(Asia News/InfoCatólica) A continuación publicamos el artículo completo del P. Cervellera:
Los fieles de la Iglesia subterránea en China se sienten frustrados debido al «olvido» que la Santa Sede muestra en relación a ellos. Hace casi 20 años que no se nombran obispos subterráneos, sino sólo administradores apostólicos. A los ojos de los fieles esta decisión representa una especie de condena a muerte de sus comunidades.
Para los oficiales hay «Caricias», reuniones y recuerdos fotográficos con el Papa; no hay encuentros ni bendiciones para los sacerdotes y obispos subterráneos. La cuestión de la inscripción en la Asociación patriótica. Un obispo oficial: «Somos todos marionetas. Hacemos sólo lo que nos dicen que hagamos». Se trata de una derrota doble: para el Vaticano y para China.
Se ha propagado una «desesperación», una «amargura» y hasta una «ira» en las comunidades subterráneas de la Iglesia católica de China. Las comunidades subterráneas son aquellas que, en nombre de la libertad religiosa garantizada por la Constitución china, se oponen a todos los controles que el gobierno lleva a cabo sobre el personal, los lugares de culto, sobre sus actividades, sus docentes, sobre los libros a ser publicados y leídos. Sobre todo, ellos se niegan a inscribirse –lo cual forma parte de las condiciones impuestas por el gobierno- en la Asociación patriótica (AP), cuyo estatuto exige edificar una iglesia nacional, independiente de la Santa Sede, algo que está contra la fe católica.
Según algunos sacerdotes, fue la «desesperación» lo que empujó al Pbro. Dong Guanhua (sacerdote subterráneo) a dejarse ordenar de modo ilícito, haciendo circular el anuncio de su toma de posesión junto a su número telefónico, y ofreciéndose para ordenar a otros obispos sin el mandato de la Santa Sede.
El episodio tiene contornos ambiguos (la salud mental del Pbro. Dong; las dudas acerca de quién y cuándo lo ordenó, las preguntas en torno a quién es el verdadero mandante de este episodio: si se trata de alguien de la Iglesia subterránea o de algún espía del gobierno que busca humillar a todos los católicos subterráneos). Lo que sigue siendo un hecho –demostrado por tantos comentarios referidos a esto, que pueden ser hallados en Internet– es que los fieles de la Iglesia subterránea se sienten frustrados por el «olvido» que la Santa Sede muestra en relación a ellos.
Algunos destacan que desde hace por lo menos 20 años que el Vaticano, al morir algún obispo subterráneo, no provee a un sucesor, sino que, como máximo, señala a un sacerdote como administrador apostólico. A los ojos de los fieles, esa decisión representa una suerte de condena a muerte de sus comunidades y de sus diócesis. De aquí la «desesperación». Mucho más aún, siendo que simultáneamente ven que el Vaticano aprueba candidatos episcopales que ya están inscriptos en la Asociación patriótica, a pesar de que ésta ha sido rechazada, tanto por Benedicto XVI como por el Papa Francisco, por ser «inconciliable con la doctrina católica».
Las noticias difundidas en las últimas semanas, según las cuales habría un acuerdo «inminente» entre China y la Santa Sede, de un «inminente» levantamiento de la excomunión y de la restitución de los ocho obispos oficiales ilícitos (algunos de ellos, con mujer e hijos) agudizan el sentimiento de frustración. Algunos llegan a acusar al Vaticano de utilizar «dos pesos y dos medidas» distintas: caricias para los obispos y sacerdotes oficiales; indiferencia y marginación para los no oficiales.
Un joven sacerdote de la Iglesia subterránea del centro de China ha hecho notar que para muchos grupos de la Iglesia oficial que peregrinan a Roma, la Secretaría de Estado enseguida halla la ocasión para que puedan reunirse con el pontífice e incluso para tomarles una foto grupal. Por ejemplo, el 5 de octubre pasado, en la Plaza San Pedro, un centenar de fieles de la diócesis de Suzhou (Jiangsu) se tomó una fotografía con el Papa y con el obispo Mons. José Xu Honggen (v. foto). Mons. Xu en sí es un gran obispo, y es reconocido por el gobierno y por la Santa Sede. Pero para un pastor es prácticamente imposible dejarse retratar con el Papa de Roma sin que haya un permiso previo otorgado por la Asociación patriótica. La ocasión, al ser tan publicitada, es algo que frustra a los católicos, que cuando tratan de pedir hablar con el pontífice para relatar su situación, son rechazados. Un sacerdote que pidió una bendición papal para su obispo de Henan, que cumplía 25 años de episcopado –y que a menudo pasó momentos muy difíciles, bajo el control de la policía y en arresto domiciliario- fue echado sin concederle absolutamente nada. «Mi obispo –confía- en todos estos años sufrió la persecución y afrontó dificultades por defender la fe y su fidelidad al papa. Ahora que necesita un sostén y un signo de aliento, ello no se lo dan. Este hecho nos hace sentir muy solos».
«Sentirse solos», «abandonados», «olvidados» es un estribillo que se percibe continuamente entre los católicos no oficiales de Heilongjiang, pasando por Xinjiang y desde el interior de Mongolia hasta Guangdong.
