(Vatican News/InfoCatólica) En su denso discurso, el Obispo de Roma se refirió a los desafíos y esperanzas que interesan a la familia humana, recordó sus Viajes Apostólicos en 2017 y, con el telón de fondo del centenario del final de la Primera Guerra Mundial, en 2018, quiso dedicar el encuentro a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el 70 aniversario de su aprobación por parte de Naciones Unidas.
Libertad, justicia y paz se asientan en la dignidad y los derechos humanos
El Papa habló del derecho a la vida, a la libertad religiosa y de la inviolabilidad de toda persona humana. Del derecho a la salud y a los cuidados sanitarios. De la importancia de trabajar activamente por la paz, de promover el desarme completo y el desarrollo integral. Del diálogo y las negociaciones para resolver diferencias y conflictos. Del respeto de las minorías religiosas, entre las que se encuentran los cristianos. De la violencia y el terrorismo. De la familia, los migrantes, el trabajo, el medio ambiente.
Viajes Apostólicos en 2017
El recuerdo de los países que visitó y el anhelo de la Santa Sede en relación con las Autoridades civiles de favorecer el bienestar espiritual y material de la persona humana y la promoción del bien común:
«Son expresión de esta solicitud los viajes apostólicos que realicé el año pasado en Egipto, Portugal, Colombia, Myanmar y Bangladés.
A Portugal fui como peregrino, cuando se cumplía el centenario de las apariciones de la Virgen en Fátima, para celebrar la canonización de los pastorcitos Jacinta y Francisco Marto. Allí pude constatar la fe llena de entusiasmo y alegría que la Virgen María suscitó en muchos de los peregrinos venidos para dicha ocasión.
También en Egipto, Myanmar y Bangladés pude reunirme con las comunidades cristianas locales que, aunque numéricamente escasas, son dignas de aprecio por su contribución al desarrollo y a la convivencia civil de sus respectivos países. No faltaron los encuentros con los representantes de otras religiones, demostrando cómo las particularidades de cada una no son un obstáculo para el diálogo, sino la savia que lo alimenta con el deseo común de conocer la verdad y practicar la justicia.
Por último, en Colombia deseé bendecir los esfuerzos y la valentía de ese amado pueblo, marcado por un vivo anhelo de paz tras más de medio siglo de conflicto interno».
La Declaración Universal de los Derechos Humanos y la perspectiva cristiana
Tras recordar que «la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana», el Papa señaló su deseo de centrar su discurso en la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
«Quisiera dedicar nuestro encuentro de hoy a este documento importante, cuando se cumplen setenta años desde su adopción por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que tuvo lugar el 10 de diciembre de 1948. Para la Santa Sede hablar de derechos humanos significa, ante todo, proponer la centralidad de la dignidad de la persona, en cuanto que ha sido querida y creada por Dios a su imagen y semejanza. El mismo Señor Jesús, curando al leproso, devolviendo la vista al ciego, deteniéndose con el publicano, perdonando la vida a la adúltera e invitando a preocuparse del caminante herido, nos ha hecho comprender que todo ser humano, independientemente de su condición física, espiritual o social, merece respeto y consideración. Desde una perspectiva cristiana hay una significativa relación entre el mensaje evangélico y el reconocimiento de los derechos humanos, según el espíritu de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos».
El Santo Padre recordó que los derechos humanos «tienen su fundamento en la naturaleza que aúna objetivamente al género humano. Ellos fueron enunciados para eliminar los muros de separación que dividen a la familia humana y para favorecer lo que la doctrina social de la Iglesia llama al desarrollo humano integral».
Por el contrario, «una visión reduccionista de la persona humana abre el camino a la propagación de la injusticia, de la desigualdad social y de la corrupción».
Sin embargo, lamentó que, «a lo largo de los años, sobre todo a raíz de las agitaciones sociales del ‘sesenta y ocho’ –las revueltas estudiantiles que tuvieron lugar en París en el mes de mayo del año 1968–, la interpretación de algunos derechos ha ido progresivamente cambiando, incluyendo una multiplicidad de ‘nuevos derechos’, no pocas veces en contraposición entre ellos».
La pretensión de imponer estos nuevos derechos «no siempre ha contribuido a la promoción de las relaciones de amistad entre las naciones, puesto que se han afirmado nociones controvertidas de los derechos humanos que contrastan con la cultura de muchos países, los cuales no se sienten por este motivo respetados en sus propias tradiciones socio-culturales, sino más bien desatendidos frente a las necesidades reales que deben afrontar».
Por el contrario, la Declaración Universal de los Derechos Humanos busca la «afirmación de la dignidad de cada persona humana, cuyo desprecio y desconocimiento conducen a actos de barbarie que ofenden la conciencia de la humanidad».
Promover diálogo, encuentro, reconciliación, desarrollo integral de los pueblos
Invitando a impulsar el diálogo y la negociación para superar y resolver los conflictos y diferencias, en lo que en varias ocasiones ha calificado como tercera guerra mundial a trozos, el Santo Padre recordó Ucrania, la península coreana, Siria, Irak, Yemen, Afganistán, las recientes tensiones entre israelíes y palestinos, el status quo de Jerusalén, el continente africano.
