(Chiesa) El encuentro entre el Papa Francisco y el patriarca Cirilo concluyó con la firma de una declaración conjunta que ha suscitado reacciones de todo tipo por parte de los ciudadanos y de los exponentes de la Iglesia de Ucrania.
Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, cabeza de la Iglesia greco-católica ucraniana, ha compartido con nosotros sus impresiones sobre el encuentro en general y sobre el documento en particular.
Beatitud, le rogamos comparta con nosotros sus impresiones sobre el encuentro entre el Papa Francisco y el patriarca Cirilo. ¿Qué puede decir de la declaración común que han firmado?
Basándonos en nuestra experiencia, madurada a lo largo de muchos años, podemos decir que cuando el Vaticano y Moscú organizan encuentros o firman textos conjuntos, es difícil esperar algo bueno. En primer lugar quisiera decir algo sobre el encuentro del Santo Padre con el patriarca Cirilo, y después comentar el texto de la declaración.
Se nota enseguida, sobre todo después de sus comentarios tras el encuentro, que las dos partes se situaban en dos planos totalmente diferentes y que perseguían objetivos distintos.
Su Santidad el Papa Francisco ha vivido este encuentro sobre todo como un acontecimiento espiritual. Ha iniciado su intervención observando que nosotros, católicos y ortodoxos, compartimos un solo bautismo. En el encuentro ha buscado la presencia del Espíritu Santo y ha recibido su apoyo. Ha subrayado que la unidad de las Iglesias puede ser alcanzada cuando recorremos juntos el mismo camino.
Por parte del patriarca de Moscú se ha intuido enseguida que su intervención no tenía nada que ver con el Espíritu, la teología o las cuestiones religiosas actuales. Nada de oración común, el acento se ha puesto sobre expresiones solemnes que atañen «al destino del mundo» y el aeropuerto como un ambiente neutral, es decir, no eclesial. La impresión era que estaban en dos mundo paralelos. ¿Se han cruzado estas dos realidades durante este encuentro? No lo sé, pero según las reglas de la matemática, dos líneas paralelas no se cruzan entre sí.
He sentido auténtica admiración, respeto y un cierto temor reverencial por la humildad del Papa Francisco, un verdadero «siervo de Dios que sufre», que busca una sola cosa: dar testimonio del Evangelio de Cristo ante la humanidad de hoy, estar en el mundo pero permanecer de Cristo, tener el valor de ser «no de este mundo».
Por esto me gustaría invitar a todos a no juzgarle, a no permanecer al nivel de quienes esperan sólo efectos políticos de este encuentro y desean sólo, a toda costa, aprovecharse de un Papa humilde para sus planes humanos. Si no entramos en la realidad espiritual del Santo Padre y no discernimos junto a él la acción del Espíritu Santo, permaneceremos prisioneros del príncipe de este mundo y de sus seguidores. De este modo, para nosotros, este se convertirá en un encuentro que ha ocurrido, pero que no se ha verificado de verdad.
Respecto al texto de la declaración firmada conjuntamente, en general es positivo. Levanta cuestiones que preocupan tanto a los católicos como a los ortodoxos, y abre nuevas perspectivas para una colaboración. Animo a todos a buscar estos elementos positivos. Sin embargo, los puntos que conciernen en general a Ucrania, y en particular a la Iglesia greco-católica ucraniana, levantan más preguntas que respuestas.
Oficialmente se ha informado de que este documento es fruto del esfuerzo conjunto entre el metropolitano Hilarion (Alfeyev), por parte ortodoxa, y del cardenal Koch con el consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, por parte católica. Para un documento que se entendía como no teológico, sino esencialmente socio-político, es difícil imaginar un equipo más débil que el que ha redactado este texto.
El citado consejo pontificio es competente en campo teológico de las relaciones con las distintas Iglesias y comunidades cristianas, pero no es experto en materia de política internacional, en especial en materias tan delicadas como la agresión de Rusia en Ucrania. Por consiguiente, la impronta deseada para el documento ha ido más allá de sus capacidades.
Esto ha sido utilizado por el departamento de asuntos exteriores de la Iglesia ortodoxa rusa que, en primer lugar, es el instrumento de la diplomacia y de la política externa del patriarcado de Moscú.
