(Aica/InfoCatólica) En su discurso el Pontífice reflexionó sobre dos palabras «Biblia y vida», inseparable combinación. El Papa dijo que la palabra de Dios está viva, no muere ni envejece, permanece para siempre. Permanece joven en presencia de todo lo que pasa y preserva del envejecimiento interior a quienes lo ponen en práctica. Está viva y da vida. Es importante recordar que el Espíritu Santo, el Dador de vida, ama trabajar a través de las Escrituras», destacó.
«La Iglesia que se alimenta de la Palabra, vive para proclamar la Palabra. No habla de sí misma, si no que desciende a las calles del mundo: no porque le gusten o sean fáciles, sino porque son los lugares del anuncio. Una Iglesia fiel a la Palabra no escatima en proclamar el kerygma y no espera ser apreciada. La Palabra divina, que proviene del Padre y fluye al mundo, la empuja hasta los confines de la tierra. La Biblia es su mejor vacuna contra la cerrazón y la autoconservación», señaló.
En ese sentido, explicó: «Es la Palabra de Dios, no la nuestra, y nos aleja de ser el centro, preservándonos de la autosuficiencia y el triunfalismo, y nos llama constantemente a salir de nosotros mismos».
«La Palabra de Dios, dijo Francisco, posee una fuerza centrífuga, no centrípeta: no hace retroceder hacia nuestro interior, sino que empuja hacia el exterior, hacia aquellos que aún no ha alcanzado. No asegura una cálida comodidad, porque es fuego y viento: es el Espíritu el que enciende el corazón y desplaza los horizontes, dilatándolos con su creatividad», continuó.
Biblia y vida, unidas en la evangelización
«Biblia y vida: comprometámonos para que estas palabras se abracen siempre, que nunca esté una sin la otra. Quisiera concluir como empecé, con una expresión del apóstol Pablo, quien escribe al final de una carta: ‘Por el resto, hermanos, oren’. Como él, también les pido que oren», animó.
«Pero San Pablo especifica la razón de la oración: ‘para que corra la palabra del Señor’. Oremos y hagamos para que la Biblia no se quede en la biblioteca entre los muchos libros que hablan de ella, sino que corra por las calles del mundo y espere donde vive la gente. Deseo que sean buenos portadores de la Palabra, con el mismo entusiasmo que leemos en estos días en las historias de la Pascua, donde todos corren: las mujeres, Pedro, Juan, las dos de Emaús ... Corren para reunirse y anunciar la Palabra viva. Sinceramente lo espero», alentó.
«La Palabra da vida a cada creyente, al enseñarles a renunciar a sí mismos para anunciarse a Él. En este sentido, actúa como una espada afilada que, entrando en profundidad, discierne los pensamientos y los sentimientos, revela la verdad, hiere para volver a sanar», describió.
«La Palabra conduce a vivir de manera Pascual: como una semilla que muriendo da vida, como las uvas que dan vino a través de la prensa, como las aceitunas que dan aceite después de pasar por el molino. Así, provocando los dones radicales de la vida, la Palabra vivifica. No nos deja tranquilos, al contrario nos mete en discusión. Una Iglesia que vive escuchando la Palabra nunca paga por su propia seguridad. Es dócil a la impredecible novedad del espíritu», aseguró.
«La Iglesia nunca se cansa de anunciar, no se rinde a la decepción, no se da por vencida en promover la comunión en todos los niveles, porque, afirma el Papa, la Palabra llama a la unidad e invita a cada uno a escuchar al otro, superando sus particularismos», afirmó.
«No podemos renunciar a la Palabra de Jesús, la única Palabra de vida eterna, que necesitamos todos los días», advirtió Francisco, deseando ver florecer «una nueva temporada de mayor amor por las Escrituras por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios, para profundizar más con Jesús».
«Sería bueno que la Palabra de Dios se convierta en el corazón de toda actividad eclesial, el corazón que late, que vitaliza las extremidades del cuerpo. Es el deseo del Espíritu plasmarse como Iglesia ‘formato-Palabra’: una Iglesia que no habla por sí misma o de sí misma, sino que lleve en su corazón y en sus labios al Señor, que diariamente se extrae de su Palabra».
Para terminar, advirtió sobre la tentación de anunciarnos a nosotros mismos y de hablar sobre nuestra dinámica: «De esta manera la vida no se transmite al mundo», concluyó