(Zenit) «Están en juego –subrayó Mons. Gallagher– principios fundamentales tales como el valor de la vida, la dignidad humana, la libertad religiosa y la coexistencia pacífica y armoniosa entre los individuos y los pueblos».
«El fenómeno continúa, con las violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario por el llamado Estado Islámico, así como con las perpetrados por otras partes en el conflicto. El drama de la migración en las últimas semanas, con el que Europa se ha visto obligada a interesarse aún más por esa situación, es una prueba irrefutable de esta tragedia», dijo.
A continuación señaló tres aspectos clave para mejorar el futuro de las minorías étnicas y religiosas en Medio Oriente, comenzando por el de sensibilizar a la comunidad internacional para hacer frente a la emergencia humanitaria y garantizar las condiciones mínimas de seguridad para las minorías y las comunidades cristianas, informó la Sala de Prensa de la Santa Sede.
«Actualmente –afirmó– la situación nos obliga a hacer frente a la emergencia humanitaria'', pero «a largo plazo, hay que tomar otras medidas adecuadas para asegurar su presencia en sus tierras de origen». «Entre los desafíos a los que hacer frente está el respeto de los derechos humanos, en particular la libertad de religión y de conciencia. Es importante insistir en que la libertad religiosa, obviamente, incluye la libertad de cambiar de religión. Ahora bien, en muchos países de Oriente Medio, hay libertad de culto, pero a veces el espacio que se deja a la libertad de religión es, en realidad, muy limitado. La ampliación de este espacio de libertad se convierte en una necesidad para garantizar a todos los miembros de las diversas comunidades religiosas una verdadera libertad de vivir y profesar su fe», añadió.
«Sería oportuno –aseguró– que los Estados de la región se involucren directamente, junto con el resto de la Comunidad internacional en la protección de los derechos fundamentales de los cristianos y miembros de otras minorías religiosas. No se trata de proteger a una u otra comunidad religiosa o a uno u otro grupo étnico, sino de proteger a personas que forman parte de una sola familia humana y cuyos derechos fundamentales son violados sistemáticamente».
Que los refugiados puedan regresar
La segunda cuestión es garantizar el derecho de los refugiados a regresar y vivir con dignidad y seguridad en su país de origen. Un derecho «que debe ser defendido y garantizado, tanto por la comunidad internacional como por los Estados, cuyos ciudadanos son refugiados o desplazados. Hay que subrayar que los cristianos y otras minorías religiosas o étnicas no quieren ser meramente tolerados sino que aspiran a ser considerados en sus países de origen como ciudadanos de pleno derecho. Al respecto, es es importante que este concepto de ciudadanía se entienda de una forma cada vez más amplia, de manera que constituya un punto de referencia en la vida social, para garantizar los derechos de todos, incluidos los de los miembros de las minorías, a través de la aplicación de los instrumentos jurídicos adecuados».
Por último, hay que abordar el fenómeno del terrorismo y promover el diálogo interreligioso. «Es necesario –observó Mons. Richard Gallagher– encontrar mecanismos para alentar a todos los países en particular los de mayoría musulmana, a hacer frente al terrorismo con seriedad y con especial atención a la cuestión de la educación. En este sentido, es importante que la enseñanza en las escuelas, el uso de internet y también el contenido de los sermones de los líderes religiosos no den libre curso a actitudes intransigentes y extremistas, o a la radicalización; mas bien deberían promover el diálogo y la reconciliación. Asimismo, no hay que olvidar que también es necesario prestar atención al uso de algunas expresiones y manifestaciones, que se dan de vez en cuando en Occidente, para evitar las ofensas y provocaciones a lo que es querido, o incluso a veces considerado como sagrado por algunas religiones».
También es fundamental promover el diálogo interreligioso, que es «un antídoto contra el fundamentalismo, que golpea a las comunidades religiosas. Al respecto los líderes religiosos judios, cristianos y musulmanes pueden y deben desempeñar un papel clave para favorecer no solo el diálogo interreligioso y la educación intercultural sino también el entendimiento mutuo. Además, deben denunciar claramente la manipulación de la religión para justificar la violencia. Cabe también promover una separación positiva y respetuosa entre la religión y el Estado. En este sentido es deseable que madure en las mentalidaddes la idea de una distinción necesaria entre los dos ámbitos, a favor de la autonomía y la independencia mutua, pero sin ocultar la indispensable cooperación entre las dos esferas, que pueden coexistir sin oponerse, a través del diálogo entre las autoridades religiosas y las autoridades políticas y respetando sus respectivas competencias», concluyó el secretario para las Relaciones con los Estados.