(InfoCatólica) En el día de ayer multitud de niños renovaron la tradición de llevar al Niño Jesús del Belén para que el Papa lo bendijera.
En su discurso, el Pontífice recordó que la salvación consiste en la regeneración del hombre y su muerte al pecado.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este tercer domingo de Adviento, llamado domingo de la «alegría», la Palabra de Dios nos invita por un lado a la alegría, y por otro a la conciencia de que la existencia también incluye momentos de duda en los que es difícil creer. Alegría y duda son experiencias que forman parte de nuestra vida.
A la invitación explícita a la alegría del profeta Isaías: «Que el desierto y la tierra seca se alegren, que la estepa florezca y se regocije» (35,1), la duda de Juan el Bautista se opone en el Evangelio: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). En efecto, el profeta ve más allá de la situación: tiene delante de él a personas desanimadas: manos débiles, rodillas temblorosas, corazones perdidos(ver 35,3-4). Es la misma realidad que pone a prueba la fe en todo momento. Pero el hombre de Dios mira más allá, porque el Espíritu Santo hace que su corazón sienta el poder de su promesa, y anuncia la Salvación: «¡Ánimo, no tengas miedo! Aquí está tu Dios, […] Él viene a salvarte» (v. 4). Y luego Todo se transforma: el desierto florece, el consuelo y la alegría se apoderan de los perdidos de corazón, el cojo, el ciego, el mudo son sanados (cf. vv. 5-6). Esto es lo que se realiza con Jesús: «los ciegos» recuperan la vista, los cojos caminan, los leprosos se purifican, los sordos oyen, los muertos resucitan, el Evangelio es anunciado a los pobres» (Mt 11,5).
Esta descripción nos muestra que la salvación envuelve al hombre por completo y lo regenera. Pero este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña, presupone siempre una muerte para nosotros y para el pecado que está en nosotros. De ahí la llamada a la conversión, que es la base de la predicación tanto del Bautista como de Jesús. En particular, se trata de convertir la idea que tenemos de Jesús. Y el tiempo de Adviento nos anima a hacerlo precisamente para preguntar que Juan el Bautistaesta le hace a Jesús: «¿ eres tú el que tiene que venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Pensemos: durante toda la vida que Juan ha estado esperando al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo en sí mismo está moldeado por esta espera. También por esta razón Jesús los alaba con estas palabras: nadie es más grande que el que ha nacido de una mujer (cf. Mt 11,11). Y sin embargo, él también ha tenido que convertirse a Jesús. Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios ha elegido asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso.
El Adviento, tiempo de gracia, nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario purificar nuestra fe todos los días. Se trata de prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, nos involucra y ante la cual se impone una elección. El niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos y hermanas más necesitados, de los pobres que «son los privilegiados de este misterio y, a menudo, los más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros». (Carta Apostólica Admirable signum, 6).
Que la Virgen María nos ayude para que a medida que nos acercamos a la Navidad, no nos dejemos distraer por las cosas externas, sino que hagamos espacio en nuestro corazón para Aquel que ya ha venido y quiere venir de nuevo a curar nuestras enfermedades y darnos su alegría.