las que «tener un hijo gay» es una tragedia, una vergüenza, algo que ocultar, y por eso al hijo, a la hija, no le queda más camino que encontrar su orgullo sin dejarse anular. Y todavía, en la Iglesia, hay demasiado silencio ante algunas declaraciones y formulaciones que no responden a la realidad pastoral de nuestras comunidades, parroquias, grupos y espacios de acompañamiento. Demasiadas personas que reducen orientación sexual a ideología de género, y convierten esa identificación en coartada para no escuchar el testimonios de tantos y tantas cristianos homosexuales que solo piden sentirse un poco más en casa a la hora de ser comunidad. Demasiada maledicencia y demasiada poca bendición.
Cada persona tiene que estar orgullosa de ser como Dios la creó. Porque al final, la homosexualidad o la heterosexualidad, no es una decisión caprichosa de las personas. Es parte (y tan solo una parte) de lo que la persona es.
José María Rodríguez Olaizola, sj
Enseñanza del Catecismo sobre la homosexualidad
Castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.