(LSN/InfoCatólica) El cardenal Müller rechaza la idea de responsabilizar a todos los homosexuales de la crisis de abusos sexuales. No obstante, en relación con los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, en que «no se puede ignorar el hecho de que más del 80% de las víctimas son varones».
El cardenal alemán también rechaza la idea de que el incremento de sacerdotes abusadores y la crisis ocasionada por ello y por el encubrimiento durante décadas de sus crímenes haya sido provocada por «el celibato o las pretendidas estructuras de poder eclesiales». Señala que «los infractores han cometido abusos sexuales», por tanto, esos abusos no son «abusos de poder», sino que el poder ha sido el medio del que se han servido los infractores para satisfacer sus propios deseos sexuales desordenados.
El cardenal Müller afirma: «Cuando un adulto o un superior abusa sexualmente de alguien que se le ha confiado a su cuidado, su poder es sólo el medio (del que también se abusa) para sus malvados actos, y no la causa de los mismos».
Hay por lo tanto «un doble abuso, pero no se puede confundir la causa del delito con el medio y la ocasión para su realización, y así poder descargar la culpa personal del infractor en las circunstancias, la sociedad o la Iglesia».
Puesto que también se producen abusos sexuales fuera de las estructuras de la Iglesia, el cardenal Müller señala que se está abusando realmente de aquellas víctimas de fuera de la Iglesia cuando se considera a las estructuras de poder como la causa real de los abusos: «Hablar en estos casos de clericalismo o de las estructuras de la Iglesia como la causa (de los abusos sexuales), es un insulto a las muchas víctimas de abusos sexuales por parte de personas que no tienen nada que ver con la Iglesia ni con los clérigos».
Declaraciones completas del cardenal Gerhard Müller
Cuando un clérigo comete un delito de abuso sexual con un adolescente, los ideólogos no dudan en acusar a los sacerdotes en general o a la «Iglesia», como dicen ellos, en su ignorancia teológica. Este es el único caso en el que aún se permite generalizar de forma imprudente, e incluso presentar alegremente sus fantasías sobre una culpa colectiva. Cuando un islamista comete un acto terrorista, es exactamente esta misma gente, con sus insulsos prejuicios contra el celibato y las despreciadas enseñanzas morales de la Iglesia, la que absuelve al Islam de cualquier complicidad y quién, así mismo, defiende a la mayoría de pacíficos musulmanes.
De forma similar, uno no puede hacer responsable a «los» extranjeros de los delitos cometidos por un individuo, así como no se puede acusar a «los» sacerdotes en general por los delitos de una persona que pertenece a la misma profesión. ¿Por qué los ideólogos no llegan a la simple conclusión de que no se puede, de forma general, culpar a una familia, una profesión, una nación o una comunidad religiosa por los actos de un solo individuo?
Cuando analizamos el abuso sexual de un menor cometido por sacerdotes católicos, no podemos ignorar el hecho de que el 80% de las víctimas son de género masculino. Nada va a mejorar por negar los hechos o por insinuar vagamente que «los homosexuales», quienes quiera que sean a los que se refieren, son responsables de los abusos sexuales, como sería una tontería culpar a los «sacerdotes» en general de dicho delito.
Tampoco tiene nada que ver con el celibato o con las pretendidas estructuras eclesiales, sino más bien, con el hecho de que los infractores hayan cometido delitos homosexuales. No existe el «homosexual» como un tipo específico de hombres, sino que existen hombres que se sienten atraídos por otros hombres, independientemente de la valoración moral de los actos homosexuales.
Las organizaciones homosexuales y las ideologías no representan los intereses de aquellos que aceptan, dentro de la fe cristiana, la enseñanza moral de la Iglesia en esta materia. El testimonio personal de un hombre implicado, Daniel Mattson, y su libro altamente cualificado «Por qué no me llamo a mí mismo gay» (San Francisco: Ignatius Press, 2017), es con mucho superior a toda la propaganda homosexual y a la mojigata orquestación de los católicos «progresistas». Sin embargo, la arrogancia con la que están siendo despreciados todos los que no siguen la ideología homofílica, como si fueran una subespecie homofóbica («Untermensch»), merece ahora la oposición de toda persona justa y honesta.
El abuso sexual tiene sus raíces en el ejercicio inmoral de los instintos sexuales. La sexualidad masculina y femenina es intrínsecamente buena porque ha sido implantada en la naturaleza corpórea del hombre por su Creador y porque lo predispone al matrimonio entre el hombre y la mujer. El abuso de esta sexualidad se llama pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo.
Sin embargo, cuando un adulto o un superior abusa sexualmente de alguien que ha sido encomendado a su cuidado, su «poder» es sólo el medio (del que también se abusa) para sus actos malvados, y no su causa. Es realmente un doble abuso, pero no debemos confundir la causa del delito con los medios y las ocasiones para realizar dichos actos para descargar la culpa personal del infractor en las circunstancias, la «sociedad» o la Iglesia.
A un sacerdote se le da autoridad espiritual para «construir, no para destruir» ( 2 Cor 10, 8). El deseo del infractor de gratificar su deseo sexual es la causa de la violación de la intimidad física y emocional de la persona que le ha sido encomendada. Hablar del clericalismo o de las estructuras de la Iglesia como la causa (de los abusos sexuales), es un insulto a las muchas víctimas de abuso sexual (fuera de la Iglesia) por parte de aquellos que no tienen relación alguna con la Iglesia y los sacerdotes. (Ellos, también, son víctimas de la gente que los usa para satisfacer sus propios deseos sexuales desordenados).
Él infractor mismo está actuando de forma inmoral cuando usa esta ocasión para responsabilizar de esos graves pecados contra Dios y contra los hombres que no han cometido estos delitos, al celibato, a la enseñanza moral de la Iglesia y a la constitución sacramental de la misma. Lo hace así, en parte, porque presenta así a todos los sacerdotes y religiosos que han elegido voluntariamente esta forma de vida de acuerdo con el Evangelio y quienes diariamente dan lo mejor de sí mismos en el cuidado pastoral, como potenciales abusadores sexuales y así los expone a la omnipresente sospecha y discriminación pública. Así como el celibato no es la causa de su transgresión y desafío, el matrimonio, tampoco es responsable del pecado contra él; lo mismo se aplica al mandamiento de honrar a los padres, que no es el responsable del abandono culpable de ellos.
Traducido para InfoCatólica por Ana María Rodríguez