(SIC /Diócesis Plasencia) El P. Atanasio Gil concedió la siguiente entrevista a la delegación de medios de comunicación de la diócesis de Plasencia (España)
¿Por qué habla sobre este tema?
Los últimos Papas han insistido con frecuencia en que la misión ad gentes, es decir, la actividad misionera de la Iglesia ha de ser el punto de referencia de la actividad pastoral ordinaria. No podría ser de otra manera, porque así comenzó la Buena Noticia del Evangelio, así continúa y este es el mensaje recibido de Jesús: Anunciar el Evangelio a aquellos que aún no tienen la dicha de conocer que son hijos de Dios.
¿Dónde y cómo puede ser un cristiano misionero?
La responsabilidad misionera de un cristiano no es una simple actividad que uno puede dejar por alguna razón subjetiva u objetiva. La dimensión misionera afecta a la entraña de la fe. Si uno es creyente, si uno está persuadido que la fe es un don recibido, necesariamente lo da a conocer. Para esta actividad misionera de la Iglesia Dios suscita vocaciones específicas. Es la vocación misionera de aquellos que han sido llamados a salir de su tierra e ir a la otra orilla. Pero en la mayoría de los casos esta vocación misionera, inherente a la fe cristiana, se realiza en el entorno social y cultural en la que vive. Por tanto, todos somos misioneros bajo fórmulas distintas y vocaciones diversificadas.
¿En qué consiste la actividad misionera?
Consiste en hacer presente el amor, la cercanía y la ternura de Dios con el testimonio, la palabra y el ejemplo de vida. Una vida conforme el estilo del Evangelio provoca en los demás un interrogante sobre el porqué de este estilo de vida que contrasta con otras opciones ideológicas o secularizadas que impregnan el ambiente. Ahí nace el diálogo. Ahí nace el encuentro personal. A partir de ese momento, la Gracia de Dios va fecundando en el interior de las personas el deseo y la necesidad de cambiar de vida e incorporarse a la familia de los hijos de Dios.
¿Por qué es necesaria?
Porque todas las personas tienen derecho a conocer la razón de ser de su vida y el destino de su existencia, y aquellos que han conocido el Evangelio tienen el deber de desvelarlo, de pregonarlo. Es la convergencia entre derechos y deberes. En algún caso, uno puede renunciar a sus derechos bajo su exclusiva responsabilidad. Es el supuesto de aquellos que conociendo el Evangelio lo rechazan y no admiten el encuentro con Dios. Pero nadie puede renunciar a sus deberes. Es el caso de los cristianos que han tenido el don gratuito de conocer a Jesús y han de transmitirlo. Ahí nace la pasión por la misión de la que con frecuencia habla el Papa Francisco. Esta pasión hace que la actividad misionera que promueve la Iglesia católica a través de Obras Misionales Pontificias no sea comparable a una ONG. Es mucho más. Es la entrega personal del don de la fe a quienes comparten la existencia con nosotros.