(LSN/InfoCatólica) Entrevista a Mons. Schneider:
Su Excelencia, ¿fue suficiente desde su punto de vista la aclaración del Papa Francisco sobre el documento de Abu Dhabi, hecha durante la audiencia general del miércoles 3 de abril de 2019?. ¿Qué piensa de sus comentarios?
En la audiencia general del miércoles 3 de abril 2019, el Papa Francisco dijo estas palabras: «¿Por qué Dios permite que haya tantas religiones?. Dios ha querido permitirlo: los teólogos escolásticos se refirieron a la 'voluntas permisiva' (voluntad permisiva) de Dios. Quería permitir esta realidad: hay tantas religiones».
El Papa desafortunadamente no hizo ninguna referencia a la frase objetivamente errónea del documento de Abu Dhabi que dice: «El pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, raza e idioma son permitidas por Dios en Su sabiduría». Esta frase es, en sí misma, errónea y contradice la Revelación divina, ya que Dios nos ha revelado que Él no quiere la diversidad de religiones, sino una única religión, que Él ordenó en el primer mandamiento del Decálogo: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te fabricarás ídolos, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto» (Ex 20, 2-5). Nuestro Señor Jesucristo confirmó la validez perenne de este mandamiento cuando dijo: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto» (Mt 4, 10). Las palabras «Señor» y «Dios» expresadas en el primer mandamiento, se refieren a la Santísima Trinidad, que es el único Señor y Dios. De aquí que lo que Dios positivamente quiere es que todos los hombres alaben y adoren sólo a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, el único Dios y Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos» (n. 2072).
Los comentarios antes mencionados del Papa Francisco el miércoles 3 de abril de 2019 durante la audiencia general son un pequeño paso hacia la clarificación de una frase errónea que se encuentra el documento de Abu Dhabi. Sin embargo, son aún insuficientes porque no se refieren directamente al documento, y porque el católico medio y casi todos los no católicos ni saben ni entienden el concepto de la expresión teológica «voluntad permisiva de Dios».
Desde un punto de vista pastoral, es muy irresponsable dejar todos los fieles de la Iglesia en la incertidumbre con respecto a una cuestión tan vital como es la validez del primer mandamiento del Decálogo y de la obligación divina de todos los hombres de creer y adorar, con su libre albedrío, a Jesucristo como único Señor de la humanidad. Cuando Dios ordenó a todos los hombres: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadle.» (Mt 17, 5) y cuando, consecuentemente, en su juicio infligirá su venganza «contra aquellos que no obedecen al Evangelio de Nuestro Señor Jesús» ( 2 Tes 1, 8), ¿cómo puede Él al mismo tiempo permitir positivamente la diversidad de religiones?. Las palabras inequívocas reveladas por Dios son irreconciliables con la frase del documento de Abu Dhabi. Afirmar lo contrario significaría la cuadratura del círculo o adoptar la línea de pensamiento el gnosticismo o del Hegelianismo.
Uno no puede justificar la teoría de que la diversidad de religiones es positivamente querida por Dios citando la verdad del depósito de la fe con respecto al libre albedrío como regalo de Dios creador. Dios le ha dado al hombre el libre albedrío precisamente para que pueda adorar sólo a Dios que es Uno y Trino. Dios no le ha dado al hombre libre albedrío para que adore ídolos o para que niegue o blasfeme a su Hijo encarnado Jesucristo, que dijo: «el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios» (Jn 3, 18).
Después de la entrevista con el Papa Francisco el 1 de marzo durante la visita ad limina en Roma, ¿tuvo alguna otra comunicación con él sobre esta cuestión?. Y si así fue, ¿ocurrió antes o después del 3 de abril de 2019 durante la audiencia general del miércoles?
Durante la audiencia del 1 de marzo 2019 con ocasión de la visita ad limina, yo me dirigí al Papa Francisco, en la presencia de los obispos de nuestro grupo, con estas palabras:
«Santo Padre, en la presencia de Dios imploro a Su Santidad en el nombre de Jesucristo que nos juzgará, que se retracte de la afirmación del documento interreligioso de Abu Dhabi, que relativiza la naturaleza única de la fe en Jesucristo. Si no, la Iglesia en nuestros días no proclamará claramente la verdad del evangelio, tal como el apóstol Pablo dijo a Pedro en Antioquia» (cf Gal 2, 14).
El Santo Padre me respondió de inmediato, diciendo que uno debe explicar esta frase del documento de Abu Dhabi concerniente a la diversidad de religiones en el sentido de «la voluntad permisiva de Dios». A lo que repliqué: «Ya que esta frase enumera los objetos de la sabia voluntad divina de Dios indiscriminadamente, poniéndolos todos lógicamente al mismo nivel, la diversidad de los sexos masculino y femenino también debe ser querida por Dios por Su voluntad permisiva, lo que significa que tolera esta diversidad, igual que podría tolerar la diversidad de religiones.»
