(EP) Mons. Jiménez ha viajado este mes a Roma para trabajar en la revisión y actualización de un documento de 1978 que regula las relaciones mutuas de los obispos y religiosos, ya que es miembro desde 2014 de la Comisión Mixta de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y la Congregación de los Obispos. Asimismo, ha sido el obispo encargado de la vida consagrada en la Conferencia Episcopal Española durante seis años, entre 2011 y 2017.
Don Vicente ha explicado a Europa Press que los religiosos en España y en la diócesis «gozan, en general, de buena salud espiritual, tratan, aun en medio de serias dificultades, de ser fieles a la vocación a la que Dios les llama, caminan desde el seguimiento cercano de Cristo y dóciles al Espíritu Santo responden a los retos que tiene planteados la vida consagrada».
Según ha comentado, si bien su menor número obliga a una reorganización y a abandonar algunos campos de acción, como la enseñanza y la sanidad, esto puede ser ocasión «de volver a lo esencial, a ser levadura, signo y profecía».
Precisamente, el documento en el que ha trabajado en Roma, que tiene que ser revisado ahora por la Comisión de los textos legislativos de la Santa Sede y por la Congregación para la Doctrina de la Fe antes de ser presentado al Santo Padre para que lo apruebe y promulgue, «se sitúa en un cambio de época, que exige vivir los problemas como desafíos y oportunidades y no como obstáculos».
A su entender, la vida consagrada «tiene un gran valor para la vida de la Iglesia y la sociedad» porque «los religiosos están en el corazón mismo de la Iglesia como un elemento decisivo para su misión evangelizadora», donde se presentan con diversidad de carismas «en sus formas antiguas y nuevas». Por eso, es un don «para el presente y el futuro».
El arzobispo de Zaragoza ha opinado que el futuro de la vida consagrada «no dependerá del número de sus miembros, ni del prestigio o la eficacia de sus obras e instituciones, sino de la docilidad a la voz del Espíritu Santo, que es luz y fuerza» porque «Él es quien ha hecho nacer en la Iglesia la vida consagrada para el Reino y para el mundo».