(Zenit) El rol de las organizaciones internacionales está cada vez más en discusión por el peso de sus estructuras y también por el vaciamiento de los valores con los cuales las sociedades occidentales fueron bautizadas. A esto se añade la superposición entre organismos e intereses a nivel mundial.
Entre los temas más importantes en la agenda de las organizaciones internacionales están las migraciones: acoger es un deber para cada cristiano y tal principio va temperado por el respeto que deben tener los inmigrantes de aquellos valores fundamentales que pertenecen a la identidad cristiana y que garantizan la convivencia en los países que hospedan.
De ésto y de otros temas ha hablado en una entrevista con ZENIT, Mons. Silvano Maria Tomasi, Observador Permanente de la Santa Sede en Ginebra ante las Naciones Unidas, y que ha sido huésped durante estos días del Meeting por la Amistad entre los Pueblos que se realiza en la ciudad italiana de Rimini. Allí Mons. Tomasi intervino en el debate 'Emergencias en el mundo: el rol de los organismos internacionales.
Excelencia, en el Meeting de Rimini usted ha hablado de 'creatividad de la persona' como instrumento que se contrapone al individualismo que aflige a toda la comunidad internacional. ¿Cómo describir el cuadro actual?
Nos encontramos en el final de un ciclo histórico. Las Naciones Unidas fueron fundadas hace 70 años para que no se repitieran los horrores de la II Guerra Mundial apenas concluida, y para ayudar al crecimiento de los más pobres. A partir de 1968 con la revolución cultural de Woodstock, ha emergido una filosofía y un modo diverso de leer la realidad: los intereses del individuo prevalen sobre los de la comunidad; se exalta la libertad sin tomar demasiado en consideración las consecuencias de las acciones realizadas.
Delante de esta filosofía se ha debilitado progresivamente el sentido de la solidaridad hacia toda la familia humana, por lo tanto la acción común se ha vuelto cada vez más difícil.
Existe la sensación y la convicción de que las instituciones internacionales sean débiles, demasiado burocráticas y difíciles de gestionar. Como consecuencia están emergiendo nuevas estructuras, como el Forum Económico Mundial de Davos o, por ejemplo, el nuevo banco creado por los BRICS (Brasil, Rusia, China, India, Sudáfrica) con el objetivo de contrabalancear al FMI y al Banco Mundial. Estamos por lo tanto en una especie de limbo entre algo que no funciona y algo que aún no se ha consolidado.
Para que las organizaciones internacionales sean eficaces y constructivas es importante que se persigan una serie de valores y haya una lectura de la persona humana que sea más realista que la actual. No hay que olvidarse que por su naturaleza la persona humana es abierta al otro, no cerrada en sí misma y tomada por sus pasiones, deseos o intereses. Más el individuo se cierra en sí mismo más se autodestruye. Es solo en relación a los otros y al otro que encontramos la respuesta y la posibilidad de crear una acción comunitaria que sea eficaz en el mundo de hoy.
Dentro de un mes el papa Franciso hablará en Nueva York ante las Naciones Unidas ¿Qué impacto podrán tener sus palabras?
La visita del papa Francisco a las naciones Unidas será un momento histórico, en el que el Santo Padre podrá señalar las prioridades que ve como urgentes y necesarias. No puedo profetizar los temas sobre los que hablará el Papa, entretanto presumo que afrontará el hecho que el mundo de hoy está atormentado por una serie de focos de violencia y que los cristianos frecuentemente son víctimas de abusos y persecuciones.
Por lo tanto pondrá el acento sobre la libertad de conciencia y de religión, también para dar ánimo a las comunidades cristianas de Oriente Medio, las cuales se encuentran en una situación dramática y de sufrimiento continuo.
Que el Papa hable a las Naciones Unidas revela que de una parte la Iglesia da un cierto peso a esta estructura internacional y de otro espera que puede volverse cada vez más eficaz para promover el bien común.
Para tener una estructura internacional que responda verdaderamente a las exigencias actuales, que han cambiado mucho desde el final de la II Guerra Mundial, es necesario tener como objetivo y como convicción profunda el interés de toda la familia humana y no solamente el de sectores muy limitados. El bien común es el que viene de una comprensión correcta de la persona humana, poniéndola en el centro de todo.
En este escenario, ¿cómo se encuadra el problema de las migraciones?
La mayoría de las personas que emigran a Europa provienen desde países como Siria o Libia, desestabilizados por intervenciones occidentales, o como de Eritrea, donde la violación sistemática de los derechos humanos empuja a los jóvenes a dejar el país.
La causa del éxodo actual por lo tanto radica también en acciones cumplidas en el pasado de manera poco sabia. Es un desplazamiento de población que no se veía desde el final de la II Guerra Mundial. Se trata de un fenómeno global, que no se refiere solamente a Europa: piensen por ejemplo a la migración del Myanmar hacia Indonesia o Australia, o desde África hacia la península árabe a través del Mar Rojo; y mismo en África hay desplazamientos desde un país a otro.
Al menos 240 millones de personas viven en países distintos de los cuales nacieron. El tema de las migraciones es una importante prioridad de la comunidad internacional y de los países europeos. Como cristianos tenemos el deber de acoger las personas que se encuentran en peligro, en particular a los refugiados, porque además casi todos los países europeos han firmado el Tratado de 1951 sobre los Refugiados y el protocolo sucesivo.
Otros migrantes no se encuadran en el estatus de refugiados y se ven obligados a emigrar por diversas motivaciones. Es necesario saber no solamente cuántas personas podemos acoger y con qué modalidades, o donde podemos colocarlas, sino también crear estructuras de acogida dignas.
No podemos ignorar el paso sucesivo o sea qué tipo de integración se perfila. El deber de acogida está fundado en la antigua tradición de la hospitalidad y en el mensaje cristiano. De otra parte tenemos el derecho de preservar la propia identidad, o sea esos valores fundamentales típicos de la tradición greco-romana y cristiana. Y los migrantes tienen que observar un núcleo de valores fundamentales, como la aceptación de la libertad religiosa, el pluralismo cultural, el respeto de la democracia.
Sea para quien emigra que para quien acoge, ¿las migraciones pueden volverse una oportunidad para evangelizar?
Es un tema del que no se habla mucho, pero en varios países es una realidad. Existen por ejemplo comunidades filipinas en varias partes del mundo islámico (en particular en el área del Golfo Pérsico) que representan una presencia cristiana auténtica en un lugar en donde los cristianos antes no estaban. La inmigración puede por lo tanto ser una ocasión de testimonio de la fe cristiana. Por lo que se refiere a los países de acogida, las Iglesia locales no tienen que ser tímidas y deben tener el coraje de proponer el Evangelio con la máxima libertad y en el respeto total de la conciencia de los nuevos llegados, haciendo ver que existe otra manera de impostar la vida, basándola en el mensaje de Jesús.