(María Fernanda Bernasconi/VaticanNews) En el marco de uno de los antiguos lugares de sepultura de los primeros cristianos de Roma, el Papa comenzó su homilía recordando que se trataba de la primera vez en su vida que entraba en una catacumba, lo que representa de alguna manera «una sorpresa» que, además, «nos dice tantas cosas».
Sí, porque «podemos pensar en la vida de estas personas, que tuvieron que esconderse, que tuvieron esta cultura de enterrar a los muertos y celebrar la Eucaristía aquí»... «Un momento feo de la historia», que sin embargo no se ha superado puesto que «aún hoy hay algunas».
Y destacó que hay tantas catacumbas en otros países donde incluso tienen que fingir que celebran una fiesta o un cumpleaños para celebrar la Eucaristía, porque en ese lugar está prohibido hacerlo: «Aún hoy hay cristianos perseguidos, más que en los primeros siglos. Más».
Identidad, lugar y esperanza
Francisco añadió que las catacumbas, la persecución y los cristianos junto a las lecturas lo hacían pensar en tres palabras: identidad, lugar y esperanza. Y desarrolló brevemente estos conceptos diciendo que «la identidad de estas personas que se reunieron aquí para celebrar la Eucaristía y alabar al Señor, es la misma que la de nuestros hermanos de hoy en muchos, muchos países donde ser cristiano es un crimen, está prohibido: no tienen derecho». Sin embargo, agregó, «la identidad es esto que hemos escuchado: son las Bienaventuranzas».
El Pontífice recordó que éste es el «documento de identidad», las Bienaventuranzas. A la vez que aludió a ese pasaje del Evangelio que nos ayuda a comprenderlo mejor y que será el «Gran Protocolo» con el que seremos juzgados. Es Mateo 25. De manera que con el Evangelio de las Bienaventuranzas y el Gran Protocolo, «mostraremos, viviendo esto, nuestra identidad como cristianos. Sin esto, no hay identidad. Hay una pretensión de ser cristianos, pero no hay identidad».
En cuanto a la segunda palabra, «el lugar», Francisco se refirió a esas personas que vinieron aquí para esconderse, para estar seguros, incluso para enterrar a los muertos, aquí; al igual que esas personas que celebran la Eucaristía hoy en secreto, en aquellos países donde está prohibido. Y dirigió su pensamiento a una religiosa en Albania que estaba en un campo de reeducación, en la época comunista, y donde estaba prohibido que los sacerdotes dieran los sacramentos, por lo que esa monja, allí, bautizaba en secreto.
«Y hoy podemos preguntarnos, prosiguió el Obispo de Roma, ¿dónde me siento más seguro? ¿En las manos de Dios o con otras cosas, con otras certezas que «alquilamos» pero que al final caerán, que no tienen consistencia? Estos cristianos con este documento de identidad que vivieron y viven en las manos de Dios, son hombres y mujeres de esperanza: y ésta es la tercera palabra que me llega hoy: esperanza».
A la vez que recordó que «esta palabra la acaban de escuchar en la segunda lectura: esa visión final donde todo se rehace, donde todo se recrea, esa patria donde todos iremos».
«Y para entrar no se necesitan cosas extrañas, no se necesitan actitudes sofisticadas: sólo hay que mostrar el documento de identidad»
De manera que el Pontífice reafirmó que «nuestra esperanza está en el cielo, nuestra esperanza está anclada allí y nosotros, con la soga en la mano, nos mantenemos mirando esa orilla del río que tenemos que cruzar. Siempre aferrados a la cuerda. Muchas veces sólo veremos la cuerda, ni siquiera el ancla, ni siquiera la otra orilla. Pero tú, aférrate a la cuerda que llegarás seguro».
«Identidad: de las Bienaventuranzas y de Mateo 25; lugar, el lugar más seguro: en las manos de Dios, heridas de amor; esperanza, el futuro, el ancla, allí, en la otra orilla, pero yo bien aferrado a la cuerda: esto es importante».
El Santo Padre, una vez de regreso a la Ciudad del Vaticano, se dirigió a las Grutas de la Basílica Vaticana para recogerse en oración por los Pontífices difuntos, cuyos restos en buen número allí se custodian.