(ACI/Eduardo Berdejo) Turquía, señala el texto, debe «aprovechar la conmemoración del centenario del genocidio armenio como una oportunidad importante para proseguir sus esfuerzos –incluida la desclasificación de los archivos– por asumir su pasado, reconocer el genocidio armenio y, de esta manera, allanar el camino para una verdadera reconciliación entre los pueblos turco y armenio».
La resolución fue aprobada a mano alzada por la mayoría de los parlamentarios y también «elogia el mensaje pronunciado por Su Santidad el Papa Francisco para honrar el centenario del genocidio armenio el 12 de abril de 2015 con un espíritu de paz y reconciliación».
El Parlamento Europeo, que destacó los esfuerzos de Turquía y Armenia por restablecer relaciones diplomáticas, rindió además homenaje «a la memoria del millón y medio de víctimas armenias inocentes que perecieron en el Imperio Otomano» y pide a la Comisión y al Consejo europeos a conmemorar este genocidio que tuvo lugar entre 1915 y 1917.
Los europarlamentarios también recordaron su resolución de 1987 que señala que el asesinato de los armenios representa «un genocidio según la definición de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948; condena todos los casos de crímenes contra la humanidad y genocidio, y lamenta profundamente cualquier intento de negarlos».
Las palabras del Papa
El domingo 12 de abril el Papa Francisco conmemoró con miles de fieles los cien años del martirio armenio. Al inicio del acto, el Pontífice dio un discurso donde denunció las persecuciones contra los cristianos en diversas partes del mundo, «un genocidio causado por la indiferencia general y colectiva».
«La humanidad conoció en el siglo pasado tres grandes tragedias inauditas: la primera, que generalmente es considerada como ‘el primer genocidio del siglo XX’, afligió a su pueblo armenio –primera nación cristiana–, junto a los sirios católicos y ortodoxos, los asirios, los caldeos y los griegos. Fueron asesinados obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos e incluso niños y enfermos indefensos», expresó a los fieles armenios reunidos en el Vaticano.
«Hoy recordamos, con el corazón traspasado de dolor, pero lleno de esperanza en el Señor Resucitado, el centenario de aquel trágico hecho, de aquel exterminio terrible y sin sentido, que vuestros antepasados padecieron cruelmente. Es necesario recordarlos, es más, es obligado recordarlos, porque donde se pierde la memoria quiere decir que el mal mantiene aún la herida abierta; esconder o negar el mal es como dejar que una herida siga sangrando sin curarla», añadió.
Sin embargo, el discurso del Papa enfadó al gobierno turco, que llamó al Nuncio Apostólico en el país, Mons. Antonio Lucibello. Turquía nunca ha reconocido la masacre, aunque el año pasado el primer ministro y hoy presidente Recep Tayyip Erdogan ofreció condolencias a los descendientes de las víctimas.
En este contexto, informó hoy Radio Vaticana,«el Padre Lombardi, director de la Sala de Prensa Vaticana, y respondiendo a la pregunta de una periodista sobre el uso de la palabra genocidio, ha explicado que las palabras de Papa Francisco se insertan en una línea ya trazada por Juan Pablo II». «Lo que ha dicho el Papa me parece claro como el sol. Ha usado el término ‘genocidio’, continuando con el uso ya acuñado de esta definición, de esta palabra», señaló el portavoz vaticano.
El genocidio armenio
El genocidio u holocausto armenio fue la deportación forzosa y exterminio de entre un millón y medio y dos millones de católicos armenios, víctimas de masacres y deportaciones masivas –sin medios para subsistir–, por parte del Imperio Otomano desde 1915 hasta 1923.
La fecha del comienzo del genocidio se conmemora el 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de la comunidad de armenios en Estambul; en los días siguientes, la cifra de detenidos ascendió a 600. Posteriormente el gobierno ordenó la expulsión de toda la población armenia, que tuvo que caminar cientos de kilómetros por el desierto, sufriendo hambre, sed, robos y violaciones por parte de los gendarmes musulmanes que debían protegerlos, a menudo en combinación con bandas de asesinos y bandoleros.