(La Razón) Con capacidad para 600 internos pero que alberga hoy a 4.800, esta cárcel situada a las afueras de la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra ocupó los titulares internacionales hace dos años cuando un enfrentamiento entre bandas rivales en el pabellón de máxima seguridad acabó con 35 muertos. Tras ser acogido por el capellán de Palmasola y por el responsable de la pastoral penitenciaria del episcopado boliviano, el obispo Jesús Juárez, el Papa escuchó los testimonios de varios detenidos y realizó un discurso en el pabellón para hombres «PS 4».
La reinserción, clave
«Reclusión no es lo mismo que exclusión, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad», les dijo Francisco a los miles de reclusos que abarrotaban el patio de este módulo del penal, muchos de ellos acompañados por sus familiares. Adaptando su llamamiento a luchar contra la «cultura del descarte» que tantas veces critica, les invitó a que «no dieran todo por perdido» pese a las graves dificultades que afrontan durante su tiempo de reclusión, entre las que citó: el hacinamiento, la lentitud de la Justicia, la violencia y la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación. En un llamamiento al Gobierno de Evo Morales para que mejore las condiciones de los presos, pidió una «rápida y eficaz alianza interinstitucional» que permita «encontrar respuestas» frente a estos problemas.
La situación de Palmasola ha sido denunciada por la propia oficina del Defensor del Pueblo boliviano. En un informe desveló que el 90% de los internos de este penal están como detenidos preventivos. Sólo el restante 10% tiene sentencias condenatorias definitivas. «El propio Fiscal de distrito de La Paz ha admitido que en ese departamento hay causas pendientes que datan del 2001», recordó el citado documento del Defensor del Pueblo. Monseñor Juárez denunció igualmente en su intervención ante el Pontífice el «escándalo» del retraso de la Justicia boliviana, pues el 84% de las personas privadas de libertad no han recibido aún una sentencia. También cargó contra el hacinamiento de las cárceles, que «niega la dignidad humana». «Esto era Sodoma y Gomorra, un lugar sin ley», dijo por su parte uno de los presos, que relató su testimonio durante el encuentro con Jorge Mario Bergoglio.
Tras saludar uno por uno a un buen número de reclusos, a sus esposas e hijos, el Papa les pidió que ellos mismos fueran protagonistas de la mejora de sus condiciones de vida. «Hay cosas que hoy ya podemos hacer. La convivencia depende en parte de ustedes. El sufrimiento y la privación pueden volver nuestro corazón egoísta y dar lugar a enfrentamientos, pero también tenemos la capacidad de convertirlo en ocasión de auténtica fraternidad. Ayúdense entre ustedes. No tengan miedo a ayudarse entre ustedes. El demonio busca la rivalidad, la división, los bandos. Luchen por salir adelante», exhortó Francisco.
Los presos pueden encontrar en la fe cristiana y en la Iglesia un aliado para dejar atrás su pasado y rehabilitarse en la sociedad. San Pedro y san Pablo, recordó el Papa, «también estuvieron presos». «En esa circunstancia hubo algo que los sostuvo, algo que nos los dejó caer en la desesperación, en la oscuridad que puede brotar del sinsentido. Fue la oración. Personal y Comunitaria», destacó, asegurando que la oración «nos sostiene de la desesperanza y nos estimula a seguir caminando».
Francisco animó a los reclusos a que dejaran que Jesús «entrara en sus vidas», porque así comenzarían a mirar con otros ojos «su propia persona, su propia realidad». Si en algún momento se sienten «tristes, mal, bajoneados», pueden mirar el «rostro de Jesús crucificado», donde todos «pueden encontrar espacio». «Él murió por vos, por mí, para darnos su mano y levantarnos. Charlen con los curas que vienen, charlen. Jesús quiere levantarles siempre», le pidió Francisco a los reclusos.
También tuvo palabras para los trabajadores de la cárcel y para sus dirigentes. «Tienen una importante tarea en este proceso de reinserción», les recordó. «Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y no humillar; de animar y no afligir. Proceso que pide dejar una lógica de buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona. Generará mejores condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido nos dignifica, anima y levanta a todos».
Las primeras palabras de Francisco en la cárcel de Palmasola fueron que «no podía dejar Bolivia» sin ir a verles. Era consecuente con su trayectoria, pues ya durante sus años como arzobispo de Buenos Aires visitaba habitualmente las prisiones. En sus dos años y cuatro meses como líder de la Iglesia católica también ha estado en varios penales.