(J.M. Iraburu / InfoCatólica) María, la hija de Joaquín y Ana es la Panagia, la toda santa, como la llama la Ortodoxia, que, sin llegar a un conocimiento perfecto de la naturaleza del pecado original, confiesa unánime que la gracia de Dios guarda la vida de María absolutamente inmune de todo pecado, hasta del más mínimo. Es la Iglesia Católica la que, partiendo de sus definiciones dogmáticas sobre el pecado original, define que María es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la única persona humana concebida inmune del pecado original; la única que no ha de decir «pecadora me concibió mi madre».
Así lo declara el Beato Pío IX en 1854: «declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles». La oración colecta de la Misa de la Inmaculada da en síntesis la misma fórmula dogmática.
La persona humana más santa y más bella es femenina, es María virgen, la Doncella de Nazaret. El feminismo mundano actual anticristiano no tiene nada que enseñarnos a los discípulos de Cristo. El feminismo es católico desde el nacimiento de la Iglesia. Ningún ser humano es tan digno, tan santo, tan unido a Dios, tan benéfico, como esta mujer, María, «bendita entre todas las mujeres» y entre todos los seres humanos. El Salvador del mundo fue Jesús, «nacido de mujer» (Gál 4,4)… Y María es la Reina de todo lo creado.
La «persona» humana más bella es María, es una mujer, porque es «imagen perfecta de Dios», belleza infinita: Llena-de-gracia – Panagia – Inmaculada. También Jesús, y mucho más, es «imagen del Dios invisible», «esplendor de su gloria e imagen de su substancia»; pero su Persona es divina y eterna. María, en cambio, siendo una persona humana, es imagen perfecta de Dios. Por eso la Iglesia, al contemplarla, confiesa llena de gozo: Tota pulchra est Maria et macula originalis non est in te. De ningún ser humano, por santo que sea, puede afirmarse lo mismo.
Cuando la Iglesia canta las glorias de la Inmaculada casi pierde la cabeza; casi. Veamos, por ejemplo, las locuras de amor que un gran filósofo y teólogo del siglo XI, San Anselmo de Canterbury, escribe, y que hoy la Iglesia nos da a leer en el Oficio de lectura:
Sermón 52 de San Anselmo, obispo
El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio honradas por el uso de los que alaban al Señor.
Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas toda saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra de bendito fruto del seno bendito de la bendita María.
Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida.
¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por criatura!
Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.
Dios es, pues, el padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste.
¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a él!
Oración
Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.