Quisiera hace observar que, como cabeza de nuestra Iglesia, soy miembro oficial del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, nombrado por el Papa Benedicto. Sin embargo, nadie me ha invitado a expresar mis pensamientos y, por lo tanto, en sustancia, como ya había sucedido en el pasado, han hablado de nosotros sin nosotros, sin darnos una voz.
Tal vez el nuncio apostólico podrá ayudarme a entender los «puntos oscuros» presentes en este texto y explicarme la posición del Vaticano en los puntos en los que, en nuestra opinión, no está claramente formulada.
Sin embargo, el párrafo 25 de la declaración habla con respeto de los greco-católicos, y la Iglesia greco-católica ucraniana está sustancialmente reconocida como sujeto de relaciones intereclesiales entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas.
Sí, usted tiene razón. Parece que ellos ya no contestan nuestro derecho a existir. Pero en realidad para existir y actuar no estamos obligados a pedir permiso a nadie.
Aquí, la novedad que se resalta es que la declaración de Balamand de 1993, utilizada hasta este momento por el metropolitano Alfeyev para negar nuestro derecho a existir, es utilizada ahora para afirmarlo. Insistiendo sobre el rechazo del «uniatismo» como método de unión entre las Iglesias, Moscú siempre ha pedido al Vaticano una prohibición virtual de nuestra existencia y la limitación de nuestras actividades. Además, este requisito había sido siempre planteado como una condición, bajo forma de ultimátum, para la posibilidad de un encuentro entre el Papa y el patriarca.
En el pasado se nos había acusado de «expansión sobre el territorio canónico del patriarcado de Moscú», mientras que ahora nuestro derecho de cuidar de nuestros fieles, dondequiera que se encuentren en necesidad, está reconocido. Supongo que esto vale también para la Federación Rusa, donde hoy no tenemos ninguna posibilidad de existencia libre y legal, o en el territorio anexado de Crimea, donde somos «re-registrados» en conformidad con la legislación rusa y donde de hecho somos aniquilados.
Este cambio de acento es sin duda positivo, aunque en sustancia no se ha dicho nada nuevo. El reconocimiento que «ortodoxos y greco-católicos necesitan reconciliación y formas recíprocamente aceptables de convivencia» es alentador. Hemos hablado de esto durante mucho tiempo y tanto el cardenal Myroslav Ivan Lubachivsky como Su Beatitud Lubomyr [Husar] han hecho a menudo llamamientos a nuestros hermanos ortodoxos con palabras similares, pero sin recibir nunca respuesta. Espero que seamos capaces de mejorar las relaciones bilaterales con la Iglesia ortodoxa ucraniana, moviéndonos en esta dirección sin interferencias por parte de Moscú.
¿Qué comentario haría usted a esta afirmación: «Invitamos a todas las partes del conflicto a la prudencia, a la solidaridad social y a la acción para construir la paz. Invitamos a nuestras Iglesias en Ucrania a trabajar para llegar a la armonía social, a abstenerse de participar en los enfrentamientos y a no apoyar un desarrollo ulterior del conflicto»?
En general, quisiera decir que el párrafo 26 de la declaración es el más discutible. Se tiene la impresión de que el patriarcado de Moscú o bien se niega obstinadamente a admitir que es una parte del conflicto, es decir, que apoya abiertamente la agresión de Rusia contra Ucrania y además bendice las acciones militares de Rusia en Siria como una «guerra santa», o que está haciendo un llamamiento ante todo a la propia conciencia, autoinvitándose a la misma prudencia, solidaridad social y construcción activa de la paz.
¡No lo sé! La propia palabra «conflicto» aquí es confusa y parece sugerir al lector que tenemos un »conflicto civil« más que una agresión externa de un Estado fronterizo. Hoy es ampliamente reconocido que si los soldados no fueran enviados por Rusia al suelo ucraniano y no se les proporcionaran armas pesadas, y si la Iglesia ortodoxa rusa, en lugar de bendecir la idea del «Russkiy Mir» (el «mundo ruso») sostuviera a Ucrania en el esfuerzo de consolidar el control de las propias fronteras, no habría ni anexión de Crimea ni una guerra. Es precisamente este tipo de solidaridad social con el pueblo ucraniano y una construcción activa de la paz lo que esperamos de los firmantes del presente documento.
