(InfoCatólica) El P. Miguel Ángel Fuentes es sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado, doctor en teología moral con especialidad en matrimonio y familia, por el Instituto Giovanni Paolo II, de la Universidad de Letrán, en Roma. Tiene treinta años de sacerdocio y es actualmente profesor de teología moral, ética y otros cursos en la Casa de Formación que su Instituto tiene en Argentina, además de dictar cursos de formación teológica para sacerdotes en diversas partes del mundo.
Es autor de unos 20 libros, tres sobre el matrimonio: Los hizo varón y mujer (San Rafael, 1998; traducido al inglés, italiano, portugués y árabe, siendo el primer libro sobre el tema en lengua árabe, publicado con prólogo del Patriarca Latino de Jerusalén), Matrimonio cristiano, natalidad y anticoncepción (New York, 2009), y el que ahora nos interesa, Salvar el matrimonio o hundir la civilización. Aportes para el Sínodo de la familia (Magthas Ediciones, Madrid 2015, 288 páginas).
¿Por qué el título?
Porque creo que expresa la importancia de esta batalla y los riesgos que supone no dar una buena pelea. Pío XI habló en 1922 de «la santa batalla –pro aris et focis– por el altar y el hogar». Principalmente el título me lo inspiró una frase de san Juan Pablo II, durante el Simposio de Obispos de Europa, en 1989: «Nuestra batalla –decía– es una batalla no solamente en favor de la fe, sino en favor de la civilización». Considero que la defensa del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, fundamento de toda civilización al que Jesús se refiere como «el Principio» (o sea, momento fundante de la naturaleza de las cosas), es parte de la pelea final de la historia, dure ésta cuanto tenga que durar. Es por este motivo que no solo he escrito este libro, sino que junto a un grupo de sacerdotes hemos también fundado un blog para reunir lo que consideramos como los mejores aportes para el Sínodo de octubre de 2015, llamado Familiaris consortio (http://familiarisconsortio.ive.org).
Sabemos que va a ser publicado en papel, ¿por qué entonces lanzó una edición digital y gratuita?
En realidad ya ha sido publicado en edición impresa, en España, por la editorial Magthas. Ojalá surjan propuestas en otros países, porque se trata de un tema del que es necesario estar bien enterados. De todos modos, considerando que el principal aporte del libro será el que haga antes del Sínodo de octubre de 2015, he querido hacer una edición digital y ofrecerla gratuitamente a quien la pida. Me interesa principalmente que se entienda bien qué es lo que se discute, para que se luche del lado limpio de la batalla.
Durante este tiempo se ha escrito mucho sobre el matrimonio y los temas surgidos durante la primera parte del Sínodo. ¿Por qué escribir un libro más?
Es cierto que se ha escrito mucho, y debo decir que algunos aportes han sido de muy buen nivel teológico. Sin embargo, no es suficiente. Por un lado, no todos los escritos llegan al mismo público, sea por la diversa difusión, o bien por el nivel del lenguaje o de los análisis. Hay personas que entienden más el lenguaje de algunos escritores que el de otros. Siempre se puede, por tanto, llegar a alguien al que nadie había llegado antes. Además, cada escrito tiene sus aportes personales.
¿El suyo los tiene?
Pienso que sí. Quizá la manera de presentar los temas, o de decir lo que otros han dicho de otro modo. Y también algunos puntos que no habían sido tratados o, al menos, no con la misma amplitud con que lo he hecho en este escrito.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, he querido mencionar con más amplitud una de las fuentes principales del cardenal Kasper, que él no cita pero que ningún conocedor del tema ignora que ha sido el precursor de todas sus propuestas. Me refiero al libro que el P. Bernard Häring publicó en alemán en 1989, traducido a otros idiomas al año siguiente. En español se lo conoce con el título: Pastoral para divorciados. ¿Un camino sin salida? Este libro estaba agotado y «curiosamente» fue republicado seis meses antes del Consistorio de los cardenales en el que Kasper presentó sus tesis. Entre Häring y Kasper hay plena comunión de ideas.
