(Brujula Cotidiana) El 4 de junio de 1989 el Gobierno chino puso fin a meses de protestas y peticiones de reformas democráticas, enviando tanques para aplastar literalmente a los manifestantes que habían estado ocupando la enorme plaza de Tiananmen en el corazón de Beijing durante semanas. Fue una masacre cuyas cifras reales nunca se han sabido –desde unos pocos cientos a varios miles de muertos- y que conmocionó a la opinión pública internacional.
Hoy, treinta y un años después, se observa con preocupación una dinámica similar en la antigua colonia británica de Hong Kong, que volvió a la soberanía de China en 1997, pero con el acuerdo de que mantendría el mismo sistema garantizado por el Reino Unido durante cuarenta años. Sin embargo, desde hace algunos meses Hong Kong se encuentra en una situación de gran malestar social y político, viendo cómo la autonomía prometida en su mini-constitución (la llamada Basic Law) podría incluso llegar a perderse debido a la imposición de una Ley de Seguridad Nacional querida directamente por el Gobierno central chino: una ley que aún no ha sido redactada pero que ya está aprobada por los órganos legislativos de Beijing. Todo ello supone una enorme preocupación a nivel internacional. El cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, es ciertamente una de las voces con más autoridad dentro de la resistencia a estos cambios en el territorio. En el aniversario de los acontecimientos en la Plaza de Tiananmen La Brújula Cotidiana le ha realizado la siguiente entrevista:
El aniversario de la masacre de la Plaza de Tiananmen, que será recordado siempre con una procesión de antorchas en Hong Kong, este año parece tener un sabor especial. ¿Qué opina sobre ello?
Por supuesto, este año, viendo todas las cosas que han pasado, estamos casi en la víspera de otro Tiananmen. Durante este tiempo han usado todos los medios para aplastar nuestras legítimas protestas, la policía se ha vuelto casi como una bestia. Me sorprende ver cómo nuestros valientes jóvenes están siendo arrestados, golpeados, torturados solo porque quieren defender la autonomía y la libertad de Hong Kong. Con esta amenaza de la Ley de Seguridad Nacional, estamos realmente preocupados. Este año, por supuesto, no nos permiten la conmemoración habitual que hacemos todos los años, y esto aumenta nuestra ansiedad y también nuestra indignación por la privación de la libertad que hemos disfrutado siempre a lo largo de estos años.
En su opinión, ¿puede la presión internacional ayudar a resolver los complejos problemas que enfrenta Hong Kong y convencer a China de que adopte una actitud diferente?
No lo sabemos, entre otras cosas porque tenemos que tener en cuenta que hay divisiones también dentro del Gobierno chino y del Partido Comunista. Lo único que cabe esperar es que haya alguien moderado que aconseje no ser demasiado duro. Pero en este momento tenemos la impresión de que el líder chino se encuentra en una situación en la que tiene miedo y por lo tanto quiere mostrarse fuerte imponiendo esta Ley que –esto tiene que quedar claro- perjudicará a todo el mundo: no sólo al pueblo de Hong Kong, sino también a la comunidad internacional y a la propia China. Pero en este momento se están haciendo locuras con la terquedad de querer ir contra todo el mundo, y por lo tanto no se puede esperar nada bueno.
La situación que vive Hong Kong, ¿qué influencia puede tener en el nombramiento del nuevo obispo titular de la ciudad, que después de un año y medio todavía está bajo administración apostólica?
Sabemos que en Roma están en una situación de incertidumbre. No tenemos noticias seguras, pero nos enteramos por los medios de comunicación de que al principio existía la idea de hacer obispo a monseñor Joseph Ha, algo que sería muy bueno porque hace las cosas según la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia. En este tiempo ha estado muy cerca de los jóvenes, es un líder que necesitamos. Pero, por otro lado, se ha afirmado que este obispo «ha tenido opiniones críticas contra el Gobierno chino y en su lugar necesitaríamos un obispo que goce de la bendición de Beijing». Esto es terrible: ¡No podemos dejar que los criterios políticos estén por encima de los religiosos! Necesitamos un líder que nos guíe en estos tiempos, no uno que ceda voluntariamente a la presión del Partido Comunista. Ha pasado más de un año y estamos en una situación muy tensa, también porque durante este tiempo el Vaticano ha tratado de complacer al Gobierno de Pekín y nunca se ha pronunciado sobre las cosas horribles que ha hecho. Ahora el mundo entero ve la brutalidad de la policía, que está torturando a nuestros jóvenes: los golpean, los arrestan, y el Vaticano no ha dicho ni una palabra para ayudarlos. Esto nos preocupa.
¿Cómo debería vivir un cristiano en tiempos tan difíciles como estos?
Un cristiano cree en la misericordia de Dios, cree en Jesús muerto y resucitado, cree que siempre tenemos que actuar en conciencia con lo que el Señor espera de nosotros. Tenemos la doctrina social de la Iglesia, afortunadamente, que nos dice que seamos buenos ciudadanos, pero sobre la base de la justicia y el amor. Así que ante esta horrible y apocalíptica situación, casi en vísperas de otro Tiananmen, ¿qué podemos hacer? Confiamos en la bondad de Dios, nos ponemos en sus manos, teniendo el valor de defender la verdad y la justicia, rezando también por aquellos que nos hacen sufrir, para que se conviertan, para que comprendan que practicar la justicia y la bondad nos beneficia a todos. Esto es lo único que podemos elegir. También confiamos en la ayuda de Nuestra Señora Auxilio de los Cristianos.