(Zenit) «El matrimonio nace en el signo de la humildad; es reconocimiento de dependencia y por tanto de la propia condición de criatura», asegura el P. Cantalamessa. Enamorarse de una mujer o de un hombre es hacer el acto más radical de humildad. Es un hacerse mendicante y decir al otro: «Yo no me basto por mí mismo, necesito de tu ser».
También observa que el Antiguo Testamento considera el matrimonio como una estructura de autoridad de tipo patriarcal, destinada principalmente a la perpetuación del clan. «El ideal de una comunión de vida entre el hombre y la mujer, fundada sobre una relación personal y recíproca, no es olvidada, pero pasa a un segundo plano respecto al bien de la prole». Al respecto señala que un rol importante, en el mantener vivo el proyecto inicial de Dios sobre el matrimonio, lo desempeñaron los profetas, en particular Oseas, Isaías, Jeremías y el Cantar de los cantares.
Asimismo recuerda que Jesús, con las palabras «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre», afirma que hay una intervención directa de Dios en cada unión matrimonial.
El predicador asegura que es necesario aplicar el método del Concilio, el diálogo, en la discusión de los problemas del matrimonio y de la familia. A propósito precisa que «la crítica al modelo tradicional de matrimonio y de familia que ha conducido a las actuales, inaceptables, propuestas del deconstructivismo, comenzó con la Ilustración y el Romanticismo».
Además, advierte que «una de las equivocaciones más grandes que hacemos a Dios es terminar haciendo de todo lo relacionado con el amor y la sexualidad un ámbito saturado de malicia, donde Dios no debe entrar y sobra».
Ideología de género
Otra instancia «que podemos hacer nuestra» es la igual dignidad de la mujer en el matrimonio. El predicador Cantalamessa señala que está en el corazón mismo del proyecto originario de Dios y del pensamiento de Cristo, pero a lo largo de los siglos ha sido desatendida a menudo.
En esta línea, advierte que la llamada «Gender revolution» ha llevado a propuestas desquiciadas, como la de abolir la distinción de sexos y sustituirla con la más elástica y subjetiva distinción de «géneros» (masculino, femenino, variable), o la de liberar a la mujer de la «esclavitud de la maternidad» proveyendo de otros modos, inventados por el hombre, al nacimiento de hijos.
Haciendo referencia a las noticias de los últimos meses sobre hombres que pronto se podrán quedar embarazados y dar a luz a un hijo, el padre Cantalamessa observa que la elección del diálogo y de la autocrítica «nos da derecho a denunciar estos proyectos como «inhumanos», o sea, contrarios no solo a la voluntad de Dios, sino también al bien de la humanidad».
Por otro lado, asegura que no menos importante que la tarea de defender el ideal bíblico del matrimonio y de la familia es para los cristianos la tarea de redescubrirlo y vivirlo en plenitud.
De este modo, el predicador de la Casa Pontificia explica que dos personas que se aman -y el caso del hombre y la mujer en el matrimonio es el más fuerte- reproducen algo de lo que ocurre en la Trinidad. Marido y mujer –precisa– son en efecto una carne sola, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. «En la pareja se reconcilian entre sí unidad y diversidad», asegura.
Gracia de estado en el matrimonio
El padre Cantalamessa explica que en el testimonio de algunas parejas «que han tenido la experiencia renovadora del Espíritu Santo» y «viven la vida cristiana carismáticamente» se encuentra algo de aquel significado original del acto conyugal (que los esposos hacen de sí mismos, uno al otro y el Espíritu Santo es, en la Trinidad, el «don» o mejor el «donarse» recíproco del Padre y del Hijo, no un acto pasajero sino un estado permanente. Donde llega el Espíritu Santo, nace o renace, la capacidad de volverse don. Es así que opera la «gracia de estado» en el matrimonio.
Del mismo modo, indica a los presentes que «si nosotros los consagrados no vivimos la realidad del matrimonio», «debemos conocerla para ayudar a quienes viven en esa». En la comunidad cristiana –afirma el padre Raniero– consagrados y casados pueden «edificarse» mutuamente.