Sin olvidar Venezuela:
«También dentro de contextos nacionales, la apertura y la disponibilidad del encuentro son esenciales. Pienso especialmente en la querida Venezuela, que está atravesando una crisis política y humanitaria cada vez más dramática y sin precedentes. La Santa Sede, mientras que exhorta a responder sin demora a las necesidades primarias de la población, desea que se creen las condiciones para que las elecciones previstas durante el año en curso logren dar inicio a la solución de los conflictos existentes, y se pueda mirar al futuro con renovada serenidad».
La familia: elemento natural y fundamental de la sociedad
Después de haber recordado las zonas afectadas por la guerra con la inevitable consecuencia de la perdida de seres queridos, el Santo Padre dedicó un recuerdo especial a las familias y al derecho que tienen a la protección por parte de la sociedad y del Estado, como lo señala el artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. «Por desgracia – señaló el Pontífice – se sabe que la familia, especialmente en Occidente, está considerada como una institución superada. Frente a la estabilidad de un proyecto definitivo, hoy se prefieren vínculos fugaces. Pero una casa construida sobre la arena de los vínculos frágiles e inconstantes no se mantiene en pie».
Antes esta situación, el Papa Francisco indicó que, se necesita más bien la roca, sobre la que se establecen cimientos sólidos. Y la roca es precisamente esa comunión de amor, fiel e indisoluble, que une al hombre y a la mujer, una comunión que tiene una belleza austera y sencilla, un carácter sagrado e inviolable y una función natural en el orden social. «Considero por eso urgente – puntualizó el Papa – que se lleven a cabo políticas concretas que ayuden a las familias, de las que por otra parte depende el futuro y el desarrollo de los Estados. Sin ellas, de hecho, no se pueden construir sociedades que sean capaces de hacer frente a los desafíos del futuro».
Otras consecuencias del desinterés por las familias
En este sentido, indicó el Obispo de Roma, el desinterés por las familias trae además otra dramática consecuencia, como es la caída de la natalidad. «Estamos ante un verdadero invierno demográfico dijo, y esto es un signo de sociedades que tienen dificultad para afrontar los desafíos del presente y que, volviéndose cada vez más temerosas con respecto al futuro, terminan por encerrarse en sí mismas».
Al mismo tiempo, señaló el Papa, no podemos olvidar la situación de las familias rotas a causa de la pobreza, de las guerras y las migraciones. «Con demasiada frecuencia, tenemos ante nuestros ojos el drama de niños que cruzan solos los confines que separan al norte del sur del mundo, muchas veces víctimas del tráfico de seres humanos».
Migrantes y migraciones
Hoy se habla mucho de migrantes y migraciones, dijo el Papa Francisco a los Diplomáticos, y no hay que olvidar que las migraciones han existido siempre. Tampoco hay que olvidar que la libertad de movimiento, como la de dejar el propio país y de volver a él, pertenece a los derechos humanos fundamentales como lo señala el artículo 13 de la Declaración Universal de los derechos Humanos.
Esto ha sido lo que he querido reafirmar con el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, recordó el Pontífice, celebrado el pasado 1 de enero, dedicado a: «Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz». En este sentido, el ejercicio de la virtud de la prudencia es necesario para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu».
Solidaridad con los migrantes
Por ello, señaló el Sucesor de Pedro, deseo una vez más agradecer a las autoridades de aquellos Estados que se han prodigado en estos años en ofrecer ayuda a los numerosos emigrantes llegados a sus fronteras. Pienso sobre todo en el esfuerzo de no pocos países en Asia, África y en América, que acogen y ayudan a numerosas personas.
Deseo además, afirmó el Papa, dar las gracias de modo especial a Italia que en estos años ha mostrado un corazón abierto y generoso, y ha sabido ofrecer también ejemplos positivos de integración. «Igualmente, expreso mi aprecio por los esfuerzos realizados por otros Estados europeos, especialmente Grecia y Alemania. No hay que olvidar que muchos refugiados y emigrantes buscan alcanzar Europa porque saben que allí pueden encontrar paz y seguridad, las cuales son por otra parte fruto de un largo camino alumbrado por los ideales de los Padres fundadores del proyecto europeo después de la Segunda Guerra Mundial».
Europa, agregó el Pontífice, debe sentirse orgullosa de este patrimonio, basado en principios firmes y en una visión del hombre que ahonda sus raíces en su historia milenaria, inspirada en la concepción cristiana de la persona humana. «La llegada de los inmigrantes – señaló – debe estimularla a redescubrir su propio patrimonio cultural y religioso, de tal manera que, adquiriendo nueva conciencia de los valores sobre los que está edificada, pueda mantener viva al mismo tiempo su propia tradición y seguir siendo un lugar de acogida, heraldo de paz y desarrollo».
