(Alfa y Omega/José Antonio Méndez) Una experiencia que le sirve para «poner en orden el ranking de prioridades», hacer examen de conciencia, disfrutar de un enorme catálogo de anécdotas, y también para rezar. Aunque, a veces, la dureza de algunos tramos «hace que me acuerde de los ancestros del Apóstol…»
Carlos, me alegro, buenos días. Usted es un fósforo (*) del Camino. Lleva 17 años haciéndolo, verano tras verano. ¿Por qué empezó?
Me alegro yo también, buenos días. Pues sí, lo hago cada verano desde 1998. Llevaba mucho tiempo leyendo y oyendo hablar sobre el Camino de Santiago. Me lancé y fue una experiencia tan emocionante que, desde entonces, decidí que no pasaría ningún año sin peregrinar. Ahora, vaya por donde vaya, repito la primera etapa que hice aquel primer año: voy a Frómista para, desde San Martín, llegar hasta Villasirga, y de Villasirga, llegar a Carrión. El Camino me da una sensación de libertad única.
Es cierto que el Camino es una experiencia muy bonita, pero también muy dura. Este año, sin ir más lejos, se ha roto un dedo. ¿Por qué sigue repitiendo?
Porque lo hago en unas fechas que para mí son el inicio de la vacación, de la holganza, y el final del ciclo tormentoso del trabajo, así que es como una liberación. Es salir al campo, andar por caminos, ver gente (o no verla, porque camino solo), llenar los pulmones de vida, recrear el espíritu y reflexionar. Ese dicho de que el viaje más interesante del Camino es un viaje al interior de ti mismo, que es lo más apasionante que se puede conocer, tiene mucho de cierto.
O sea, que no sólo le sirve para desconectar, sino para conectarse…
El Camino, como todo acto de recogimiento, sirve para poner las cosas en su sitio. A mí me sirve para encontrar paz espiritual, relajo, sosiego, agrado por los paseos, ampliación de la cultura…, y también me da la posibilidad de la introspección: pondero qué he hecho en los últimos meses, qué ha salido bien, qué no, qué podía haber hecho mejor, en qué me equivoqué, en que debería mejorar. En las inmensas llanadas de Tierra de Campos, o por Rioja o Navarra, da mucho tiempo para la reflexión. Fijo la vista en el fondo del Camino, pongo las cosas en un ranking de valores, y resulta que tiene más importancia de lo que yo creía el ver a esa persona, el tomarme un café con tal otra, o el acordarme de mi madre… Para eso, el Camino es una experiencia única y maravillosa.
¿Y le sirve a usted también, como les pasa a muchos, para acercarse a Dios?
¡Inevitablemente! Toda espiritualidad contempla una forma de diálogo con Dios, y el Camino, que es una forma de contemplación activa, me ayuda a entrar en diálogo con Él. Procuro entrar en las parroquias de los pueblos que visito; no sólo por apetito cultural e histórico (ver el románico de Tierra de Campos es un regalo) sino también por un apetito espiritual: entrar en una iglesia, sentarte y santiguarte, sencillamente para dar las gracias por poder estar ahí, para pedir fuerzas para seguir, para dar las gracias a Dios por las cosas que van saliendo no sin dificultad… También es verdad que hay momentos en los que me acuerdo de la madre del Apóstol.
Esto merece una aclaración…
Mira, este mismo año, cuando subía la senda de la Remoña, pasado Potes, que yo creía que iba a ser un paseo más agradable y resultó ser una rampa interminable, con nueve kilos a la espalda, le dije de todo al Santo. Luego le pedí perdón y, cuando fui a verle, me expliqué: «Mira, los católicos contemplamos el arrepentimiento y el pecado; así que me arrepiento de todo lo que te he dicho, perdóname». Pero sí, cuando me vi yo en aquella rampa, me acordé de todos sus ancestros…
Y hablando del perdón, ¿se ha confesado alguna vez en el Camino?
Sí, sí. Es que yo soy un pecador inagotable, infatigable. Tengo una gran facilidad para reciclar y reinventar los pecados, y para ejercer la contumacia en todos ellos. A mí, normalmente, me confiesa un cura amigo, que suele decirme: «Bueno, el catálogo de siempre, ¿no?». Y yo le digo que sí, pero aderezado con alguno nuevo. Mi confesor era el padre José Luis Gago, el que mejor y con más generosidad ha tratado todas mis cosas. Además era mi amigo y mi jefe del alma. Ahora, no teniendo al padre Gago, tengo a mis confesores sevillanos. En el Camino alguna vez me he confesado, y he tenido que decir al cura: «Vengo cargadito. Yo te hago un resumen corto, y luego ya me quitas lo que puedas…»
Ahora empieza nueva temporada en COPE, que es también un nuevo ciclo de su vida, ¿qué enseñanza del Camino quiere poner en práctica?
Una lección que me enseñó Pablo Payo, el mesonero del Mesón del Peregrino de Villasirga, una figura muy importante del Camino, que esperaba en la puerta de su mesón vestido de peregrino a los que íbamos a verle: «Cuando más agotado estés, cuándo el desfallecimiento creas que no te va a dejar continuar, cuando estés harto, cuando creas que las cosas no han salido bien o tengan que salir mejor, escucha la voz interior que te dice: Camina, camina, camina. Y hazle caso».
(*) Fósforo: forofo, expresión cómica utilizada en los programas de Carlos Herrera