(Catholic Herald/InfoCatólica) «La liturgia funeraria en la Iglesia católica brinda un gran consuelo y esperanza a los que han perdido a un ser querido porque proclamamos la Resurrección del Señor y nuestra esperanza de vida eterna», dijo Mons. Toal en una carta a sacerdotes y diáconos. Y añade:
«Su fortaleza está en la fe de la Iglesia y en las palabras de la liturgia que expresan esa fe. Debemos aceptar, por lo tanto, que lo que más nos importa es lo que la Iglesia nos ofrece, en lugar de nuestras propias palabras».
La carta, publicada el 3 de abril, tiene como objetivo ayudar al clero y a los fieles a organizar funerales.
«Dado que la liturgia tiene su propia estructura y ritmo, especialmente la Misa de Réquiem, no debe interrumpirse para agregar nuestros extras», dijo. La homilía durante la misa del funeral «no es un momento, por lo tanto, para que alguien más se levante para hablar sobre el fallecido, quienquiera que sea».
El obispo sugiere que pueen «ofrecerse algunas palabras de tributo» antes de que comience la Misa o el servicio funerario. «Estas palabras, sin embargo, deben escribirse y mostrarse al celebrante de antemano y no deben ser muy prolongadas», agregó.
«A menudo, lo que las familias quieren escuchar y compartir se puede ofrecer de una manera más apropiada y menos formal en la recepción posterior», indica Mons. Toal. «Los más cercanos al difunto se reúnen después del funeral y es mejor que compartan sus felices recuerdos sobre el difunto en ese momento».
Sin embargo, el prelado recuerda que:
«...el punto importante es la celebración plena de los ritos funerarios católicos y nuestra intercesión para que los pecados del difunto puedan ser perdonados y que sea digno de compartir la vida eterna con Dios»
La homilía es solo una parte de la misa o del servicio funerario, y su función es «reflexionar sobre la Palabra de Dios que se ha proclamado y llevar a la celebración de los misterios en los que depositamos nuestra fe».
El obispo dijo que la instrucción de la Iglesia para los funerales establece claramente que el sacerdote o diácono que celebra el funeral debe «predicar una homilía como en otras ocasiones, basado en la Palabra de Dios, enfatizando en el funeral la esperanza de la resurrección en Nuestro Señor Jesucristo».
«La instrucción dice específicamente que la homilía no debe ser un elogio», agregó. Tampoco es apropiado agregar un tributo final a la persona fallecida antes o durantel las palabras conclusivas de la Misa funeraria.
El obispo Toal dijo que es apropiado que el predicador integre algunos detalles sobre la vida de la persona fallecida en la homilía «para que sea personal y reconozca el deseo de la familia de recordar a su ser querido de manera sensible». Esto requiere cierta habilidad y «un esfuerzo para averiguar algo sobre los fallecidos por parte de su familia».
«Evidentemente, el predicador no está allí para contar paso a paso la vida del difunto, sino más bien para hacer uso de algo que conozca de él, de una manera apropiada», indica el prelado, quien agrega que «lo que se diga sobre El difunto debe ser preciso y preparado».
El obispo advierte a los fieles que deben tener en cuenta que no todos los celebrantes tienen la misma capacidad de integrar lo personal y lo espiritual. También ofrece orientación para la participación familiar en la liturgia funeraria.
Si bien las familias a veces desean realizar tareas particulares durante los funerales, «puede ser mejor dejar las tareas litúrgicas a quienes las realizan normalmente en la parroquia», dijo Mons. Toal.
Abordando el papel de los lectores y de los que dicen las oraciones de los fieles, el obispo señala: «Es una prueba para las personas que leen si no están acostumbrados a hacerlo, o tal vez ni siquiera asisten regularmente a la iglesia».
Por último, el obispo exhorta a los miembros de la familia de la persona fallecida a buscar orientación en el sacerdote o diácono, dada su responsabilidad de decidir sobre estos roles.
La diócesis de Motherwell tiene 66 parroquias en Lanarkshire y partes de Glasgow. Atiende a aproximadamente 162,000 católicos.
Enseñanza del Catecismo
1680 Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro» (Símbolo de Niceno-Constantinopolitano).
I. La última Pascua del cristiano
1681 El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio Pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús «sale de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Co 5,8).
1682 El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la «semejanza» definitiva a «imagen del Hijo», conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
1683 La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo «en las manos del Padre». La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la tierra, con esperanza, el germen del cuerpo que resucitará en la gloria (cf 1 Co 15,42-44). Esta ofrenda es plenamente celebrada en el Sacrificio eucarístico; las bendiciones que preceden y que siguen son sacramentales.
II. La celebración de las exequias
1684 Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarle la vida eterna.
1685 Los diferentes ritos de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones y a las tradiciones de cada región, aun en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686 El Ordo exequiarum o Ritual de los funerales de la liturgia romana propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende cuatro momentos principales:
1687 La acogida de la comunidad. El saludo de fe abre la celebración. Los familiares del difunto son acogidos con una palabra de «consolación» (en el sentido del Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo en la esperanza [cf 1 Ts 4,18]). La comunidad orante que se reúne espera también «las palabras de vida eterna». La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de «este mundo» y atraer a los fieles, a las verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688 La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto que no son cristianos. La homilía, en particular, debe «evitar» el género literario de elogio fúnebre (cf. Ritual de exequias, Primer tipo de exequias, 41) y debe iluminar el misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689 El Sacrificio eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf. Ritual de exequias, Prenotandos, 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf. Ritual de exequias, Primer tipo de exequias, 56). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien «se durmió en el Señor» , comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.
1690 El adiós («a Dios») al difunto es «su recomendación a Dios» por la Iglesia. Es el «último adiós [...] por el que la comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro» (cf. Ritual de exequias, Prenotandos, 10). La tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós al difunto:
Con este saludo final «se canta por su partida de esta vida y por su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia Él [...] estaremos todos juntos en Cristo» (San Simeón de Tesalónica, De ordine sepulturae, 367).