Es cierto que el Vaticano, en un intento por llevar al Papa a China y lograr un acuerdo en lo que se refiere al nombramiento de los obispos y (a futuro) a las relaciones diplomáticas, es muy cauto, y por ende no se presta a que haya críticas chinas que pudieran acusarlo de «entrometerse en los asuntos interno de China bajo el manto de la religión», apoyando a personas que cumplen gestos fuera del control del gobierno y que por lo tanto –según Beijing- son «criminales». Es más, casi como para evitar cualquier tipo de roce con Beijing, el Vaticano ha decidido no escuchar más al Card. Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, paladín de la libertad religiosa en China y «vocero» de la Iglesia subterránea. Incluso la misión que ha sido encomendada a Mons. Savio Hon –salesiano, al igual que el Card. Zen, único chino en la cúpula de la curia romana- secretario de Propaganda Fide, que fue enviado a Guam en estos meses, es leída como un alejamiento de la mesa de tratativas sino-vaticanas.
El punto es que esta Iglesia ha atravesado décadas de persecución, ofreciendo mártires a la Iglesia universal, obedeciendo al Papa y negándose a traicionarlo, sufriendo incluso la prisión y torturas por no inscribirse en la Asociación patriótica. Ahora, con los «inminentes» posibles acuerdos pareciera que pertenecer a la Asociación patriótica fuese un valor, o un elemento indiferente desde el punto de vista moral, o bien un condicionamiento que ha de ser aceptado.
Ha de ser dicho que los obispos subterráneos estarían dispuestos a registrarse en el gobierno y en el ministerio de asuntos religiosos, pero no así en la Asociación patriótica, debido a su «incompatibilidad con la fe católica». En cambio, el gobierno –en Henan, en Anhui, en Shaanxi,… - de hecho, obliga a registrarse en la Asociación patriótica. E incluso si bien promete a los obispos que ellos sólo serán registrados en el gobierno, automáticamente les hace entrega de su credencial de la Asociación.
Los oficialistas, marionetas
Pertenecer o no a la AP es un hecho crucial. Ésta no sólo somete a obispos, al clero y a los fieles a controles que son sofocantes, con pesadas injerencias en lo que se refiere al nombramiento de obispos, de cargos, sacerdotes y en la valoración de la vocaciones de jóvenes. La misma arrastra a obispos lejos de su diócesis y de su trabajo pastoral durante meses, para «llevarlos de vacaciones» y adoctrinarlos. Fue justamente un obispo oficial, que ocupa un cargo muy alto en la AP, quien confesó: «Somos todos marionetas. Hacemos solamente lo que nos dicen que hagamos».
A causa de ello, incluso en el caso de que el Vaticano llegara a un acuerdo con Beijing en lo referido al nombramiento de obispos y a la indicación de registrar a los sacerdotes, muchas comunidades ya han declarado que no lo harán por una objeción de conciencia. Todo esto no es «desobedecer al Papa» como algún comentarista ha dicho de manera inapropiada, sino un intento extremo por salvaguardar la libertad del Evangelio, para que ésta no sea fagocitada por una estructura estatal y política que nada tiene que ver con la fe.
Es probable que en un posible acuerdo entre Beijing y la Santa Sede, ésta no dé ninguna indicación sobre si pertenecer o no a la AP, dejando libres a obispos y sacerdotes para que ellos evalúen la situación de acuerdo a la libertad religiosa que logren conquistarse. De ese modo, los católicos subterráneos podrán continuar su vida plagada de riesgos, pero sin someterse a la AP.
Sin embargo, para el Vaticano esto sería una derrota, al menos de manera temporal: en el primer diálogo con China, tan deseado, no se ha logrado obtener siquiera un espacio de libertad mínima para todos los fieles, postergando para el futuro una reconciliación verdadera y auténtica de las dos comunidades, la oficial y la subterránea.
Pero también será una derrota para el gobierno chino, que verá frustrada su psicosis por el control. Según algunos observadores, la publicación de noticias referidas a un «inminente acuerdo», efectuada en los últimos días, no son sino fruto del llamado «soft power» de Beijing, que de esta manera atemoriza a Taiwán, inquieta a la comunidad subterránea y empuja al Vaticano a firmar un acuerdo apresurado que elimine la experiencia de la Iglesia subterránea, poniendo a toda la Iglesia en manos del gobierno y bajo su control.
Estas dos «derrotas» no son inocuas: entre los católicos oficiales y los subterráneos han provocado una desconfianza hacia el gobierno y hacia el Vaticano, y está el riesgo de que, ante el dominio de acuerdos de tinte político, los fieles se refugien en modalidades más privadas de vivir la fe.
Dicha situación, sin embrago, también es una ocasión para ayudar a la Iglesia de China, no con diálogos políticos, que ponen a un sector entero de la comunidad cristiana entre paréntesis, sino potenciando los vínculos de comunión, de amistad, de colaboración y sobre todo, de formación. Los acuerdos diplomáticos pueden esperar.
En una de las últimas conversaciones que tuve con el heroico Mons. Antonio Li Duan, obispo de Xian, fallecido en el 2006, él dijo: «No hay necesidad de buscar relaciones diplomáticas entre el gobierno y la Santa Sede a cualquier costo. Sólo cuando Beijing garantice a la Iglesia una libertad religiosa plena, recién entonces emprenderemos relaciones diplomáticas. Mientras tanto, preocupémonos por edificar la Iglesia y por evangelizar la sociedad china».