(Catholic Herald/InfoCatólica) Hace pocas semanas, el periódico jesuita La Civiltà Cattolica publicó un desconcertante artículo sobre el sacerdocio femenino. Sus argumentos son ya conocidos: el autor, que es el editor adjunto P. Giancarlo Pani, preguntaba a los lectores si el sacerdocio exclusivamente masculino podría estar desfasado. Según el P. Pani, «existe malestar entre quienes no entienden cómo la exclusión de las mujeres del sacerdocio de la Iglesia puede coexistir con la afirmación y valoración de la dignidad e igualdad de la mujer».
Lo que es desconcertante es que esas afirmaciones aparecieron en un diario editado por uno de los consejeros más cercanos al Papa, el P. Antonio Spadaro; un diario muy próximo a la Santa Sede –cada página es revisada por el Vaticano–, que el Papa elogió recientemente. Ello apunta a que la Iglesia, incluso en sus más altos niveles, está entrando ahora en una guerra civil en toda regla en materia doctrinal. Ayer pudimos ver un nuevo ejemplo, cuando Radio Vaticana promocionó un nuevo libro del Cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos.
El Cardenal Coccopalmerio sostiene que los divorciados casados de nuevo pueden recibir la Comunión si tienen el deseo de cambiar su situación, aun cuando no se propongan vivir como «hermano y hermana». En algunos casos, indica el Cardenal, abstenerse de las relaciones sexuales puede ser «una imposibilidad». Pone el ejemplo de un hombre abandonado por su esposa. El hombre empieza a convivir con otra mujer, que le ayuda a criar a los hijos. Si esta unión se rompiera, el hombre podría hundirse en una «profunda desesperación» y los niños perderían a la figura materna. El Cardenal añade que «abandonar esta unión supondría, por tanto, incumplir un deber moral ante personas inocentes». Si la continencia «les causa dificultades», deben continuar realizando el acto sexual para preservar la relación.
Las consecuencias de la tesis del Cardenal Coccopalmerio parecen contrarias a la doctrina de la Iglesia. Empezando por la cuestión más obvia, es decir, la opinión del Cardenal según la cual una relación sexual adúltera es compatible con la recepción de la Comunión es frontalmente opuesta a la enseñanza católica. Esta incompatibilidad ha sido enseñada por el Papa San Juan Pablo II en 1981, el Papa Benedicto XVI en 2007 y la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1994, por no mencionar a los Papas San Inocencio I, San Zacarías, San Nicolás I … Podría seguir citando ejemplos.
Ahora bien, no es este el único problema que plantea el libro del Cardenal Coccopalmerio. Veamos su afirmación de que abstenerse de las relaciones sexuales puede ser una «imposibilidad». Es muy difícil conciliar esta afirmación con la declaración del Concilio de Trento, según la cual «si alguien dice que aún para el hombre justificado y constituido en gracia los mandamientos de Dios son imposibles de observar, sea anatema». Esto significa que Dios, nuestro Padre amoroso, nunca dejará de ofrecernos su ayuda. Pero el Cardenal Coccopalmerio piensa que, en ocasiones, evitar el pecado puede ser inviable.
Las conclusiones del Cardenal sobre el caso de que la continencia «cause dificultades» parecen también dudosas. San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, condenó la idea de que sea posible «hacer el mal para que venga el bien» (Rom. 3, 8). La Iglesia ha interpretado esta cuestión de forma muy estricta. Santo Tomás de Aquino, siguiendo el magisterio perenne, dijo que no es posible tener una relación sexual adúltera ni siquiera para salvar a todo un país de la catástrofe. Pero el Cardenal Coccopalmerio piensa que está permitido mantener una relación sexual adúltera si la continencia «causa dificultades».
En cuanto a la Comunión en sí, es obvio que una persona en adulterio continuado está en una situación de alto riesgo de encontrarse en pecado mortal. Sólo Dios lo sabe, pero si una persona está cometiendo un pecado grave, mientras «discierne» su camino en relación con las enseñanzas católicas, la posibilidad de que así sea es muy elevada. Recibir la Comunión en pecado mortal es, según San Juan Vianney, santo patrón de los sacerdotes, el peor de todos los pecados, peor que crucificar a Cristo. Muchos divorciados y vueltos a casar no se acercan a la Comunión precisamente para evitar cometer un pecado mortal. El planteamiento del Cardenal Coccopalmerio sugiere que dicho riesgo es, en algunos casos, demasiado insignificante como para constituir un obstáculo.
Por supuesto, el Cardenal no dice nada de esto de forma directa. No dice: «pienso que Juan Pablo II, Benedicto XVI y la tradición de la Iglesia están equivocados. Creo que la ley moral puede ser en ocasiones imposible de cumplir. No tengo ningún problema, en principio, en hacer el mal para que venga el bien. Y no pienso que recibir la Comunión en pecado mortal sea un pecado tan terrible como para que sea necesario adoptar precauciones al respecto». Pero el mero hecho de que no afirme estas cosas no sirve de gran consuelo.
La interpretación menos generosa consiste en que los errores en religión siempre intentan evitar la claridad. El Beato John Henry Newman señaló que los arrianos utilizaban «un lenguaje vago y ambiguo, que … parecía tener un sentido católico pero que, en su desarrollo a largo plazo, resultaba heterodoxo». La interpretación más generosa es que el Cardenal no ha reflexionado suficientemente sus palabras y que, si se percata de lo que implican, se retractará.
El Cardenal Coccopalmerio es una figura de primer nivel en el Vaticano: su libro se ha publicado con un apoyo evidente del Vaticano [en la Libreria Editrice Vaticana] y sin oposición oficial. Sus opiniones son cercanas a las de otros muchos prelados (como los obispos de Malta, cuya nota pastoral íntegra la publicó el L’Osservatore Romano, y la mayoría de los de Alemania). Así pues, ya no cabe considerar –si alguna vez fue posible– que el debate en torno a la Comunión es una disputa marginal entre «progresistas» y «conservadores». Tampoco puede entenderse en términos de si se prefiere un poco más de misericordia o un poco más de justicia. Ahora, sencillamente, es un debate sobre si el magisterio de la Iglesia continúa siendo válido. Y eso significa que el debate seguirá y seguirá.