(Zenit) El círculo menor de lengua española moderado por el cardenal Francisco Robles Ortega y cuyo relator es monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo ha considerado que la segunda parte del Instrumetum Laboris contiene muchos elementos positivos sobre el discernimiento de la vocación familiar, pero advierten que «se echa de menos su falta de conexión directa con la primera parte» y que «se tratan muchos aspectos sin una conexión más orgánica y lógica de los asuntos tratados».
Aseguran que se respeta metodológicamente el Instrumentum Laboris, pero se desearía que «el documento final pudiera reordenar mejor los temas, pues hay muchas repeticiones en diversos números que deben ser vistos con mayor atención para una mejor distribución de cada uno de los acápites».
Sobre el capítulo segundo se insistió en la dimensión misionera de la familia. En el capítulo tercero han notado «una carencia en referencia a la necesaria misericordia para con los hijos que sufren las consecuencias de la violencia intrafamiliar, el abandono, el divorcio de sus padres, etc.». Y se dio un interés particular «sobre el tema de la juventud con sus valores positivos y las deficiencias de cara al matrimonio».
Asimismo, precisan que a los miembros del grupo les pareció «que hay ausencias significativas o pocas referencias en esta parte en temas como la castidad y la virginidad, la santidad y la espiritualidad de la familia». Igualmente, asumen las «deficiencias de una pastoral orgánica y familiar más incisiva, señalando los logros y realizaciones como las ausencias».
Para concluir, se muestran conscientes de la compleja y diversa realidad existente en nuestros países, «por lo que la iluminación de esta parte debe ser amplia para dar cabida a respuestas ajustadas a los diversos escenarios».
Círculo del cardenal Maradiaga
El grupo moderado por el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga y cuyo relator es el cardenal José Luis Lacunza Maestrojuán, indica que sería oportuna «una definición de la Familia, bien sea como la de Gaudium et Spes #52 u otros documentos como Familiaris consortio». Asimismo precisan que «la misericordia de Dios no se puede condicionar, siempre lleva la delantera. Santo Tomás dice al respecto que, en Dios, la misericordia es la máxima virtud y el perdón es la más alta manifestación del poder divino. El perdón que Jesús nos ganó en la cruz no tuvo ninguna condición».
Además, señalan que «la misericordia hay que entenderla en relación con el amor ya que es su manifestación, y la Iglesia prolonga el dinamismo misericordioso de la Encarnación».
Por otro lado, aseguran que «hay que poner acento en la gradualidad y procesualidad» para entender cómo Dios comunica la gracia teniendo en cuenta a cada persona, y que «progresivamente, en comunidad, corrige, acompaña y perdona». En sus propuestas, también observan que «el plan divino es único, por lo tanto habría que hablar del matrimonio en sí, sin las distinciones».
Piden que «tengamos en cuenta la analogía entre la Familia y la Iglesia: así como la Iglesia es sacramento de salvación, la Familia cristiana debe ser un signo visible y participativo de la Iglesia». Por eso recuerdan que «hay varios grados de sacramentalidad del matrimonio: natural, alianza, cristiano». Del mismo modo, aseguran que «la fidelidad de Dios se derrama en el sacramento del matrimonio, pero al modo humano: quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur» (lo que recibe una persona, lo recibe según su capacidad natural). Y añaden que «la fidelidad indisolubilidad es un misterio que incluye la fragilidad».
Recuerdan que «el sacramento del matrimonio es el único en el que se exige la actualización de lo escatológico». Así como que «no tenemos una teología de la familia sino del matrimonio y más vinculada a lo moral. El Magisterio debería presentar el Evangelio de la familia en forma orgánica e integrada».
Este círculo menor explica que «la espiritualidad matrimonial nace de la presencia de Dios en medio de los esposos» y «los padres son los primeros catequistas y siendo la familia Iglesia doméstica».Añaden que «lamentablemente, los padres han perdido la capacidad de transmitir la fe, con lo cual se llega a comunidades formales o que desarrollan una sola dimensión de la vida cristiana».
Por otro lado, reiterando que hay varios grados de sacramentalidad del matrimonio: natural, alianza, cristiano, aseguran que «no se puede desconocer que hay muchos valores positivos en otros tipos de familia».
Y además advierten que es necesario hablarle a los jóvenes sobre el matrimonio, no desde la perspectiva del miedo. Es una cuestión antropológica, indican: viven al día, no encaja con su manera de pensar el ‘para siempre’, no se lo plantean. Y consideran que un certificado no hace el matrimonio y con tantas formalidades muchas veces, identifican formalidad con hipocresía».
Aunque también reconocen que no basta decir que los jóvenes «tienen miedo o no se atreven», porque contradice «la experiencia de tantos que aceptan el riesgo del voluntariado o se arriesgan por razones políticas u otras luchas».
Finalmente, concluyen reconociendo que «además de la falta de una Teología de la Familia« pareciera que «nos limitamos a repetir cosas obvias, pero faltan ideas clave y motoras».