El Papa Francisco admitió luego que la frase podría ser malinterpretada y dijo: «Sin embargo, puedes decirle a la gente que la diversidad de religiones corresponde a la voluntad permisiva de Dios». A lo cual le respondí: «Santo Padre, por favor, diga esto a toda la Iglesia». Le dejé mi petición verbal al Papa también por escrito.
El Papa amablemente me respondió con una carta fechada el 5 de marzo en la cual repetía sus palabras de la audiencia del 1 de marzo. Él dijo que uno tiene que comprender esta frase aplicando el concepto de la voluntad permisiva de Dios. También afirmó que el documento de Abu Dhabi no intenta igualar la voluntad de Dios cuando crea diferentes colores y sexos con las diferentes religiones.
Con una carta fechada el 25 de marzo respondí a la del Papa Francisco del día 5, dándole las gracias por su amabilidad y pidiéndole con franqueza fraternal que publicara o bien él personalmente o a través de un dicasterio de la Santa Sede una nota de clarificación, repitiendo el contenido de lo que él dijo en la audiencia del día 1 de marzo y en su carta del día 5 de dicho mes. Añadí estas palabras: «Publicando tales palabras, Su Santidad tendrá la ocasión propicia y bendita de confesar a Cristo el Hijo de Dios en unos tiempos históricos difíciles de la humanidad y de la Iglesia».
Debo decir que el Papa Francisco me envió una carta el 7 de abril en la que incluía una copia de su discurso del día 3 de abril en la audiencia general y subrayaba la sección en la que se refería a la voluntad permisiva de Dios. Por supuesto, yo le estoy agradecido al Santo Padre por su amable atención.
El documento sobre «La fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia» no ha sido oficialmente enmendado ni corregido y, sin embargo, se ha creado un «Comité superior» para implementarlo. El lunes 26 de agosto la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó una declaración diciendo que el Papa estaba encantado de saber que se ha formado un «Comité superior» para alcanzar los fines contenidos en el documento. De acuerdo con esta declaración el Papa Francisco dijo: «Aunque desafortunadamente a menudo es noticia el mal, el odio, la división, hay un océano escondido de bien que crece y nos hace esperar en el diálogo, en el conocimiento mutuo, en la posibilidad de construir, junto con los creyentes de otras religiones y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, un mundo de fraternidad y de paz». Su Excelencia, ¿cuál es la gravedad de este problema?
De máxima gravedad, porque bajo la frase bonita retóricamente e intelectualmente seductora de la «fraternidad humana», los hombres de la Iglesia hoy están, de hecho, promoviendo el que se abandone el primer mandamiento del Decálogo y se traicione el corazón del evangelio. Aunque «la fraternidad humana» y la «paz mundial» pueden ser fines nobles, no se pueden promover a costa de relativizar la verdad de la naturaleza única de Jesucristo y de su Iglesia y de socavar el primer mandamiento del Decálogo.
El documento de Abu Dhabi «La fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia» y el «Comité superior» encargado de implementarlo son como una especie de tarta muy bien decorada pero que contiene una sustancia nociva. Tarde o temprano, casi sin darnos cuenta, debilitará el sistema inmune del cuerpo.
La creación del antes mencionado «Comité superior» establecido para implementar a todos los niveles, entre otros fines buenos, el principio supuestamente querido divinamente de la «diversidad de religiones», de hecho paraliza la misión de la Iglesia ad gentes. Sofoca su celo abrasador de evangelizar a todos los hombres, por supuesto con amor y respeto. Da la impresión de que la Iglesia hoy está diciendo: «Me avergüenzo del Evangelio», «me avergüenzo de evangelizar», «me avergüenzo de llevar la luz del Evangelio a todos los que aún no creen en Cristo». Esto es lo opuesto a lo que San Pablo el apóstol de los gentiles dijo. Él declaró: «No me avergüenzo del Evangelio» (Rom 1, 16) y «¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).
El documento de Abu Dhabi y los fines del «Comité superior» también debilitan considerablemente una de las características y tareas esenciales de la Iglesia, es decir, ser misionera y cuidar primeramente de la salvación eterna de los hombres. Reducen las principales aspiraciones de la humanidad a lo temporal y a los valores inmanentes de la fraternidad, la paz y la convivencia. De hecho, los intentos de establecer la paz están destinados al fracaso sino se proponen en el nombre de Jesucristo. Esta verdad proféticamente nos recuerda al papa Pío XI que dijo que las principales causas de las dificultades que sufren los hombres «se debían a que han expulsado a Cristo y a su santa ley de sus vidas; que ya no tienen cabida ni en los asuntos privados ni en la política». Sigue diciendo que «mientras que los individuos y los Estados rechacen someterse a la ley de Nuestro Salvador, no habrá realmente esperanza de una paz duradera entre las naciones» (Encíclica Quas primas, n. 1). El mismo Papa enseñó que los católicos «se convierten en grandes factores que traen al mundo la paz porque ellos trabajan por la restauración y la difusión del reino de Cristo» (Encíclica Ubi arcano, n. 58).