La Santa Sede y la inmigración
En este sentido, la Santa Sede al igual que los gobiernos, las organizaciones internacionales y la sociedad civil busca el modo más conveniente de responder al movimiento migratorio y a las situaciones que todavía afectan a los refugiados. «La Santa Sede – precisó el Pontífice – espera que estos esfuerzos, con las negociaciones que pronto comenzarán, darán unos resultados que sean dignos de una comunidad mundial cada vez más interdependiente, fundada en los principios de la solidaridad y la ayuda mutua».
En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, sugerí – señaló el Papa – cuatro «piedras angulares» para la acción: acoger, proteger, promover e integrar. «Me gustaría centrarme en particular en esta última, sobre la que existen posiciones contrapuestas en virtud de diferentes evaluaciones, experiencias, preocupaciones y convicciones».
La integración – afirmó el Papa Francisco – es «un proceso bidireccional», con derechos y deberes recíprocos. Todo proceso de integración debe mantener siempre, como aspecto central de la regulación de los diversos aspectos de la vida política y social, la protección y la promoción de las personas, especialmente de aquellas que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Por ello, la Santa Sede no tiene la intención de interferir en las decisiones que corresponden a los Estados, que a la luz de sus respectivas situaciones políticas, sociales y económicas, así como de sus propias capacidades y posibilidades de recepción e integración, tienen la responsabilidad principal de la acogida.
Derecho a la libertad de pensamiento y libertad religiosa
En este ámbito de la integración, dijo el Obispo de Roma, uno de los derechos humanos sobre el que me gustaría hoy llamar la atención es el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, que incluye la libertad de cambiar de religión. «Se sabe por desgracia – afirmó – que el derecho a la libertad religiosa, a menudo, no se respeta y la religión con frecuencia se convierte en un motivo para justificar ideológicamente nuevas formas de extremismo o un pretexto para la exclusión social, e incluso para la persecución en diversas formas de los creyentes».
La condición para construir sociedades inclusivas está en una comprensión integral de la persona humana, que se siente verdaderamente acogida cuando se le reconocen y aceptan todas las dimensiones que conforman su identidad, incluida la religiosa.
Derecho al trabajo
«Por último», señaló el Papa a los Embajadores, «me gustaría recordar la importancia del derecho al trabajo. No hay paz ni desarrollo si el hombre se ve privado de la posibilidad de contribuir personalmente, a través de su trabajo, en la construcción del bien común». Es triste ver cómo el trabajo en muchas partes del mundo es un bien escaso, evidencia el Papa y hay pocas oportunidades para encontrar trabajo, especialmente para los jóvenes. Con frecuencia resulta fácil perderlo, no sólo por las consecuencias de la alternancia de los ciclos económicos, sino también por el recurso progresivo a tecnologías y maquinarias cada vez más perfectas y precisas que reemplazan al hombre.
Los datos publicados recientemente por la Organización Mundial del Trabajo, sobre el aumento del número de niños empleados en actividades laborales y sobre las víctimas de nuevas formas de esclavitud, son también un motivo de especial preocupación. «El flagelo del trabajo infantil – afirmó – pone en peligro seriamente el desarrollo psicofísico de los niños, privándolos de la alegría de la infancia, cosechando víctimas inocentes».
No podemos pretender que se plantee un futuro mejor, afirmó el Obispo de Roma, ni esperar que se construyan sociedades más inclusivas, si seguimos manteniendo modelos económicos orientados a la mera ganancia y a la explotación de los más débiles, como son los niños. «La eliminación de las causas estructurales de este flagelo – señaló – debería ser una prioridad para los gobiernos y las organizaciones internacionales, que están llamados a intensificar sus esfuerzos para adoptar estrategias integradas y políticas coordinadas, destinadas a acabar con el trabajo infantil en todas sus formas».
El cuidado de nuestra Tierra
Antes de concluir sus saludos a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante la Santa Sede, el Papa Francisco recordó que, el reclamo a los derechos de todo ser humano debe tener en cuenta que cada uno es parte de un cuerpo más grande. Y entre los deberes particularmente urgentes en la actualidad se encuentra el cuidado de nuestra Tierra.
Sabemos que la naturaleza puede ser cruenta, dijo el Papa, incluso cuando no es responsabilidad del hombre, recordó los terremotos que han golpeado en los últimos meses en México e Irán, provocando numerosas víctimas, así como con la fuerza de los huracanes que han afectado a varios países del Caribe alcanzando las costas estadounidenses, y que, aún más recientemente, han golpeado Filipinas. «Por lo tanto, concluyó el Papa, es necesario afrontar, con un esfuerzo colectivo, la responsabilidad de dejar a las generaciones siguientes una Tierra más bella y habitable, trabajando a la luz de los compromisos acordados en París en 2015, para reducir las emisiones a la atmósfera de gases nocivos y perjudiciales para la salud humana».
Con estas consideraciones, finalizó el Papa Francisco, les renuevo a cada uno de ustedes, a sus familias y a sus pueblos, mi deseo de un año lleno de alegría, esperanza y paz. Gracias.