(AsiaNews) En China, la tasa de natalidad es la más baja de los últimos 70 años, es decir, desde la fundación de la República Popular de China. Es lo que revela el último estudio de la Oficina Nacional de Estadísticas, cuyos resultados fueron difundidos el pasado 17 de enero. Según los expertos, en el 2019 hubo 14,65 millones de nacimientos, es decir, 580.000 menos que el año anterior.
El número de niños dados a luz se redujo a 10,48 cada 1000 personas. El dato negativo va de la mano de un declive en la población económicamente activa (entre los 16 y los 59 años de edad), con 890.000 aportantes menos. Como contrapartida, la tasa de ancianidad, el número de aquellos que superan los 65 años, creció del 11,9% en 2018 al 12,3% en el 2019. La población total se mantiene bastante estable, con 1,4 millardos de habitantes (en el 2018, fue de 1,39 millardos).
Según los investigadores, la reducción en el número de nacimientos por año plantea varios desafíos sociales en el largo y mediano plazo, sobre todo en téminos de asistencia a la población anciana, previsión social y carga fiscal para los pocos jóvenes que deben sobrellevar la responsabilidad de sostener a las familias.
Desde hace varios años, la tasa de natalidad en China continúa disminuyendo: es el fruto de la «política del hijo único», introducida en 1979 por las autoridades de Beijing, con el objetivo de contener el boom demográfico. Aplicada con severidad, sobre todo en las zonas rurales, donde ha habido numerosos casos de interrupción forzada de embarazos, la política ha llevado a un consistente desequilibrio demográfico a favor del sexo masculino a través del aborto selectivo de niñas. La ley fue «aligerada» en el 2013, permitiendo tener 2 hijos a las parejas en las cuales al menos uno de los cónyuges fuese «hijo único por ley», y abolida totalmente en el 2016.
A pesar de la cancelación de la norma, las consecuencias son visibles todavía hoy. Según el Dr. Wang Feng, profesor de Sociología en la University of California de Irvine, «el bajo número de nacimientos refleja un declive que data de fines de la década del ‘90, pero que revela algo mucho más profundo sobre las transformaciones sociales en acto, que son aún más preocupantes». Entre ellas, sugiere, «la migración interna, la rápida urbanización, una cultura del trabajo que es despiadada, el elevado costo de la vivienda y de la educación, y la desenfrenada discriminación de género. Todo ello contribuye a la baja natalidad y podría continuar haciéndolo por décadas».