(SIC) La Academa Pontificia Eclesiástica es la institución de la Santa Sede encargada de formar a los diplomáticos que trabajarán en las Nunciaturas y en la Secretaría de Estado. En el discurso que les dirigió, el Santo Padre subrayó diversos puntos del camino que les espera, comenzando por la misión.
«Os preparáis para representar a la Santa Sede en la Comunidad de Naciones y en las Iglesias locales a las que estáis destinados. La Santa Sede es la sede del obispo de Roma, la Iglesia que preside en la caridad, que no se asienta sobre el vano orgullo de sí misma, sino sobre el valor diario de la condescendencia –es decir del abajarse– de su Maestro. La verdadera autoridad de la Iglesia Romana es la caridad de Cristo. Esta es la única fuerza que hace que sea universal y creíble para los hombres y para el mundo; este es el corazón de su verdad, que no erige muros de división y exclusión, sino que se hace puente que construye la comunión y llama a la unidad de la humanidad. Esta es la potencia secreta que alimenta su esperanza tenaz, invencible pesar de los reveses momentáneos».
Custodios de la verdad
«No se puede representar a alguien sin reflejar sus rasgos, sin recordar su rostro. Jesús dice: El que me ha visto, ha visto al Padre. No estáis llamados a ser altos funcionarios de un Estado, de una casta superior, bienvenida en los salones mundanos, sino para ser custodios de una verdad que sostiene en profundidad a los que la proponen, y no al contrario. Es importante que no dejéis que os aridezcan los cambios de destino: cultivad raíces profundas, mantened la memoria viva de por qué emprendisteis este camino, no permitáis que os vacíe el cinismo, ni consintáis que se desvanezca el rostro de Cristo que es la raíz de vuestro recorrido».
Asimismo reiteró que la preparación específica de la Academia está encaminada a que los futuros diplomáticos estimen las realidades con que se encontrarán y las amen «incluso en la pequeñez que puedan mostrar». «De hecho os preparáis para convertiros en puentes, pacificando e integrando en la oración y el combate espiritual, la tendencia a afirmarse sobre los demás, la presunta superioridad de la mirada que impide el acceso a la sustancia de la realidad, la pretensión de saber ya lo suficiente. Para conseguirlo es necesario que no incorporéis en el entorno donde actuaréis, vuestros patrones de comprensión, parámetros culturales o antecedentes eclesiales».
Libertad de la Iglesia
«El servicio al que habéis sido llamados, requiere la tutela de la libertad de la Sede Apostólica que, para no traicionar su misión ante Dios y para el verdadero bien de los hombres, no puede dejarse aprisionar por la lógica de las pertenencias, convertirse en rehén de la contabilidad de las facciones, contentarse con la división entre cónsules, someterse a los poderes políticos y dejarse colonizar por los pensamientos fuertes de turno o por la hegemonía ilusoria de la corriente principal. Estáis llamados a buscar, en las iglesias y pueblos entre los cuales éstas viven y sirven, el bien que debe alentarse. Para llevar a cabo lo mejor posible esta misión hay que dejar la actitud del juez y ponerse el traje de pedagogo, de aquel que es capaz de hacer brotar de las iglesias y de sus ministros el potencial para el bien que Dios no deja de sembrar».
«Os exhorto a no esperar que el terreno esté listo sino a tener el coraje de ararlo con vuestras propias manos –sin tractores u otros medios más eficaces de los cuales nunca podremos disponer– para prepararlo a la siembra, esperando con la paciencia de Dios, la cosecha, de la cual tal vez no seréis los beneficiarios; a no pescar en los acuarios o en los viveros, sino a tener el valor de dejar los márgenes de seguridad de lo que ya se conoce y echar las redes y cañas de pescar en zonas menos descontadas, sin adaptaros a comer pescado enlatado por otros».