Dos años antes de su fallecimiento (en 1996), Häring, en un artículo de la revista «America», representante de la vanguardia progresista norteamericana, aludía a la carta pastoral del año 1993, de tres obispos alemanes, Lehman (de Mainz), Saier (de Freiburg), y Kasper (de Rottenburg-Stuttgart), sobre la pastoral de los católicos divorciados y vueltos a casar, elogiando su «tono pastoral de franqueza y apertura». Calificaba los argumentos con que estos obispos defendían la admisión de esos católicos a la eucaristía como «sabios principios de discernimiento». No podía decir menos, pues se trataba de los principios que él había expuesto en su libro tres años antes. Ponderaba también el «espíritu de candor y sinceridad» y el «ánimo de no violencia» con que los tres obispos habían recibido «la respuesta discordante de la Congregación vaticana para la Doctrina de Fe». Candor y sinceridad, pero no aceptación, como se ha visto a lo largo de todos estos años.
¿Hace usted algún otro aporte?
Pienso que puede considerarse así el capítulo que dedico a analizar las posibilidades de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar que mantienen una vida sexual activa. Quise estudiar con toda objetividad por dónde podría encontrarse una posibilidad de conceder lo que postulaba el cardenal Kasper (y otros que opinan lo mismo que él). Por esa razón analicé las tres únicas posibilidades que hay: 1º O bien, que el adulterio no sea pecado grave; 2º O bien que la recepción de la Eucaristía sea compatible con el estado actual de pecado mortal consciente; 3º O bien que el adúltero que no se arrepiente ni tiene propósito cambiar de vida sea irresponsable de su estado y de los actos que comete y, por tanto, ni aquél ni éstos puedan serles imputados como pecados. La conclusión no tiene ninguna novedad, pues es la que ya ha dado el Magisterio en sus documentos (la exhortación Familiaris consortio, la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Catecismo, etc.), pero aporté el análisis de todas las circunstancias que pueden atenuar la responsabilidad de los actos, como sugería la Relatio post sinodal, lo que no he visto en otros escritos.
Otro punto que considero importante es que aludo mucho tanto al texto de Juan Pablo II sobre este problema en la exhortación Familiaris consortio, cuanto a la Carta de laCongregación para la Doctrina de la Fe, sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados vueltos a casar, de 1994. El cardenal Kasper no aludió a esta última en su discurso al Consistorio, a pesar de que tiene un valor incuestionable. Tampoco se ha aludido mucho en los distintos artículos que he podido leer, salvo alguna alusión esporádica, al libro publicado por la misma Congregación para la Doctrina de la Fe, Sobre la atención pastoral de los divorciados vueltos a casar. Documentos, comentarios y estudios (Editrice Vaticana, 1997), que contiene valiosos estudios de los cardenales Joseph Ratzinger y Dionigi Tettamanzi, y de los canonistas y teólogos Mario Pompedda, Ángel Rodríguez Luño, Piero Marcuzzi, Gilles Pelland. Esto me ha sorprendido mucho. Respecto de algunos temas mal presentados por el cardenal Kasper, ya se había dado allí una respuesta completa y definitiva. Por ejemplo, a la errónea presentación que hace el cardenal sobre la epiqueya en la doctrina de santo Tomás de Aquino y san Alfonso, profundamente analizadas en el libro que acabo de mencionar por mons. Ángel Rodríguez Luño.
¿Qué peligros ve en el próximo Sínodo de octubre?
Coincido en este punto con una clarividente conferencia que pronunció el P. Edouard Adé, profesor de la Universidad Católica de África Occidental, en el Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar, reunido en Accra, a comienzos de junio. En su opinión, vistas las fuertes reacciones que las propuestas del cardenal Kasper y las ambigüedades que suscitó la Relatio post disceptationem, de parte de cardenales (quiero destacar las de los cardenales Caffarra, Müller, De Paolis, Burke, Antonelli, Brandmüller y otros), obispos, teólogos, laicos, etc., no parece que quienes quieren cambios sustanciales puedan insistir en esta línea (aunque, de mi parte, no estaría tan seguro), sino que lo más probable es que intenten dejar brechas abiertas para retomar sus intentos más adelante.
¿Y cuáles serían esas brechas?
El P. Adé las llama «troyanos», como el presente que los griegos le dejaron a la posteriormente arrasada Troya. Señala, por ejemplo, el abandono del lenguaje tradicional para referirse a las verdades inviolables de la fe, adoptando una nueva terminología que no corresponde completamente al contenido de esas verdades (él aduce como ejemplo el cambio de la expresión de san Juan Pablo II «teología del cuerpo» por «teología del amor», que son realidades no completamente intercambiables, menos en este momento en que el principal error filosófico es la llamada «ideología de género», que combate desaforadamente la realidad del lenguaje corporal).
