(InfoCatólica) Como ha informado Sandro Magister en su blog, el pasado jueves se publicó en el «Wall Street Journal», en la sección editorial y opinión, un artículo del cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación de la Santa Sede para el Culto Divino titulado «How Catholics Can Welcome LGBT Believers» (Cómo los católicos deben dar la bienvenida a los creyentes LGTB).
En el artículo, el Prefecto para la Congregación del Culto Divino critica y refuta las tesis pro-LGTBI del sacerdote jesuita James Martin, nombrado recientemente por el Papa Francisco como asesor de la Secretaría de Comunicaciones de la Santa Sede, y firma estelar de la revista «America» de los jesuitas de Nueva York.
James Martín publicó este año un libro en el que contradice la enseñanza de la Iglesia en materia de homosexualidad, legitimando las relaciones entre personas del mismo sexo. El libro fue rápidamente refutado en Estados Unidos, por el arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput y otros líderes de la Iglesia, pero también públicamente apreciado por otros exponentes notables de la Iglesia estadounidense, entre los cuales estuvieron los cardenales Kevin Farrell y Joseph Tobin.
A continuación presentamos los pasajes esenciales del artículo del cardenal Sarah tomados de la traducción del blog de Sandro Magister.
La Iglesia Católica ha sido criticada por muchos, incluyendo algunos de sus propios seguidores, por su respuesta pastoral a la comunidad LGBT. […] Entre los sacerdotes católicos, uno de los críticos más francos del mensaje de la Iglesia con respecto a la sexualidad es el padre James Martin, un jesuita estadounidense. En su libro «Building a Bridge» [Construyendo un puente], publicado a comienzos de este año, repite la crítica común que afirma que los católicos han sido duramente críticos de la homosexualidad, mientras descuidan la importancia de la integridad sexual entre todos sus seguidores.
El padre Martin tiene razón cuando argumenta que no debería haber ningún doble estándar con respecto a la virtud de la castidad, que por más desafiante que pueda ser es parte de la Buena Noticia de Jesucristo para todos los cristianos. Para los no-casados –no importa cuáles sean sus atracciones- la castidad fiel exige la abstención sexual.
Esto podría parecer un estándar elevado, especialmente hoy. Pero sería contrario a la sabiduría y bondad de Cristo exigir algo que no puede ser alcanzado. Jesús nos llama a esta virtud porque ha hecho nuestros corazones para la pureza, así como ha hecho nuestras mentes para la verdad. Con la gracia de Dios y nuestra perseverancia la castidad no solo es posible, sino que se convertirá también en la fuente de la verdadera libertad.
No necesitamos mirar muy lejos para ver las tristes consecuencias cuando se rechaza el plan de Dios para la intimidad y el amor humanos. La liberación sexual que el mundo promueve no cumple su promesa. Más bien, la promiscuidad es la causa de tanto sufrimiento innecesario, de corazones rotos, de soledad y de tratar a otros como medios para la gratificación sexual. Como una madre, la Iglesia busca proteger a sus hijos del daño que provoca el pecado, como expresión de su caridad pastoral.
En su enseñanza sobre la homosexualidad, la Iglesia guía a sus seguidores mediante la distinción de sus identidades respecto a sus atracciones y acciones. Primero están las personas mismas, quienes son siempre buenas porque son hijos de Dios. Después están las atracciones del mismo sexo, que no son pecaminosas si no son deseadas o llevadas a cabo, pero que sin embargo están en desacuerdo con la naturaleza humana. Y finalmente están las relaciones homosexuales, que son gravemente pecaminosas y perjudiciales para el bienestar de los que participan en ellas. Las personas que se identifican como miembros de la comunidad LGBT son acreedoras a esta verdad en la caridad, especialmente por parte de clero que habla en nombre de la Iglesia sobre este tema complejo y difícil.
Rezo para que el mundo finalmente haga caso a las voces de los cristianos que experimentan atracciones homosexuales y que han descubierto la paz y la alegría al vivir la verdad del Evangelio. He sido bendecido en mis encuentros con ellos, y su testimonio me conmueve profundamente. Escribí el prólogo para uno de esos testimonios en el libro de Daniel Mattson, «Why I Don’t Call Myself Gay: How I Reclaimed My Sexual Reality and Found Peace [Por qué no me llamo a mí mismo gay: como recuperé mi realidad sexual y encontré paz]», con la esperanza de hacer que su voz y otras similares a la suya sean mejor escuchadas.
Estos hombres y mujeres dan testimonio del poder de la gracia, de la nobleza y resistencia del corazón humano y de la verdad de la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad. En muchos casos ellos han vivido apartados del Evangelio durante cierto tiempo, pero se han reconciliado con Cristo y con su Iglesia. Sus vidas no son fáciles, ni tampoco sin sacrificios. Sus inclinaciones homosexuales no han sido derrotadas, pero han descubierto la belleza de la castidad y de las amistades castas. Su ejemplo merece respeto y atención, porque tienen mucho que enseñarnos a todos nosotros sobre como recibir mejor y acompañar a nuestros hermanos y hermanas en una actitud de auténtica caridad pastoral.