(Il Giornale/InfoCatólica) Por su interés, traducimos algunos párrafos de la entrevista que el Cardenal Eijk, arzobispo de Utrecht, ha concedido al diario italiano Il Giornale.
–Cardenal Eijk, ¿cuál es el estado de salud del catolicismo en el norte de Europa? Sabemos que la Iglesia está viviendo una situación difícil ...
En todo el norte de Europa, la Iglesia Católica se está reduciendo. Holanda tiene el dudoso honor de ser la pionera de este fenómeno: fuimos el primer país donde comenzó la reducción. Desde entonces, se ha registrado una disminución del número de fieles en todo el norte de Europa, especialmente en Alemania, donde el declive es muy rápido, entre otras cosas debido a los que abandonan la Iglesia, pero sé que incluso en países como España e Italia se puede percibir la disminución.
–¿Por qué sucede esto?
La causa principal es el individualismo que caracteriza a la sociedad occidental moderna. Como consecuencia del aumento del bienestar, las personas se han vuelto individualistas y las familias encuentran dificultades para transmitir la fe en un contexto en el que esa fe queda cada vez más marginada. La religión cristiana ya no está presente en la vida social y se percibe con una hostilidad oculta o incluso manifiesta. En el caso de los Países Bajos, nos encontramos en una fase en la que las parroquias tienen que fusionarse y muchas iglesias dejan de utilizarse para el culto.
–Cardenal, usted ha hablado del «individualismo», pero ¿existen también otras causas?
La causa es la falta de creyentes activos que participen en las celebraciones de la iglesia y apoyen a la iglesia como voluntarios o con sus aportes económicos. En los Países Bajos no existe el impuesto eclesial. La Iglesia en Holanda vive de las contribuciones voluntarias de los fieles. Esto hace que la Iglesia sea pobre, pero también que libre frente al Estado, lo que considero una gran ventaja, que supera la desventaja de la pobreza. En cualquier caso, también hay lugares claros de esperanza, donde se pueden recuperar las fuerzas y se vive la fe de manera auténtica, con una buena liturgia, catequesis y actividades para los diversos grupos. Con ese fin, la archidiócesis también forma voluntarios y ha preparado la formación de futuros diáconos permanentes, catequistas y asistentes diaconales. Sigue habiendo algunos operadores pastorales laicos que tienen formación teológica universitaria y perciben un salario, pero su número se ha reducido a menos de la mitad en los casi once años que he sido arzobispo de Utrecht y será muy bajo en los años en que seguiré siéndolo.
–¿Ha leído el «dossier de Viganò»? ¿Qué piensa sobre él?
No puedo juzgar bien el contenido de sus cartas, pero está claro que es una cuestión que debe investigarse en profundidad: muchos obispos lo han pedido y la Santa Sede ha anunciado que examinará con más detalle el caso de Theodore McCarrick. En mi opinión, es algo muy deseable: necesitamos aclararlo a fondo, si es que la Iglesia quiere recuperar su credibilidad.
–En el Sínodo sobre la juventud, hubo cierta controversia por el uso del acrónimo «LGBT» en el Instrumentum laboris. ¿Qué piensa sobre ello?
Por supuesto, todas las personas deben ser tratadas con respeto, incluidas las que tienen una orientación sexual objetivamente desordenada, pero utilizar esa expresión puede producir una impresión errónea. No parece correcto usarla en documentos eclesiales. El hecho de que hablar en un Sínodo de una tendencia «objetivamente desordenada»(la formulación del Catecismo) parezca algo muy abstracto a los jóvenes es la consecuencia de que, en la Iglesia y ciertamente en los Países Bajos, la catequesis ha sido muy incompleta y, a menudo, ha estado completamente ausente. Los niños y los jóvenes se ven bombardeados en las escuelas con las ideas que provienen de la teoría de género, intensamente defendidas en amplias áreas por organizaciones nacionales e internacionales.
–Usted ya dejó clara su postura sobre la exhortación Amoris Laetitia. Cardenal Eijk, ¿es usted partidario de los «dubia»?
Durante el Sínodo manifesté una posición clara a este respecto y también contribuí al libro escrito por once cardenales (Once cardenales hablan sobre matrimonio y la familia), en el que afirmé claramente que, en mi opinión, el número 84 de Familiaris Consortio sigue siendo válido en su totalidad. Esto significa que, si una persona está divorciada y se ha vuelto a casar civilmente, no puede recibir la Comunión (a menos que los dos vivan como hermanos). Esto es algo que no se ha negado en ningún sitio, ni tampoco lo ha hecho el Papa, ni siquiera en Amoris Laetitia, pero a menudo se hace referencia a las notas a pie de página de este documento, sin tener en cuenta que una doctrina y una praxis de larga data de la Iglesia no pueden ser modificadas por notas a pie de página o una declaración ocasional durante una entrevista en un avión. Me gustaría, sobre todo, que el encargado del ministerio petrino, que es el principio de la unidad de la fe cristiana, aclarase todo esto: ahora nos encontramos en una situación en la que en una provincia eclesiástica se propone y practica una cosa y, en otra provincia, se promulga algo diferente. Esto crea confusión entre la gente. Una falta de claridad prolongada puede hacer que surjan prácticas indeseables. En la Iglesia, la verdad siempre sale a la luz, pero en es urgente que así sea. Precisamente para evitar decepcionar a la gente.
–¿Es verdad que se ha visto obligado a cerrar muchas iglesias? Si es así, ¿por qué razón?
Sí, muchas iglesias ya se han retirado del culto y, en los próximos diez años, habrá que cerrar la mayoría de las iglesias. Antiguamente había más de 350. Ahora quedan unas 200. Preveo que, en 2028, el año en que cumpliré 75 años y tendré que presentar mi renuncia al Santo Padre, la Archidiócesis de Utrecht contará aproximadamente con 20 parroquias, con uno o dos templos cada una.
–¿Cuáles son los motivos?
El pequeño número de fieles que siguen yendo a la iglesia y, en consecuencia, el pequeño número de voluntarios y los ingresos insuficientes para mantener las iglesias abiertas. Hay iglesias con capacidad para 400 o 500 personas y a menudo incluso más, a las que solo acuden algunas decenas de fieles los domingos. Muchas parroquias están teniendo que recurrir a las reservas financieras. A fin de cuentas, las personas que se marchan son la causa por la que las iglesias terminan por tener que cerrar sus puertas. Ahora experimentamos esta disminución, con la esperanza de resurgir como una Iglesia más pequeña pero más vital.
–Pronto se celebrará el Sínodo sobre la Amazonia, donde se discutirá la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados, viri probati. ¿Estamos avanzando hacia el fin del celibato sacerdotal?
Entiendo que, en ciertos lugares del mundo, la necesidad de sacerdotes es más apremiante que en el norte de Europa. En mi opinión, sin embargo, los sacerdotes casados no son la solución. Si se permitiera solo para ciertos territorios, surgiría una desigualdad dentro de la Iglesia Católica en su conjunto en un punto muy importante. Permitir tal cosa temporalmente no es una solución, porque una vez que se toma esa decisión, se vuelve irrevocable. Con esto se perdería el celibato sacerdotal, una espléndida y fructífera tradición de siglos de la Iglesia latina. Además, si se produjera la ordenación de «viri probati», faltaría la formación sacerdotal en un Seminario.