(Alfa y Omega/José Antonio Méndez)
A veces, los fieles confunden orar con repetir unas fórmulas concretas. ¿Ha descuidado la Iglesia la pedagogía de la oración para los fieles?
La oración es mental y es vocal, y quizás el problema no es que se haga poca oración mental o poca oración vocal, sino que, simplemente, hacemos poca oración. La oración oficial de la Iglesia es vocal, cuando rezamos el oficio divino. Pero ambos modos de orar van juntos porque el hombre es alma y cuerpo, y si solo hago oración mental y no la expreso, o si solo expreso algo con palabras pero no pongo la mente en lo que digo, no lo estamos haciendo bien. Tiene que rezar la persona entera y, en diferentes momentos, rezamos de formas diferentes. No sé si se ha descuidado la pedagogía de la oración, lo que pasa es que es difícil.
¿Por qué?
Porque vivimos en un momento de secularización en el que parece que la oración es inútil, y ahí está el problema. Hoy es importante volver a lo fundamental, volver a entender qué significa la contemplación y la relación con Dios en nuestra vida .
Y usted, ¿cómo reza?
¡Como puedo! (risas)
Me alivia, porque ya somos dos…
Yo procuro rezar, y todos los días le dedico tiempo. No tanto como el que desearía, es verdad, pero es que… ¡si no se dedica tiempo a la oración, no se puede hacer oración!
Cuando se está en la Curia, ¿hace falta rezar más?
Sí, claro, hace falta rezar mucho. En realidad, todos tenemos esa necesidad: todos tenemos problemas estemos donde estemos, y necesitamos revalorizar nuestra oración y actualizar nuestra relación con Dios. Si uno está en un puesto de más responsabilidad, tiene más necesidad, pero en último término lo necesitamos todos.
Decía santa Teresa: «No sé de qué nos espantamos al ver los males de la Iglesia», si quienes debían ser ejemplo de santidad no rezan…
Los males de la Iglesia se deben a la falta de oración. Si rezáramos más, nos iría mejor. Tenemos que revitalizar nuestra relación con Dios como el motor del que vivimos. «El justo vivirá de la fe», dice san Pablo, citando a Habacuc. Y esta fe se expresa en la oración. Si no vivimos de la fe, algo falla, porque la fe lleva al amor.
Escándalos como el de monseñor Charamsa –sacerdote que trabajaba en la Congregación para la Doctrina de la Fe– afectan negativamente a la vida de oración de muchas personas.
Estas cosas afectan a la vida cristiana, porque el mal ejemplo es terrible. Todos sabemos la importancia que tiene el ejemplo. El buen ejemplo arrastra para el bien, y el malo, para el mal. Tenemos que tratar de dar buen ejemplo, y cuanto más arriba está uno, más obligado está a hacerlo, porque lo que hace o deje de hacer se ve más. Hay que pedir al Señor que nos ayude a dar testimonio. La mundanidad se vence dejándonos fascinar por Cristo.
En el Sínodo sobre la familia se ha hablado de la importancia de la oración en familia. ¿Hoy es especialmente importante que los esposos cristianos tengan vida de oración?
Sí, porque las dificultades son mayores. Hace un tiempo, la familia, por razones culturales y sociológicas, era una realidad establecida, y hoy sabemos que no es así. La fuerza de la oración es más necesaria, porque los problemas pueden ser más graves.
¿Cuáles deben ser las prioridades en la pastoral familiar?
La relación con Dios es la primera, porque Dios es siempre lo primero. Eso sí, la oración no puede ser excusa para apartarnos del mundo o para no cuidar a mi hermano. Eso sería un mal uso de la oración.
Este congreso se ha dado en el ámbito de la universidad. ¿Tiene cabida la dimensión espiritual en la educación, o es solo cosa de la catequesis?
¡Tiene que tener cabida! Si la educación es sacar todas las potencialidades de la persona, no podemos olvidar esa dimensión que llevamos dentro.
El lema del congreso ha sido La oración, fuerza que cambia el mundo. Muchos dirían que es la economía, la política, la violencia… ¿Cómo transforma el mundo la oración?
Porque empieza por cambiarnos a nosotros. Y si Dios cambia a las personas a través de la oración, cambiará el mundo. Si una persona quiere mejorar su vida de oración, debe ponerse en contacto con un sacerdote capaz de ayudarle, exponerle su vida y pedirle que le ayude a reforzar su oración. Y también haciendo algo que el Papa dice constantemente: ¿Por qué no llevamos en el bolsillo un Evangelio y lo leemos todos los días un ratito? Cinco minutos, no hace falta más. Es facilísimo, pero no siempre lo hacemos.
Ahora que cita al Papa, ¿por qué dice tanto: «Recen por mí»?
Porque se da cuenta de su responsabilidad al frente de la Iglesia. Ninguno es un ser aislado, tampoco el Papa, y por eso necesita de la comunión eclesial, de la ayuda espiritual de los fieles.