Me gustaría compartir algunas reflexiones sobre la frase que anima a las Iglesias en Ucrania «a trabajar para llegar a la armonía social, a abstenerse de participar en los enfrentamientos y a no apoyar un desarrollo ulterior del conflicto». Las Iglesias y las organizaciones religiosas en Ucrania no han apoyado nunca la guerra y han actuado constantemente por la paz social y la armonía. Bastaría prestar un poco de atención a los argumentos presentes en los llamamientos del consejo pan-ucraniano de las Iglesias y de las organizaciones religiosas de estos dos últimos años.
En cambio, el llamamiento a no participar en las protestas y a no apoyar el desarrollo del conflicto me recuerda mucho, por alguna razón, a las acusaciones del metropolitano Hilarion, que ha atacado las posiciones de los «ucranianos cismáticos y uniatas»; prácticamente nos ha acusado a nosotros de ser la causa de la guerra en Ucrania oriental y, al mismo tiempo, ha juzgado nuestra posición cívica, basada en la doctrina social de la Iglesia católica, como apoyo a una sola de las «partes que participan en el conflicto».
A este respecto, quiero precisar cuanto sigue: la Iglesia greco-católica ucraniana no ha apoyado o promovido nunca la guerra. Sin embargo, ¡siempre hemos apoyado y apoyaremos al pueblo de Ucrania!
Nunca hemos estado de parte del agresor; en cambio, hemos permanecido del lado de nuestra gente cuando estaba en la plaza Maidan y cuando era asesinada por los fautores del «Russkiy Mir».
Nuestros sacerdotes nunca han cogido las armas, al contrario de lo que ha sucedido en la otra parte. Nuestros capellanes, como constructores de paz, sufren el frío helador junto a nuestros soldados en el frente y con sus propias manos transportan a los heridos desde el campo de batalla y secan las lágrimas a las madres que lloran por sus hijos muertos.
Nos ocupamos de los heridos y de quienes sufren a causa de los combates, prescindiendo de su origen nacional y de sus creencias religiosas o políticas.
Hoy más que nunca las circunstancias son tales que nuestra nación no tiene otra protección y refugio que su Iglesia. Es precisamente la conciencia pastoral la que nos llama a ser la voz del pueblo, para despertar la conciencia de la comunidad cristiana global, también cuando esta voz no es entendida o es ignorada por los líderes religiosos de las Iglesias de hoy en día.
Beatitud, el hecho de que el Santo Padre haya firmado un documento tan confuso y ambiguo, ¿no minará el respeto que los fieles sienten hacia él, dado que la unidad con el sucesor de Pedro es parte integrante de la identidad de esta Iglesia?
Indudablemente este texto ha causado una profunda decepción entre muchos fieles de nuestra Iglesia y entre los ciudadanos concienciados de Ucrania. Son muchos los que se han puesto en contacto conmigo y me han dicho que se sienten traicionados por el Vaticano, decepcionados por la naturaleza de media verdad de este documento, que ven como un apoyo indirecto de la Santa Sede a la agresión rusa contra Ucrania.
Puedo ciertamente entender estos sentimientos. Sin embargo, animo a nuestros fieles a no dramatizar esta declaración y a no exagerar su importancia para la vida de la Iglesia. Hemos experimentado declaraciones similares y sobreviviremos también a ésta.
Debemos recordar que nuestra unidad y plena comunión con el Santo Padre, el sucesor de Pedro, no es el resultado de un acuerdo político o de un compromiso diplomático, o de la claridad del texto de una declaración común. Esta unidad y comunión con el Pedro de hoy es una cuestión de fe. Al Papa Francisco y a cada uno de nosotros Cristo, en el Evangelio de Lucas, dice: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos».
Es por esta unidad con la Sede Apostólica por lo que han dado su vida, en el siglo XX, los mártires y los confesores de fe de nuestra Iglesia, sellándola con su sangre. Mientras conmemoramos el septuagésimo aniversario del pseudo-sínodo de Leópolis, saquemos fuerza de este testimonio, de su sacrificio que, hoy, parece a veces ser un obstáculo, una piedra que los constructores de las relaciones internacionales frecuentemente rechazan. Y sin embargo, es precisamente esta piedra de Cristo de la fe de Pedro la que el Señor convertirá en piedra angular del futuro de todos los cristianos. Y será «una maravilla para nuestros ojos».