También la insistencia en señalar «los valores positivos» en las situaciones irregulares, lo que tiene un sentido impreciso y cuestionable, ya que valores positivos le podemos encontrar hasta a un mafioso que se preocupe por el bienestar de sus hijos. También las ambigüedades y palabras engañosas de las que, a su juicio, tenemos varios ejemplos en las dos Relationes sinodales; y, finalmente, la «idealización» de los ideales evangélicos, es decir, exaltarlos, pero considerándolos fuera del alcance del cristiano medio, lo cual, como señala Adé, es convertirlos no en la Buena Nueva traída por Cristo, sino en una carga.
¿Y qué es lo que considera más grave en todo esto?
A decir verdad, lo que personalmente considero más peligroso en toda esta discusión es que se intente eludir la cruz de Cristo y el misterio de la gracia inseparable de ella. El cardenal Kasper, al ser interrogado sobre la solución ya dada por los documentos anteriores (que los católicos divorciados vueltos a casar que desean comulgar se separen o al menos vivan como hermanos) dijo textualmente: «[vivir como hermanos] «es un acto heroico, y el heroísmo no es para el cristiano promedio» (Boudway - Gallicho, An Interview with Cardinal Walter Kasper, «Commonweal», 7-05-2014). Afirmación sorprendente en un pastor que debería alentar a vivir el Evangelio de la Cruz, en una época que ha sido calificada por el Papa Francisco como «Iglesia de los mártires»: «Hoy la Iglesia es la Iglesia de los mártires» (21-04-2015).
Entiendo muy bien la dificultad de quienes viven situaciones matrimoniales no ya difíciles sino hasta trágicas (hace más de 25 años que trabajo ayudando a personas con estos dramas). Pero ¿puede eludirse la cruz de la vida cristiana; de «toda» la vida cristiana? ¿No es la cruz parte de la vida de todo discípulo de Cristo crucificado? ¿No dijo Cristo a todo hombre y a toda mujer que si querían ser discípulos suyos era necesario cargar con la propia cruz y seguirle detrás? ¿Tendrán que cargar la cruz nuestros hermanos de Medio Oriente, quienes han perdido todo –sus familias, o sus hijos, o sus esposos, o su patria– y no los católicos alemanes, italianos o españoles? ¿Es la cruz el signo bajo el que viven nuestros hermanos en África, Indonesia, China, Paquistán o la India (sea la de la persecución, la de la miseria, la de ser parias en sociedades que no permiten practicar su fe con libertad, o vivir públicamente el Evangelio), pero se torna imposible de vivir bajo su sombra en nuestro occidente burgués, relajado y acomodado? ¿No puede a uno/a tocarle la dolorosa cruz de una soledad amarga, de una continencia heroica necesaria e inevitable, o de una separación penosa, pero exigida por la ley de Dios o por su providencia en ciertas circunstancias?
Al escribir un libro anterior sobre el problema de la moral católica y la anticoncepción, en 2009, titulé el primero de sus capítulos: La cruz como problema de fondo. Y quise comenzar por ese argumento, que quizá debería haber cerrado todo el discurso del libro, porque pensaba –y sigo pensando así– que detrás de muchas posturas equivocadas en temas de moral y de matrimonio, lo que tenemos es el escándalo ante la Cruz. En los primeros siglos de la Iglesia, San Ireneo ya había hecho notar que el signo mayor de la gnosis (la principal adversaria del Cristianismo, en ese entonces como ahora) era el rechazo de la «confessio fidei», del testimonio de la fe, frente al «odium fidei», a la persecución de la fe y de la moral cristianas. Las cosas siguen exactamente igual, sólo que no se trata siempre de ser arrojados a los leones sino de vivir crucificados por el mundo de maneras muy diversas, con persecuciones camufladas. Esta búsqueda enardecida de «soluciones de lo insoluble» que estamos viendo tras estas discusiones, ¿no será más bien una búsqueda de un cristianismo sin cruz, es decir, sin Cristo?
Gracias por su entrevista. Última pregunta: si alguien quiere su libro, ¿qué debe hacer?
Si lo quiere impreso, tiene la Editorial Magthas (pedidos: www.belliscovirtual.com).
Pero si quiere una edición digital del mismo basta con que me escriba a [email protected]