(RV) Tras recordar que ellos respondieron que algunos lo consideran Juan el Bautista, otros Elías o uno de los grandes Profetas, y que la gente lo apreciaba por considerarlo un «enviado de Dios», si bien no lograba reconocerlo como al Mesías, el Obispo de Roma se detuvo a considerar la pregunta más importante con la que Jesús se dirige directamente a los que lo seguían, para verificar su fe. «¿Y ustedes quién dicen que soy yo?».
Tras la respuesta de Pedro en nombre de todos, en que con pureza exclama: «Tú eres Cristo» (v. 29), Francisco afirmó que Jesús les reveló lo que le espera en Jerusalén, es decir, que debía sufrir mucho… ser condenado a muerte y resucitar después de tres días.
Sin embargo – prosiguió explicando el Pontífice – el mismo Pedro, que acaba de profesar su fe en Jesús como Mesías, se sintió escandalizado y regañó al Maestro. Jesús entonces reaccionó reprendiéndolo severamente, porque sus pensamientos no eran los de Dios, sino los de los hombres.
El Papa Francisco afirmó que, al igual que en los demás discípulos, también en cada uno de nosotros se opone a la gracia del Padre la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios.
Y destacó que Jesús es el Siervo obediente a la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de su propia vida. De modo que, tal como él mismo lo declaró, quien quiere ser su discípulo debe aceptar ser siervo, como Él. Porque – como recordó el Santo Padre – seguir a Jesús significa tomar la propia cruz para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito o de la gloria terrena, sino el que conduce a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo y del pecado.
De ahí la necesidad de rechazar la mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro de la existencia.
El Papa concluyó pidiendo a la Santísima Virgen María, que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, que nos ayude a purificar siempre nuestra fe de falsas imágenes de Dios, para adherir plenamente a Cristo y a su Evangelio.
Texto completo del comentario del Papa sobre el evangelio del día
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que en camino hacia Cesarea de Filipo, interroga a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo? Estos responden que algunos lo consideran Juan el Bautista resucitado, otros Elias o uno de los grandes profetas. La gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un 'enviado de Dios', pero no lograba aún a reconocerlo como el Mesías anunciado y esperado. Y Jesús pregunta nuevamente '¿Y ustedes quién dicen que soy yo?'.
Esta es la pregunta más importante con la cual Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar la propia fe. Pedro en nombre de todos exclama de manera espontánea: 'Tu eres el Cristo'.
Jesús queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que ésta es fruto de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, o sea que 'el Hijo del hombre deberá sufrir mucho... ser asesinado y después de tres días resucitar'.
El mismo Pedro que ha apenas profesado su fe en Jesús como el Mesías, se escandaliza de estas palabras. Llama aparte al Maestro y le reta.
¿Y cómo reacciona Jesús? A su vez le llama la atención a Pedro por ésto, con palabras muy severas. '¡Retírate de mí, Satanás!, –le dice Satanás– porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres'.
Jesús se da cuenta que en Pedro, como en los otros discípulos –y en cada uno de nosotros– a la gracia del Padre se opone la tentación del maligno, que quiere distraerlo de la voluntad de Dios.
Anunciando que tendrá que sufrir y ser condenado a muerte para después resucitar, Jesús quiere hacerle entender a quienes los siguen que Él es un Mesías humilde y servidor. Es el Siervo obediente a la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de la propia vida.
Por esto dirigiéndose a la toda la multitud que allí estaba, declara que quien desea ser su discípulo tiene que aceptar ser siervo, como Él se ha hecho siervo, y advierte: 'Si alguien quiere venir atrás de mi, reniegue a sí mismo, tome su cruz y me siga'.
Ponerse en el camino de Jesús significa tomar la propia cruz –todos la tenemos– para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito o de la gloria terrenal, sino el que lleva a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo, del pecado.
Se trata de operar un neto rechazo de aquella mentalidad mundana que pone el propio yo y los propios intereses en el centro de la existencia. No, esto no es lo que Jesús quiere de nosotros. En cambio nos invita a perder la propia vida por Cristo y el evangelio, para recibirla renovada y auténtica.
Podemos estar seguros, gracias a Jesús, que este camino lleva a la resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios. Decidir seguir a nuestro Maestro y Señor que se ha hecho siervo de todos, exige una unión fuerte con Él, escuchar con atención y asiduidad su palabra, –hay que acordarse de leer todos los días un pasaje del evangelio– y en los sacramentos.
Hay jóvenes aquí en la plaza, yo les pregunto solamente: ¿han sentido el deseo de seguir a Jesús más de cerca? Hay que pensarlo, rezar y dejar que el Señor les hable.
La Virgen María que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, nos ayude a purificar siempre nuestra fe de las falsas imágenes de Dios, para adherir plenamente a Cristo y a su evangelio».