(ECCLESIA) Ha llegado un tiempo nuevo: el de Cristo. La creación entera, sobre todo la humanidad, se reviste de aquella luz primera con la que fue adornado el ser humano en su origen. El Anuncio para días tan venturosos es el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Dios viene y estará a nuestro lado. Tomará carne de nuestra misma naturaleza humana. Y la concepción purísima de María es el pregón que proclama tan buena noticia: ¡El Verbo de Dios se hace hombre! ¡Se ha hecho carne!
Éste era el comienzo del tiempo nuevo: la encarnación del Hijo de Dios. María está unida al anuncio de este tiempo nuevo del Reino de Dios, que comienza con la encarnación y nacimiento de Jesucristo, y que, más allá de la muerte, será patria definitiva para los redimidos por Cristo. Ella es, en verdad, la madre bendita que engendra en el tiempo a Cristo, en el que todas las cosas habían de ser distintas por el amor que Dios va a poner en ellas.
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré». Estas palabras de la profecía de Jeremías (Jer 1,5) se aplican al misterio de la Inmaculada Concepción. Y es que todo nace de Dios. Él es anterior a todo. Dios es el origen y la luz. Él es la fuente y manantial de toda la sabiduría y la luz que descubre todos los misterios. En realidad; María es la señal de la salvación que Dios quiere para sus hijos. En Ella ha triunfado el bien. La humildad ha sido más fuerte que el orgullo. La generosidad de Dios es siempre más grande que el olvido de los hombres y mujeres para agradecer los favores de Dios.
Por singular privilegio de Dios, y en virtud de los méritos de Jesucristo, la Inmaculada Virgen María fue preservada, antes de su concepción, de toda mancha de pecado original. Este es el misterio que celebramos. Este es el dogma en el que creemos. Elegida y llena de gracia, María es luz que va guiando, con su ejemplo e intercesión, al pueblo que camina entre los trabajos de este mundo y los consuelos de Dios. A Ella nos acogemos. Bajo su amparo vivimos. A Ella le suplicamos. Con Ella confiamos alcanzar las promesas del Señor Jesucristo.
Contemplando el misterio de María, no sólo se comprenden los orígenes, sino la historia de la salvación de la humanidad. Desde el inicio fue concebida sin mancha de pecado para toda la eternidad. Y para esa eternidad dichosa, todos, en Cristo, el hijo de María, hemos sido elegidos y convocados, pues si María es la llena de gracia, el fruto de sus entrañas será para nosotros el Camino, la Verdad y la Vida. Más allá del pecado ha triunfado la gracia. ¡Qué importante es esto! El bien ha vencido a cualquier mal. Cristo es la luz y María la lámpara que anuncia ese día resplandeciente completamente nuevo. Por eso la Concepción Inmaculada de María es garantía de esperanza, aval que ofrece la seguridad de que el pecado no trae la felicidad y ha sido vencido. Hace falta, pues, que sintamos que es necesario luchar contra el pecado, y no ser cristianos mediocres que pensemos que no tiene importancia esa lucha.
La justificación y santidad de María resuenan ya en las primeras páginas del Génesis: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; él pisoteará la cabeza mientras acechas tú su calcañal» (Gn 3,15). Después, en el momento de la encarnación, oiremos al ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Muchos siglos después, el Papa Pío IX proclamaría este dogma de la Inmaculada concepción de María Santísima. ¿Nos extraña que en la tradición de la Iglesia se llame a María «templo donde habita Dios, templo santo y admirable en su justicia, salve María, paloma purísima (San Cirilo de Alejandría); «la plenitud de la divinidad que residía en Cristo brilló a través de María, la Inmaculada?» (San Gregorio de Nisa).
Que Ella nos prepare para este tiempo nuevo, en la conmemoración de su primera venida, preparándonos para la última venida. El encuentro con Cristo es posible: Santa María siempre Virgen lo hace posible en Navidad.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo. Primado de España