Una paz que es intramundana y una realidad puramente humana fracasará. Según Pío XI:
«La paz de Cristo no se alimenta de bienes caducos, sino de los espirituales y eternos, cuya excelencia y ventaja el mismo Cristo declaró al mundo y no cesó de persuadir a los hombres. Pues por eso dijo: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde el alma? (Mt 16, 26). Y enseñó además la constancia y firmeza de ánimo que ha de tener el cristiano: ni temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, sino temed a los que puedan arrojar el alma y el cuerpo en el infierno». (Mt 10, 28; Lc 12, 14) (Encíclica Ubi arcano n. 36).
Dios creó a los hombres para el cielo. Dios creó a todos los hombres para que conozcan a Jesucristo, para que tengan vida sobrenatural en Él y para que alcancen la vida eterna. Llevar a todos los hombres a Jesucristo y a la vida eterna es, por lo tanto, la primordial misión de la Iglesia. El Concilio Vaticano II nos ha dado una explicación bella y útil de esta misión:
«La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que 'quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1 Tim 2, 45), «y en ningún otro hay salvación» (Hch 4, 12). Es, pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo.
Porque Cristo mismo, «inculcando expresamente por su palabra la necesidad de la fe y del bautismo (cf Mc 16, 16; Jn 3, 5), confirmó, al mismo tiempo, la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del bautismo. Por lo cual no podrían salvarse aquellos que, no ignorando que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con todo no hayan querido entrar o perseverar en ella». (cf Decreto «Sobre la formación sacerdotal» 4, 8, 9).
«Pues, aunque el Señor puede conducir por caminos que Él sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle (Heb 11, 6), la Iglesia tiene el deber (1 Cor 9, 16), a la par que el derecho sagrado de evangelizar y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad« (Ad Gentes, n. 7).
Quiero enfatizar estas últimas palabras: «¡La actividad misionera de la Iglesia hoy sigue siendo muy necesaria!».
¿Quiere añadir algo más?
En la audiencia general del miércoles 3 de abril 2019, el Papa Francisco también dijo lo siguiente refiriéndose a la diversidad de religiones: «Hay muchas religiones. Algunas nacen de la cultura, pero todos miran al cielo; miran a Dios».
Estas palabras de alguna forma contradicen la declaración clara y luminosa del Papa Pablo VI:
«Nuestra religión instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo» (Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 53).
Qué oportunas, también, las palabras del Papa León XIII:
«la noción de que todas las religiones son iguales está calculada para arruinar todas las formas de religión, y especialmente la católica que, como es la única verdadera, no puede, sin gran injusticia, ser considerada simplemente igual a las otras religiones» (Encíclica Humanum genus , n. 16).
También son muy apropiadas las siguientes palabras del Papa Pablo VI:
«Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: 'Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia' una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa» (Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 14).
Por lo tanto, como el Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
«El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor» (n. 850).
Al reconocer directa o indirectamente la igualdad de todas las religiones, difundiendo e implementando el documento de Abu Dhabi (fechado el 14 de febrero de 2019) sin corregir las afirmaciones erróneas sobre la diversidad de religiones, los hombres en la Iglesia no sólo están traicionando a Jesucristo como único Salvador de la humanidad y la necesidad de la Iglesia para la eterna salvación, sino que también cometen una gran injusticia y pecado contra el amor al prójimo. En 1542, San Francisco Javier escribió desde las Indias a su padre espiritual San Ignacio de Loyola:
«Mucha gente en estos lugares no son cristianos simplemente porque no hay nadie que los haga. Muchas veces deseo viajar a las universidades de Europa, especialmente a la de París, y gritar desde cualquier lugar, como un loco, para incitar a aquellos que tienen más conocimiento que caridad con estas palabras: '¡Ay, a cuántas almas, por vuestra pereza, se les niega el cielo y terminan en el infierno!'».
Que estas ardientes palabras del santo patrón de las misiones y primer gran misionero jesuita toquen las mentes y los corazones de todos los católicos, y especialmente el del primer Papa jesuita, para que con coraje evangélico y apostólico puede retirar estas afirmaciones erróneas sobre la diversidad de religiones contenidas en el documento de Abu Dhabi. Por tal acto él podría perder la amistad y la estima de los poderosos de este mundo, pero seguramente no la amistad y la estima de Jesucristo, guardando Sus palabras: «A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32).
26 de agosto 2019
+ Athanasius Schneider
Traducido al español para InfoCatólica por Ana María Rodríguez