(Vatican Insider) «La condición para estar listos al encuentro con el Señor no es solo la fe, sino una vida cristiana rica de amor por el prójimo», recordó el Papa Francisco durante el Ángelus el día de hoy.
A los fieles reunidos en la Plaza San Pedro, el Papa explicó que «aquí radica el significado del ser sabios y prudentes: se trata de no esperar el último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios, sino hacerlo ya desde ahora». El Pontífice recordó que «ayer, en Madrid, fueron proclamados beatos Vicente Queralt Lloret y 20 compañeros mártires, y José María Fernández Sánchez y 38 compañeros mártires». Los nuevos beatos, añadió, «eran, algunos, miembros de la Congregación de la Misión: sacerdotes, hermanos coadjutores, novicios; otros eran laicos que pertenecían a la Asociación de la Medalla Milagrosa». Y «todos fueron asesinados “in odium fidei” durante la persecución religiosa que se llevó a cabo en el curso de la Guerra Civil española, entre 1936 y 1937: demos gracias a Dios por el gran don de estos testimonios ejemplares de Cristo y del Evangelio».
En su meditación, Francisco, además de subrayar que la fe en sí misma nos suficiente y que se requiere el amor por el prójimo, pidió actos de caridad para preparar inmediatamente la entrada al Reino de los cielos, porque «ser sabios y prudentes significa estar listos para el encuentro con Dios».
El Papa también recordó que «en este domingo, el Evangelio nos indica la condición para entrar al Reino de los Cielos y lo hace con la parábola de las diez vírgenes: se trata de esas damiselas que se encargaban de acoger y acompañar al esposo a la ceremonia de bodas, y, puesto que en esa época se solía celebrarlas de noche, las damiselas estaban dotadas de lámparas». La parábola dice que «cinco de ellas eran prudentes y las otras cinco necias. De hecho, las prudentes llevaban el aceite para las lámparas mientras que las necias no. El esposo tarda en llegar y todas se quedan dormidas». A medianoche, prosiguió el Papa, «se anuncia la llegada del esposo; entonces las vírgenes necias se dan cuenta de no tener aceite para las lámparas, y se lo piden a las prudentes». Pero estas responden «que no pueden dárselo, porque no bastaría para todas». Entonces, mientras las necias van a buscar aceite, «llega el esposo; las vírgenes prudentes entran con él a la sala del banquete y se cierra la puerta». Las cinco necias vuelven demasiado tarde, tocan a la puerta, pero la respuesta es: “No las conozco”, y se quedan afuera. «¿Qué quiere enseñarnos Jesús —se preguntó el Papa— con esta parábola? Nos recuerda que debemos estar listos para el encuentro con Él. Muchas veces, en el Evangelio, Jesús exhorta a velar, y lo hace también al final de este relato: “Velen, pues, porque no saben ni el día ni la hora”.
Pero con esta parábola nos dice que velar no significa solo no dormir, sino estar preparados; efectivamente, todas las vírgenes duermen poco antes de que llegue el esposo, pero al despertar algunas están listas y otras no». La lámpara, según el Pontífice, es el «símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta, hace fecunda y creíble la luz de la fe». Entonces, advirtió el Papa, «si nos dejamos guiar por lo que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril, y no acumulamos ninguna reserva de aceite para la lámpara de nuestra fe; y esta se apagará en el momento de la llegada del Señor, o incluso antes». Si, por el contrario, estamos alertas «y tratamos de cumplir el bien, con gestos de amor, de compartir, de servicio al prójimo en dificultad, podemos quedarnos tranquilos mientras esperamos la venida del esposo: el Señor puede venir en cualquier momento, y también el sueño de la muerte no nos espanta, porque tenemos la reserva de aceite, acumulada con las obras buenas de cada día».
Por ello Francisco invocó a la Virgen María para que «nos ayude a hacer que nuestra fe sea cada vez más operante mediante la caridad, para que nuestra lámpara pueda resplandecer ya desde aquí, en el camino terrenal, y después por siempre, en la fiesta de bodas en el Paraíso». Después de la oración del Ángelus, el Papa saludó a «todos ustedes, familias, parroquias, asociaciones y fieles, que han venido de Italia y de muchas partes del mundo». En particular saludó «a los peregrinos de Washington, Filadelfia, Brooklyn y Nueva York; a la coral parroquial Santa María Magdalena de Nuragus (Cerdeña); a los fieles de Tuscania, Ercolano y Venecia». A todos el Papa deseó un buen domingo y buen provecho, y, como acostumbra, pidió que no se olvidaran de rezar por él.