(AICA) En su discurso Francisco advirtió a los hombres de empresa sobre tres riesgos que suele comportar la actividad empresarial: el riesgo de usar bien el dinero, el riesgo de la honestidad y el riesgo de la fraternidad.
El dinero debe servir en vez de gobernar
«Dije varias veces que ‘el dinero es el estiércol del diablo’, repitiendo lo que decían los santos padres» dijo abordando el primer punto y reiterando la preocupación de sus predecesores, como León XIII, Pío XI y Pablo VI por este tema. Concretamente Pablo VI «denunciaba que la concentración excesiva de los medios y de los poderes puede conducir a una nueva forma abusiva de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político».
También citó la parábola del administrador injusto en que Jesús exhorta a hacerse de amigos con las riquezas de iniquidad, para poder ser recibidos en las moradas y explicó que todos los Padres de la Iglesia han interpretado estas palabras en el sentido de que las riquezas son buenas cuando se ponen al servicio del prójimo, de lo contrario son inicuas. «Por lo tanto –afirmó- el dinero debe servir, en vez de gobernar. El dinero es sólo un instrumento técnico de intermediación. Como toda técnica, el dinero no tiene un valor neutro, sino que adquiere valor según la finalidad y las circunstancias en que se usa. Cuando se afirma la neutralidad del dinero, se está cayendo en su poder. Las empresas no deben existir para ganar dinero, aunque el dinero sirva para medir su funcionamiento. Las empresas existen para servir».
«Por eso, es urgente recuperar el sentido social de la actividad financiera y bancaria, con la mejor inteligencia e inventiva de los empresarios», continuó haciendo hincapié en que el crédito debe ser accesible para las viviendas familiares, las pequeñas empresas, los campesinos, las actividades que mejoran la colectividad etc.
«Una lógica crematística del mercado –advirtió- hace que el crédito sea más accesible y más barato para quien posee más recursos; y más caro y difícil para quien tiene menos, hasta el punto de dejar las franjas más pobres de la población en manos de usureros sin escrúpulos. De igual modo, a nivel internacional, el financiamiento de los países más pobres se convierte fácilmente en una actividad usurera. Este es uno de los grandes desafíos para el sector empresarial y para los economistas en general, que está llamado a conseguir un flujo estable y suficiente de crédito que no excluya a ninguno y que pueda ser amortizable en condiciones justas y accesibles».
La corrupción, la peor plaga social
El segundo riesgo que un empresario debe asumir es el de la honestidad, y aquí el Pontífice tocó la cuestión de la corrupción, recordando que no se limitaba solo a la esfera política sino que extendía su radio de acción a muchos ámbitos.
«La corrupción –dijo- es la peor plaga social. Es la mentira de buscar el provecho personal o del propio grupo bajo las apariencias de un servicio a la sociedad. Es el engaño y la explotación de los más débiles o menos informados. La corrupción es un fraude a la democracia, y abre las puertas a otros males terribles como la droga, la prostitución y la trata de personas, la esclavitud, el comercio de órganos, el tráfico de armas, etc.»
«Una de las condiciones necesarias para el progreso social es la ausencia de corrupción. Puede suceder que los empresarios se vean tentados a ceder a los intentos de chantaje o de extorsión, justificándose con el pensamiento de salvar la empresa y su comunidad de trabajadores, o pensando que así harán crecer la empresa y que un día podrán librarse de esa plaga. Además, puede ocurrir que caigan en la tentación de pensar que se trata de algo que todos hacen, y que pequeños actos de corrupción destinados a obtener pequeñas ventajas no tienen mayor importancia. Cualquier intento de corrupción, activa o pasiva, es comenzar a adorar al dios dinero».
Que la inmigración siga siendo un factor importante de desarrollo
Por último, el riesgo de la fraternidad que Francisco afrontó a la luz de las exhortaciones de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI sobre la importancia de la gratuidad, como elemento imprescindible de la vida social y económica.
«La actividad empresarial tiene que incluir siempre el elemento de gratuidad», recalcó, y las relaciones entre los que forman parte de la empresa, tanto dirigentes como trabajadores, deben caracterizarse por la justicia, el respeto mutuo y el aprecio fraternal. Características todas que deben extenderse a las relaciones con la comunidad local y traducirse en solidaridad con los más necesitados «Esto debería ser un modo habitual de actuar, fruto de profundas convicciones por parte de todos, evitando que se convierta en una actividad ocasional para calmar la conciencia o, peor aún, en un medio para obtener un rédito publicitario».
Hablando de fraternidad el Papa quiso compartir con los empresarios su preocupación por el drama humano de los emigrantes y refugiados y pidió también su ayuda.
«La Santa Sede y las Iglesias locales –explicó- están haciendo esfuerzos extraordinarios para afrontar eficazmente las causas de esta situación, buscando la pacificación de las regiones y países en guerra y promoviendo el espíritu de acogida; pero no siempre se consigue todo lo que se desea. Les pido ayuda también a ustedes. Por una parte, traten de convencer a los gobiernos para que renuncien a cualquier tipo de actividad bélica. Colaboren en crear fuentes de trabajo digno, estables y abundantes, tanto en los lugares de origen como en los de llegada y, en estos, tanto para la población local como para los inmigrantes. Hay que hacer que la inmigración siga siendo un factor importante de desarrollo».
«La mayoría de los que estamos aquí –señaló el Papa- pertenecemos a familias de emigrantes. Nuestros abuelos o nuestros padres, llegaron a América del Sur y del Norte, casi siempre en condiciones de pobreza extrema. Pudieron sacar adelante una familia, progresar y hasta convertirse en empresarios porque encontraron sociedades acogedoras, a veces tan pobres como ellos, pero dispuestas a compartir lo poco que tenían. Mantengan y transmitan este espíritu que tiene raíz cristiana, manifestando también aquí el genio empresarial».
Por último Francisco propuso a los participantes en la conferencia la figura de uno de los fundadores de UNIAPAC y ACDE el empresario argentino Enrique Shaw, cuya causa de beatificación promovió cuando era arzobispo de Buenos Aires, instándoles a seguir su ejemplo y a pedir su intercesión, y manifestó el deseo de que esta conferencia sea como el sicomoro de Jericó, al que se subió Zaqueo para ver a Jesús. «Un árbol -terminó- al que se puedan subir todos, para que, a través de la discusión científica de los aspectos de la actividad empresarial, encuentren la mirada de Jesús, y de aquí resulten orientaciones eficaces para hacer que la actividad de todas sus empresas promueva siempre y eficazmente el bien común»