(Diócesis de Málaga/Encarni Llamas Fortes)
Estamos en plena época de nombramientos, se dice que en estas fechas los sacerdotes tienen miedo a que les suene el teléfono.
No (se ríe), a los sacerdotes les suena el teléfono en muchas ocasiones y por muchas circunstancias. Siempre tienen actitud de escucha y de atención. En la época de nombramientos suena el teléfono a los sacerdotes que ya, de alguna manera, han percibido que les toca un cambio, ya sea por los años que llevan en esa comunidad, por su trayectoria, porque lo han pedido o por otras razones. Por tanto, el teléfono no suena de una manera totalmente imprevista.
Los sacerdotes estáis dispuestos a servir donde os envíe el obispo. ¿Es el momento ahora de comprobar si es cierto?
Desde el Seminario tenemos dos convicciones muy importantes. La primera, que somos colaboradores del obispo y, por tanto, estamos siempre a su disposición. En segundo lugar, que somos miembros de un presbiterio, no actuamos solos. Esta doble percepción de la realidad diocesana siempre hace que el sacerdote esté mirando con un ojo al obispo, es decir, pendiente de si el prelado le requiere para algún compromiso o servicio; mientras con el otro ojo miramos al presbiterio y sus necesidades: hay sacerdotes que necesitan un cambio porque son mayores, porque están cansados, por dificultades de la comunidad, porque lo han pedido… Siempre nos movemos en esa doble actitud: colaboradores del obispo y miembros del presbiterio.
Para el Sr. Obispo y los vicarios tampoco debe ser tarea fácil.
Los cambios siempre son la última cruz del curso pastoral. Cruz en el sentido doble de la expresión: un sacrificio, pero al mismo tiempo siempre es un servicio que se presta para colaborar en el plan de Dios, para extender su reino. Es verdad que el obispo tiene una visión de conjunto que nos falta a los sacerdotes. D. Jesús conoce las parroquias y recibe muchos comentarios, casi siempre buenos, de los sacerdotes. Con toda esa información se intentan hacer los cambios. Nunca son arbitrarios. Además, hay que tener en cuenta un factor que cada día es más determinante: nos faltan sacerdotes, no tenemos. Ésa es la gran cruz, no los cambios, sino ver que el Pueblo de Dios necesita pastores, que el responsable es el Obispo y que tiene que pedir esfuerzos tremendos, unificar parroquias, unir comunidades... eso es muy doloroso. Yo creo que uno de los grandes dolores del Obispo es ver cómo los pueblos no pueden ser atendidos como él quisiera. La escasez de sacerdotes es tremenda y sabemos que la edad del clero en Málaga, la edad media, está ya por los 67 años.
¿Qué le diría a quien lee estos cambios en clave política?
El sacerdote hace varias promesas cuando se ordena y una es la de la obediencia. No se equipara al voto religioso, pero es una obediencia importante, explícita para la pastoral. Eso es lo que mueve al sacerdote, su promesa de obediencia. Hay matices, en los cambios hay que tener en cuenta la trayectoria del sacerdote. Quizás ha podido estar en una parroquia de mucho culto y con una orientaciones pastorales determinadas y en un momento de su vida pide cambiar para ir a otro sitio más sencillo: a una comunidad rural porque ha estado en la costa, o un pueblo porque ha estado en la ciudad. Los criterios nunca son de escalafón o categorías. Estar en una parroquia más alta o más importante según los criterios de algunos no supone ascender. Los sacerdotes no valoramos las parroquias por la situación geográfica que tengan, ni por la importancia que le den los fieles, ni porque económicamente esté en un lugar más boyante... sino que siempre estamos movidos por esa promesa de obediencia que le prestamos al obispo.
Entonces, estos cambios no suponen ascensos ni descensos ni favoritismos, ¿verdad?
En verdad nosotros somos amigos unos de otros, en el presbiterio nos queremos y nos apreciamos, hay personas que son más amigas de unas que de otras porque somos humanos y tenemos derecho a eso. En los cambios siempre se quieren tener en cuenta dos criterios: la comunidad y la persona. Esos son los dos criterios básicos. Cuando un sacerdote lleva mucho tiempo en una comunidad, necesita un cambio. El sacerdote ya ha cubierto una etapa, ha trabajado en la comunidad en diferentes aspectos pero faltan otros por trabajar porque nadie es perfecto ni completo y conviene que haya un cambio, aunque le duela. Se crean muchos vínculos. Los feligreses acuden al sacerdote en los momentos cruciales de su vida, no sólo para celebrar sacramentos importantes, sino también para confrontar problemas y es normal que se creen vínculos. Pero siempre se tiene en cuenta la evolución que necesita la comunidad que, a veces, se estanca con determinados sacerdotes o que tiene ciertos aspectos de la pastoral un poco más descuidados por circunstancias diversas. Y también se tiene en cuenta la persona del sacerdote. Hay quien, aunque no lo diga a la comunidad, necesita un cambio y lo habla con el obispo o el vicario. En otras ocasiones, es el propio obispo quien acude al sacerdote y, a través de la obediencia dialogada, le propone el cambio correspondiente. Siempre se dialoga, nunca es por imposición.
No sólo el sacerdote se encariña con la comunidad, sino que los seglares también se encariñan con su párroco y les cuesta el cambio. ¿Cómo deben tomarse estos cambios los feligreses?
Si el párroco está bien en la parroquia y la parroquia funciona, los feligreses no ven motivos para un cambio. Yo, como vicario, todos los años, recibo visitas y cartas firmadas de los feligreses que son señal de cómo los sacerdotes entran en comunión con ellos y cómo los feligreses se implican en las labores de la parroquia y de la comunidad. Es precioso ver cómo llegan a querer y cuidar a sus sacerdotes. No son quejas, sino expresiones del malestar que supone que su sacerdote cambie de una parroquia a otra. A los feligreses les pediría que estos cambios los miren, en todos los sentidos, desde la fe, porque sólo desde ahí entendemos la vida de la Iglesia. A veces, sin darnos cuenta, miramos las realidades eclesiales como miramos las del mundo y pensamos que la Iglesia es una empresa. Si no se mira a la Iglesia, y en este caso concreto de los cambios de los sacerdotes, desde la fe y desde el seguimiento de Jesús, de buscar siempre lo mejor, de intentar ayudar a la comunidad que se ha estancado o a enriquecerla con la presencia de otra persona… no se entenderá y siempre aparecerá el rumor, el malestar y la percepción de que a unos los castigan y a otros los premian. Y es una pena vivir la realidad eclesial cuando nos falta esa dimensión de la fe, que es lo que le da sentido a todo lo que hacemos.