(RV/InfoCatólica) Tras la afirmación de Jesús: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». El Pointífice explicó que en sus quehaceres, Marta corre el riesgo de olvidarse de la cosa más importante, de Jesús. Para acogerlo, dijo el Papa, es necesario «escucharlo, demostrarle una actitud fraterna, de modo que se sienta en familia, y no en un alojamiento provisional».
En esta línea, el Papa invitó a vivir la hospitalidad «como una virtud humana y cristiana» ya que, alertó, en el mundo de hoy se corre el riesgo de descuidarla: «se multiplican las casas de descanso y los hospicios, pero no siempre en estos ambientes se practica una hospitalidad real... Incluso en la propia casa, entre los propios familiares, puede suceder que se encuentren más fácilmente servicios y cuidados de varios tipos que escucha y acogida», afirmó.
Al finalizar, Francisco rezó a la Virgen María, Madre de la escucha y del servicio premuroso, para que «nos enseñe a ser acogedores y hospitalarios hacia nuestros hermanos y nuestras hermanas».
Texto completo de la alocución papal
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy el evangelista Lucas narra de Jesús, que mientras estaba en camino hacia Jerusalén, entra en un poblado y es recibido en casa de dos hermanas: Marta y María (cfr Lc 10,38-42). Ambas ofrecen acogida al Señor, pero lo hacen en diferentes modos. María se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra (cfr v. 39), en cambio Marta está ocupada preparando cosas; y a un cierto punto dice a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude» (v. 40). Y Jesús le responde: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada» (vv. 41 – 42).
En sus quehaceres y ocupaciones, Marta corre el riesgo de olvidarse. Y este es el problema: corre el riesgo de olvidar la cosa más importante, es decir la presencia del huésped, que era Jesús en este caso. Se olvida la presencia del huésped. Y el huésped no es simplemente servido, alimentado, cuidado en todos los sentidos. Es necesario sobre todo que sea escuchado. Recuerden bien esta palabra: ¡escuchar! Porque el huésped es acogido como persona, con su historia, su corazón rico de sentimientos y de pensamientos, para que se pueda sentir verdaderamente en familia. Pero si tú recibes a un huésped en tu casa y continúas a hacer las cosas, lo haces sentarse allí, callado él, callado tú, es como si fuera de piedra: el huésped de piedra. ¡No! El huésped es escuchado. Cierto, la respuesta que Jesús da a María –cuando le dice que una sola cosa es necesaria- encuentra su pleno significado en referencia a la escucha de la palabra de Jesús mismo, aquella palabra que ilumina y sostiene todo lo que somos y que hacemos. Si nosotros vamos a rezar -por ejemplo- delante al Crucifijo y hablamos, hablamos, hablamos y hablamos, y después nos vamos: ¡no escuchamos a Jesús! No dejamos hablar a Él a nuestro corazón. Escuchar: aquella palabra es clave. ¡No olviden! No debemos olvidar que la Palabra de Jesús nos ilumina, nos sostiene y sostiene todo lo que somos y que hacemos. Pero no debemos olvidar que también en la casa de Marta y María, Jesús, antes de ser Señor y Maestro, es peregrino y huésped. Por lo tanto, su respuesta tiene este primer y más inmediato significado: «Marta, Marta, ¿por qué te afanas tanto por el huésped hasta olvidar su presencia? ¡El huésped de piedra! Para acogerlo no son necesarias muchas cosas; más bien, es necesaria una cosa sola: escucharlo -la palabra: escucharlo- demostrarle una actitud fraterna, de modo que se sienta en familia, y no en un alojamiento provisional».
Así entendida, la hospitalidad, que es una de las obras de misericordia, aparece verdaderamente como una virtud humana y cristiana, una virtud que en el mundo de hoy corre el riesgo de ser descuidada. De hecho, se multiplican las casas de descanso y los hospicios, pero no siempre en estos ambientes se practica una hospitalidad real. Se da vida a varias instituciones que atienden muchas formas de enfermedad, de soledad, de marginación, pero disminuye la probabilidad para quien es extranjero, marginado, excluido de encontrar alguno dispuesto a escucharlo. Porque es extranjero, prófugo, migrante. ¡Escuchen aquella dolorosa historia! Incluso en la propia casa, entre los propios familiares, puede suceder que se encuentren más fácilmente servicios y cuidados de varios tipos que escucha y acogida.
Hoy estamos tan atrapados, con frenesí, por tantos problemas -y algunos de ellos no importantes- que nos falta la capacidad de escucha. Estamos ocupados continuamente y así no tenemos tiempo para escuchar. Yo quisiera preguntarle a ustedes, hacerles una pregunta, cada uno responda en su propio corazón: ¿Tú marido, tienes tiempo para escuchar a tu esposa? ¿Y tú, mujer, tienes tiempo para escuchar a tu esposo? ¿Ustedes padres tienen tiempo, tiempo ‘para perder’, para escuchar a sus hijos o a sus abuelos, los ancianos? –pero, los abuelos siempre dicen las mismas cosas, son aburridos…- ¡Pero necesitan ser escuchados!». Escuchar. Les pido aprender a escuchar y dedicarles más tiempo. En la capacidad de escucha está la raíz de la paz.
La Virgen María, Madre de la escucha y del servicio premuroso, nos enseñe a ser acogedores y hospitalarios hacia nuestros hermanos y nuestras hermanas.